Introducción

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A veces me pregunto, como tantos, imagino, por qué justo en el transcurso de mi vida pasó lo que pasó, y encuentro un extraño confort en mayores sufrimientos de otros tiempos que no me tocaron vivir. La tercera y cuarta guerra mundial, al final de la cual nací. Múltiples guerras entre pocos países, aún más espantosas, como Jordania y Georgia, o la independencia de Antártida. Genocidios, el peor, el de Noruega. Otras enfermedades terribles, SIDA2, Traxan51. No fue fácil, lo admito. Pasé semanas en horror sintiendo un tsunami de aire gigante se aproximaba centímetro a centímetro a mi casa, a mi hogar, a mi hijo. No podía ya más concentrarme en la actividad que más amo, leer. Libros y libros que yo había ido coleccionando en la memoria interna comenzaron a acumular polvo virtual, porque yo no podía dejar de ver el mundo a través del chip, activando los titulares de los periódicos internacionales. ¡Tres mil muertos hoy en Praga! ¡Cuatro mil doscientos en Lima, record de records! ¡Tres mil novecientos en Chicago! ¡Cinco mil! ¡Quién da más, quién da más! Sé que cuando la abuela de mi abuela era pequeña algo similar pasó en el mundo, pero ella aun usaba pañales y en su casa se prohibió hablar del tema porque el padre lo consideró una patraña orquestada por una elite de multimillonarios para apoderarse del planeta. Algunos dirán, como si el mundo ya estuviera en poder de los sin techo, del sindicato de albañiles o de los que ganan un dólar al día, ¿qué necesidad tenía esa elite de armar tremendo caos? Cierto, ya tenían muchísimo poder, pero no es lo mismo comprar la Patagonia por cien mil millones de dólares que por diez. ¿No? Cuando nació la madre de mi abuela, la gente ya le había echado tierra a las memorias del caso, porque fue evidente que los números habían sido manipulados, que las vacunas habían sido completamente inefectivas (vacunado o no te enfermabas, contagiabas, te ponías grave, te morías) y que les habían mentido como a pequeños que por una golosina (llamada, en este caso, miedo a la muerte) acceden a cualquier cosa. El colectivo poco a poco fue tapando ese par de años de la memoria de la humanidad por que había una vergüenza global de la que nadie hablaba por lo fácil que había resultado dejarse engañar. Pero eso cimento las bases, y casi no nos dimos cuenta de los cambios por venir. Sin querer hacer una lista aquí, ya irán viendo en mi narración de a cuales cambios me refiero, les adelanto el primero: el chip.

Todos querían tener la conexión más rápida en cualquier lugar del planeta. En cualquier lugar. Todos. Ese deseo me hacía siempre pensar en mi abuela, que se enfurecía con los ambientalistas que se oponían a la construcción de un dique para generar energía eléctrica y en la entrevista de su casa en las montañas se veía en el fondo una pava eléctrica. La de veces que nos ha contado esa historia. Años más adelante, el tema era la velocidad de los datos. Aunque algunos salían en protesta por los mini satélites de bajo vuelo para el 18G, si se quedaban sin señal en algún momento del día, mandaban inmediatamente una queja a la empresa. La solución fue el chip integrado. Con una antena que se expandía con el crecimiento a lo largo de la columna vertebral, las compañías telefónicas pudieron finalmente cumplir con lo prometido, señal y datos en absolutamente cualquier lugar del mundo. El detalle, debía ser insertado en el nacimiento. Simplificaba tremendamente todos los tramites (algunos dirían, control del estado), tenia ventajas adicionales (nunca más un niño desaparecido con sus padres llorando de noche sin saber dónde estaba su pequeño) y permitía datos gratis de por vida, dado que el equipo era el propio cuerpo, con solo alguna que otra publicidad para solventar los mini satélites. Tomo buena parte de una década el ser completamente aceptado. Y casi otra en ser obligatorio. Pero hoy por hoy el 99.9% de la población tiene chip integrado. Cuando todo esto empezó, yo me volví adicta al chip. Hacía mucho tiempo lo usaba casi excusivamente para leer, para algo puntual, pero diría el 90% de mi día era reale, no chipial. Sin embargo, cuando esto comenzó, eso cambio radicalmente. Algunas mañanas me levantaba más temprano de lo habitual para buscar con el chip las palabras ya repetidas cientos de veces, gusipicaV40. Para saber qué horrores había causado en el mundo durante el transcurso de la noche, y cuan cerca estaba de mi casa. Asombrada, vi lo que mis antepasados vieron en su momento, ciudad tras ciudad, país tras país cerrarse por órdenes e imposiciones, pero todos creyendo que era importante, que entre todos podríamos lograr vencer el espantoso virus, del cual sabíamos muy poco. Sí sabíamos (o nos contaban) que el virus había comenzado en microorganismos de fósiles transportados en una tormenta de arena desde el viento africano, mutado sobre el océano, que cayó sobre lo que mis padres llamaban la selva Amazónica. Un siglo atrás la fotosíntesis del gigantesco bosque lo hubiera dejado estéril en cuestión de minutos. En esta época que me toca vivir, el desierto amazónico lo volvió a mutar y lo convirtió en un potencial asesino. El virus tiene forma de gusano, de ahí su nombre, y entra al cuerpo por contacto. En pocas horas encuentra su ruta hacia el cerebro, donde se alimenta de los sesos del portador. En el camino causa distintas alergias de piel, las que provocan comezones irresistibles. Si alguien comenzaba a rascarse en público, las personas cercanas (lo que es una forma de decir; hace muchas décadas que la distancia social mínima con la cual la gente se sentía cómoda era cerca de cuatro metros. Mi abuela me decía que en su época el espacio personal de una persona solía ser de medio metro) huían como ratas. Y no era para menos, según el chip, los afectados duraban como máximo tres días. Inciertas las formas de contagio, quizás simplemente la brisa lo pudiese transportar, después de todo así había comenzado su camino. Para evitar mover el aire, los drones dejaron de funcionar, y casi nuestra entera existencia dependía de los drones. Abastecimiento, transporte, compras y entregas, que no, eramos chipdependientes y dronesdependientes. Se hablaba que los satélites de bajo vuelo podrían seguir el mismo camino, no quiero imaginar el caos que eso podría conllevar.

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