ANÍ abrió la puerta de la tienda el sábado por la mañana y se encontró con gritos infantiles. -¡No quiero irme con ellos! Cassie, de cinco años, estaba agarrada a la pierna de su madre mientras Brendan, de seis, corría alrededor de la mesa y Audrey, de ocho, miraba soñadora por la ventana. Aní miró a Alfonso y vio con alivio que parecía divertido ante la escena. Heather, sin embargo, estaba dando golpecitos con las uñas sobre la caja registradora y la expresión de sus ojos era decididamente fría. «Funciona», pensó Aní encantada. -¡Buenos días! -saludó. -Hola, tía Anahí -contestó Cassie corriendo hacia ella. -¿Qué te pasa, Cassie? -le preguntó Aní arrodillándose a su lado.
-Tenemos un problemilla -le explicó Alfonso-. Cassie no se quiere venir con nosotros. -Si Cassie no va, yo tampoco voy -dijo Audrey. -¡Yo sí voy! -gritó Brendan sin dejar de correr. -Si tus hermanas no van, tú tampoco -dijo Jeanette. Aní vio su perfecto plan arruinado. -Cassie, ¿no te quieres ir con Alfonso? Pero si te va a llevar a un sitio muy divertido. -¿Dónde? -preguntó la niña llorando. -¿Dónde quieres ir? -le preguntó Alfonso. -¡Al laberinto! -contestó Brendan. -Sí, mira, el laberinto -dijo Aní-. El laberinto es muy divertido. Es mi sitio preferido..¿A que quieres ir? Cassie se metió el pulgar en la boca mientras consideraba la cuestión. -Sí... pero si tú vienes, tía.
-¿Yo? -exclamó Aní-. No puedo, cariño. Tengo un montón de trabajo. -Pues, entonces, yo tampoco voy -se cerró Cassie-. Me quedo y os ayudo. Mamá dice que soy muy buena ayudando. Aní se estremeció y miró a su hermana, pero Jeanette se limitó a encogerse de hombros. Aní consideró sus opciones: ir o despedirse de su plan. Miró a Heather. La rubia seguía mirando a los niños. ¿Era desagrado lo que irradiaban sus ojos? -Muy bien, voy con vosotros -contestó Aní. Cassie sonrió encantada. Alfonso sonrió también. Heather arqueó las cejas. -¿No habías dicho que tenías que terminar una boda para hoy? -preguntó. -Sí, pero con volver a las cinco todo irá bien. -Si no vas a trabajar, no es necesario que Alfonso y yo cuidemos de los niños, ¿no? -apuntó la rubia con lógica aplastante. -Oh, pero... pero les hace ilusión que vengáis.
-A mí me da igual que vengan o no -gritó Brendan. -¡Brendan! -lo regañó su madre-. No seas maleducado. -Perdón -se disculpó el niño sin parar de correr. -¿No te apetece estar unas horas con ellos, Heather? Seguro que sí -insistió Aní-. Sobre todo con Cassie, que va a llevar las flores en tu boda. -A mí me apetece mucho ir, cariño -dijo Alfonso-. ¿Te parece bien? Heather no parecía muy contenta, pero asintió.
Así que se metieron todos en el coche de Alfonso, aquel día había llevado un Jeep Cherokee, y pusieron rumbo al laberinto. Aní se sentó en la parte de atrás con Cassie en el regazo. Los niños se pusieron a gritar y a cantar a todo pulmón. En lugar de hacerles callar, como habría hecho en otro momento, Aní dejó que lo hicieran. A pesar de que le iba a estallar la cabeza, tenía que conseguir que Heather perdiera los estribos. Al llegar al laberinto, Alfonso compró las entradas. -¿De verdad tenemos que hacerlo? -oyó Aní que Heather le preguntaba a su prometido. -No podemos decepcionar a los niños -contestó él.
El laberinto eran una serie de paredes de madera con torres aquí y allá. El objetivo era encontrar esas torres y conseguir formar la palabra «laberinto» con las tarjetas que había en cada una. El primero en salir con la palabra terminada ganaba. Cada adulto se tenía que hacer cargo de un niño. Heather miró a Brendan, que se estaba golpeando la cabeza contra los muros, y a Cassie, que hablaba sin parar, y agarró a Audrey de la mano. Aní sonrió. Audrey parecía dulce y tranquila, pero era como un caballo salvaje. La iba a volver loca. Alfonso eligió a Brendan y, entraron también y Aní se quedó con la pequeña. Una hora después, se arrepentía profundamente de haber ideado aquel plan. ¿Por qué habría elegido su sobrino el laberinto? ¿No podría haber preferido la playa como los niños normales?
Cassie y ella no habían encontrado ni una sola torre y estaban perdidas en mitad del laberinto. -Estoy cansada -gimoteó la pequeña-. Me quiero ir a casa. -Tenemos que encontrar la salida, cariño -contestó Aní intentando sonreír. Cuando estaban en el colegio, la habían llevado allí con su clase y se había pasado horas para conseguir salir del laberinto. ¿Cómo había podido olvidarlo?-Al girar otra esquina, se choco contra Alfonso. Hola, preciosa -sonrió él agarrándola de los antebrazos para que no perdiera el equilibrio-. Nosotros ya tenemos la L, la B y la T. ¿Has encontrado alguna, Cassie? La niña lo miró con labios temblorosos. -Seguimos buscando -contestó Aní apartándose de él-. Cassie me está ayudando mucho. No habría llegado hasta aquí si no llega a ser por ella. -Ven conmigo -le dijo Alfonso a la pequeña agarrándola de la mano.
La condujo a través de un par de corredores, a izquierda y derecha, y llegaron a una de las torres. -Brendan, ayuda a tu hermana a agarrar la letra. Cuando los niños se hubieron alejado, se giró hacia Aní. -¿Te lo estás pasando bien? -Mataría al que inventó este sitio -contestó apoyándose exhausta en la pared. -¿Cómo puedes decir eso? -rio Alfonso-. ¿Te acuerdas de cuando vinimos aquí con el colegio? -Claro que me acuerdo. Dejé a Pete Mitchell por segunda vez porque me dejó sola en mitad de este sitio -contestó estremeciéndose al recordarlo. Se había puesto minifalda y sandalias de tacón y a los diez minutos de estar allí tenía ampollas en los diez dedos de los pies. Pete, a quien había decidido como una tonta dar una segunda oportunidad, se había impacientado porque no podía andar rápido y la había abandonado a su suerte. Aní, que no tenía mucho sentido de la orientación, se había dedicado a vagar por los pasillos medio oscuros del laberinto y, de repente, había sentido a alguien detrás. Aterrada, se había dado la vuelta para encontrarse con Alfonso mirándola con el ceño fruncido. Más o menos como ahora. -Mitchell era un imbécil -comentó. Aní asintió. -Si no me hubieras encontrado, todavía-seguiría aquí. Alfonso sonrió. -Jamás me habría ido de aquí sin ti -le aseguró apartándole un mechón de pelo de la cara. -No te puedes ni imaginar el alivio que sentí al verte -sonrió Anahí-. Me dieron ganas hasta de besarte. -Hmm, pues haberlo hecho. No me habría importado. Aní se rio.
-¿Cómo que no? Pero si era como tu hermana... te habría puesto en un compromiso. -No creo. Algo en su tono de voz, hizo que lo mirara a los ojos. Inexplicablemente, Aní sintió que se le aceleraba el corazón. ¿Por qué la miraba así? Parecía que estuviera esperando algo, un movimiento por su parte. -Dejé a Pete al día siguiente -continuó desviando la mirada.- me encanto ver la cara que se le quedo. Fue como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. -Se lo, merecía -murmuró Alfonso. Aní frunció el ceño. -No le... no, nada -se interrumpió. Lo que se le acababa de ocurrir era ridículo. -¿Qué? ¿No le di un puñetazo en la boca del estómago? Claro que se lo di. -Pero, ¿cómo pudiste? Si te sacaba dos cabezas y era mucho más fuerte que tú... -Porque venía de un colegio en el que había aprendido a defenderme, te lo aseguro. ¿Cómo no iba a poder con un niñato de Santa Mónica? -preguntó divertido. -¿Y por qué le pegaste?
-¿Tú por qué crees que fue? -sonrió mirándola. Aní se dio cuenta de repente de que lo tenía muy cerca. ¿Se había acercado sin que ella se diera cuenta? No lo sabía, pero lo cierto era que sus brazos se rozaban y que sus pupilas se habían encontrado y que... -¡Ya la tengo, tía Anahí! Alfonso se apartó y Aní, acalorada y fastidiada, se obligó a sonreírle a su sobrina. -¿Estás bien? -le preguntó la niña-. Estás roja. -Estoy bien -le aseguró sonrojándose todavía más-. A ver, enséñame la letra. Cassie, encantada, le dio la L. -Muy bien, cariño, vamos a ver si encontramos las demás -apuntó Aní apartándose de la pared. Pero Alfonso la tomó del brazo. -¿Por qué no unimos fuerzas? ¿Qué os parece si buscamos las letras juntos? -propuso. -No sé si...