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Para Jeno, su parte favorita del día, era su final. El momento en el que todos se iban a dormir y él se quedaba horas leyendo, experimentando con los pajaritos y gatos del barrio, o simplemente echado sobre el pasto húmedo admirando las estrellas que siempre suscitaron una fuerte curiosidad en él.

Era en esas horas en donde realmente se sentía en paz, en donde el nudo de su pecho se desataba y el peso sobre sus hombros se alivianaba. Aquí no había ruido, no había insultos, golpes ni castigos. Los demonios que eran su propio hogar dormían, y él podía descansar en paz en su propio infierno, antes de que la noche esclareciera y tuviese que volver a la habitación de castigo, que lentamente iba convirtiéndose en su propia habitación ya que pasaba más tiempo allí que en su habitación real.

Vivir en este orfanato era una tortura, era como el mismo infierno. Todo lo repudiaba. Desde la cama vieja que rechinaba con el mínimo movimiento, hasta su tutora que le hizo la vida imposible desde niño. Pero lo sobrellevaba, consolándose al decirse que no le quedaba mucho tiempo más aquí. Que, cuando cumpliese la mayoría de edad y pasase los dos años en el servicio militar, sería libre por fin. Poco le importaba si al salir resurgía o se volvía un indigente. Había vivido toda su vida en la miseria, seguir revolcándose en ella no era un problema para él.

Se levantó del pasto cuando vio que el negro cielo lentamente empezaba a metamorfosearse en un celeste opaco. Hizo un hoyo en la esquina del patio con sus uñas y enterró el pajarito que cazó esta noche, y que mató cortándole la cabeza. Le pidió perdón antes de olvidarse de él para siempre, excusándose de que había tenido un muy mal día y que no tuvo más opción que desquitarse con él. Llenó su cuerpo de tierra e injertó una flor que sacó del jardín para rendirle ceremonia, y se devolvió a su habitación.

Se lavó las manos ensangrentadas y sus uñas sucias con tierra, y se dispuso a dormir un par de horas antes de que lo despertasen para ir a la escuela, a su último día de escuela antes de convertirse en un adulto.

A las horas después fue despertado por el estrépito de la puerta abrirse. Jeno se levantó de un salto, y al ver cómo sus tutores se adentraban en la habitación con sus expresiones característicamente petulantes, se volvió a arropar con las sábanas.

La mujer, a la cual todos los niños del orfanato apodaban como madre, menos él, dejó caer un sobre sobre el edredón de su cama. Se cruzó de brazos y esperó a que Jeno reaccionara para hablar. El hombre, apodado padre, pero el ser más asqueroso para el, en ese entonces, joven Jeno, se paró detrás de ella, mirando al menor con una sonrisa lasciva que sólo a él le dedicaba.

Finalmente, entre refunfuños, se incorporó, sabiendo que si no lo hacía las consecuencias serían violentas. Con sólo ver el semblante de odio en la mujer y los ojos de deseo del hombre se le arruinó el día.

—¿Qué es esto? —preguntó al ver la carta sobre su regazo.

—Es para ti —respondió ella—. Es de parte de la Policía de Investigaciones. Quieren reclutarte.

Jeno frunció el ceño, extrañado.

—¿A mí?

La mujer asintió.

—¿Y por qué a mí?

—Quizás sepan de tu condición —se encogió de hombros—. Y por esa razón decidieron reclutarte.

¿Condición? Él no padecía ninguna condición, estaba completamente bien y sano...

—Deberías aceptar —opinó ella—. Tal vez allá te disciplinen como se debe y te hagan entender lo terrible que es matar a los animales o a tus propios hermanos. —Y se dio media vuelta para salir de la habitación.

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El hombre, siempre sonriente, se acercó a él ahora.

—Ella misma te propuso para que te eligieran. Será bueno para ti.

—Nada de lo que esa mujer hace por mí es bueno —espetó, sin quitar la vista de la carta. No podía siquiera mirarlo a la cara porque le causaba náuseas.

Su tutor alzó su mano para acariciar su mollera, sin embargo, Jeno se levantó de su cama de un salto antes de que siquiera pudiese tocarle un pelo. Ahora estar lejos de él era casi un instinto, había aprendido por las malas que ese tipo de sonrisas y caricias insinuaban más que solo afecto.

—No me toques —escupió, tomando la carta y poniéndose de pie para salir de la habitación. Su tutor lo observó todo el camino a la salida, sintiendo Jeno su mirada lasciva clavarse en su espalda.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando la puerta se cerró tras su espalda.

Repudiaba a los adultos pero, sobre todo, repudiaba este lugar. Porque era aquí, el lugar que se suponía debió cuidarlo y otorgarle la crianza y amor de la que careció cuando sus inexistentes padres lo dejaron aquí, el que lo convirtió en el monstruo que, en aquel entonces, era.

Si estuviese bajo sus posibilidades, los habría matado a todos, uno por uno. Empezando por esa mujer, arisca y odiosa que le hizo la vida imposible desde su infancia. Luego seguiría por ese hombre, que abusó de él tan sólo siendo un niño, que le vendió falsas esperanzas y lo entregó a una familia en donde el padre terminó estando tan podrido como él, y que, por su culpa, terminó siendo víctima de múltiples violaciones. Si no fuese porque Jeno era un niño con un carácter fuerte y supo defenderse, seguramente su padre adoptivo o su tutor siguiesen aprovechándose de él.

En tercer lugar, mataría a su padre adoptivo que a los meses después de adoptarlo lo devolvió al orfanato, y por último destruiría este lugar con todos los niños dentro, menos los más pequeños que aún tenían posibilidades de salir de este infierno y los cuales eran los únicos que no lo despreciaban por cómo era.

Pero aquel escenario sólo podía ser recreado en su mente.

Al final lo abandonó, prometiéndose que algún día lo cumpliría. Cuándo y cómo no lo sabía, pero lo haría.

La carta bajo sus manos se veía tentadora. Quizás entrando a la policía podría hacer uso de su poder y vengarse, sin embargo, no tenía la menor idea de cómo funcionaba aquella profesión. Tampoco se veía siendo un policía, era un campo que, sinceramente, jamás se había imaginado ser parte. No era un ambiente en el que se sintiese familiarizado, para él era mucho más familiar vivir en la calle y en la pobreza antes que usar uniforme y detener a criminales.

Pero, si lo pensaba con minuciosidad, era una propuesta tentadora. Si iba y pasaba la prueba de ingreso, no tendría que preocuparse del servicio militar que debería ejercer apenas saliera de la escuela, mucho menos de pensar en cómo ganarse la vida una vez fuese echado a patadas del ejército. Si iba a la policía, y se convertía en uno, probablemente lograría tener una vida más decente, al menos un techo y comida que era lo que le importaba.

Y si tenía la posibilidad de conseguir lo que en ese orfanato jamás obtuvo, podría llegar a acostumbrarse a usar ese uniforme azul y comportarse como una persona de bien.

Lo aceptó sin darle demasiadas vueltas, indiferente ante lo ambiguo que sería su pronto futuro. No estaba del todo seguro si iría a funcionar, pero si tenía la ínfima esperanza de conseguir un techo resguardado, tres comidas diarias y unas ropas e higiene correspondientes, la tomaría. A estas alturas de su vida ya no le importaba si juegan con él o lo destruyen más de lo que ya está, si no le daban lo que más deseaba, simplemente podría morir.

maverick ー nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora