Posesivo (+18)

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Ninguno de los dos sabía de que manera pasó, simplemente empezó con una frase dicha por Mario. "Le propongo algo, cada vez que usted le haga el horror al monstrete me puede hacer el amor a mi."

Era una broma, una broma hasta que un día un Armando borracho y lleno de tensión se presentó en la puerta de su apartamento.

- ¿Armando? - Mario preguntó para luego ser empujado dentro de su apartamento contra la pared y devorado.

Los labios de Mendoza se movían contra los suyos y una mano le atrapaba el cuello y la otra recorría el contorno de su cuerpo.

- Lo necesito, Mario. Por favor, por favor. -

Esas palabras fueron suficientes para el mayor, para dejarse llevar a la cama y dejar que las manos del mayor se pusieran en su cadera entrando en él con un ritmo exquisito.

Mario no podía mentir, estaba tan halagado cuando Armando le contó que no había podido hacer el amor con Marcela. Se sintió especial, aunque supiera que la fea también recibía lo mismo que él.

Algunas semanas pasaron desde eso y Mario comenzó a sentir a su amigo algo extraño, un poco más rudo, más necesitado. Ya no era simple sexo, Armando lo marcaba, lo mordía, le hacía suplicar, le hacía gemir sin poder contenerse. Un día en particular Mendoza fue extremadamente rudo, follando al castaño con una mano en su cintura y la otra manteniendo sus muñecas sobre su cabeza.

- ¡Aahn, ahnf...! - Mario no podía hacer más que tirar su cabeza hacia atrás sintiendo la respiración agitada del pelinegro mientras que mordía su oreja.

- Míreme. -

- ¿H-huh? -

- ¡Que me mire! - Mendoza levantó la voz y Mario obedeció, Armando se acomodó para entrar con más fuerza en él y así hacer que cerrara los ojos momentáneamente. - Mierda...

- M-más - suplicó Calderón intentando liberar sus muñecas del agarre del menor. - ¡Por favor!

Armando gruñó saliendo de él y soltando sus muñecas para agarrar su cuello y darle un beso húmedo, sin avisarle lo soltó y lo dio vuelta dejando su cara contra la almohada y su trasero levantado en el aire. Lo tomó de la cadera y comenzó a entrar nuevamente en él, disfrutando como su espalda se arqueaba.

- ¡Aah! - el vicepresidente no pudo evitar gemir fuerte ante la nueva posición.

- Que niño más sucio. - Armando jadeó entrando completamente en él y comenzando un ritmo bastante rápido.

- ¡Aah, aahn, aahf! - Mario comenzó a gemir como si de un actor porno se tratara y tuvo que morder la almohada para callar un poco.

- No, no. Déjame escucharte - una de las manos de Mendoza subió al cabello de Mario y lo jaló levemente logrando que su trasero se levantara más aún y haciendo imposible que escondiera su cabeza en la almohada.

- ¡A-Armando, aahn! Me v-voy a - el castaño sintió la lengua del presidente recorrer lo que alcanzaba de su espalda.

- Hágalo, vamos Mario. -

El mayor se sonrojó más aún y dio unos últimos gemidos agudos para luego arquear su espalda y venirse manchando las sábanas.

- Nnh, M-mario - Mendoza se vino algunos segundos después dentro de Mario, sintiendo como este se retorcía ante la sensación. Salió de él dejándolo colapsar sobre la cama mientras que él se tiraba a su lado.

- ¿A-ah? - Armando jamás se había venido dentro de Mario, era una sensación distinta para el castaño.

- Venga aquí. - Mendoza lo dio vuelta y se puso sobre él, agarrando su cintura y comenzando a morder sus hombros. Lo estaba marcando

- S-se van a ver... - jadeó Mario cuando el otro subió a su cuello y comenzó a marcarlo.

- ¿Algún problema con eso? - susurró Mendoza agarrando su cintura posesivamente.

- N-no, no. - respondió el castaño bajando sus manos al cabello del otro mientras sentía los mordiscos rudos que le propinaba.

- Usted me arruinó, Mario. - Dijo Mendoza antes de seguir mordiendo.

- ¿Yo? -

- Sí, es tu culpa. Desde que me metí contigo yo ya no puedo estar con nadie más. - comenzó a subir a su mandíbula con besos leves.

- ¿Nadie, ni siquiera... Ella? - Mario no podía fingir que no le dolía pensar en Betty.

- Ni siquiera ella, ninguna modelo, nada. Sólo usted. - Armando le besó los labios y subió una de sus manos a su cuello.

- Sólo yo... -

Mario Calderón no se podía sentir más especial, Armando Mendoza era sólo suyo y de nadie más. Mierda, que bien se sentía.

- Muerdáme más, quiero que dure. -

- Mierda, Mario... - El pelinegro suspiró excitado y bajó a su pecho para seguir mordiendo. - Yo soy suyo ¿Usted es mío?

- Sólo suyo, de nadie más. - el castaño se sinceró y le regaló una sonrisa ladina.

- Mío, mío. - repitió el menor subiendo para darle un beso lujurioso.

[...]

1999 | ArMario (one-shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora