Capítulo 3 parte A

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Pasarían alrededor de dos horas desde que Candy había regresado al hotel donde se hospedaba.

Con el cabello alborotado y en cómodas pijamas, la mujer miraba tras el enorme cristal de la ventana de aquella habitación hacia las largas avenidas de la Gran Manzana.

No se le veía expresión alguna; sólo mantenía fijos sus ojos verdes en el paisaje que se podía observar desde el piso quince en el que se encontraba su cuarto alquilado.

El ruido de la puerta que se abría y cerraba, no atrajo del todo su atención, sino hasta que...

— Ya son casi las tres de la tarde. Pensé que ya estarías lista — hubo hablado el pelirrojo a sus espaldas.

— No — fue la respuesta seca que se escuchó por parte de la rubia.

— Candy — la llamó el hombre acercándose a ella.

Cuando la pecosa sintió el toque de aquél, se alejó de la ventana; y a metros de distancia, se giró para mirarlo y excusarse:

— ¿Sabes? ¿Por qué no me disculpas con tu madre y tu hermana? Me ha dado una jaqueca muy fuerte —, se tocó las sienes. — Y no me siento con ánimos de salir a ningún lado — finalizó con franqueza.

— ¿Sigues molesta conmigo? — cuestionó Bryan con un tono apenado y sin haber dado paso alguno.

— No. Simplemente estoy diciendo que no tengo ánimos — ella corroboró lo antes dicho; y le compartiría su incomodidad: — La conferencia de anoche fue demasiado para mí, Bryan; y si hoy me levanté temprano fue por tu insistencia.

Por instantes el silencio reinó.

Minutos más tarde, poniendo una sonrisa en su rostro, la fémina complementaba con sinceridad:

— Te ves muy bien en tuxedo.

— Gracias — respondió el hombre.

Éste aprovechó esa distracción para acercarse y decir:

— Candy, yo... perdóname por el mal rato que te hice pasar.

La pecosa dejó escapar un suspiro antes de proseguir:

— Bryan, por favor, no hablemos de eso. Hoy, de verdad, quisiera dedicarme a descansar — le pidió — para que mañana lo disfrutemos mejor con tu familia —, su tono de voz siempre amable hubo aparecido.

Y como el varón reconocía de su fatal error y lo inoportuno que sería presionarla, no le quedó más que aceptar la decisión de la rubia.

— ¿Te veo hoy en la noche? — le propuso una cita.

— Será mejor que no — contestó Candy; y un deja vu se le hizo presente.

No estaba muy segura, pero sintió que esas palabras y la misma actitud, ya las había empleado antes con alguien.

Por consiguiente, su corazón se oprimió y una angustia apareció en su bello rostro, esa que Bryan detectó de inmediato y le cuestionaría con preocupación:

— Candy, ¿estás bien?

— S-sí... — la rubia titubeó. — Estoy bien. Sólo es cansancio — aseveró.

— ¿Estás segura? — el pelirrojo re indagó tratando de buscar el brillo de sus verdes ojos.

— Sí, Bryan, anda, ve —, la pecosa sonrió ampliamente aconsejándole: — Ya no hagas esperar más a tu madre.

— Bueno — dijo aquél con resignación. — Entonces, te veo mañana.

— Sí, claro — respondió ella con un poco de desgana.

Bryan acortó la distancia para depositar un beso en la blanca frente de su prometida y se giró.

Y mientras éste salía de la habitación, Candy se llevó las manos a su pecho y se envolvió en su propio abrazo.

Recordando nuevamente el breve reencuentro con el actor, ella suspiró nuevamente y se perdió en un ensueño.

De pronto, se reprobaba:

— Vamos, Candy, ¿no me digas que a estas alturas de la vida sigues sintiendo lo mismo por él?... No, claro que no — sonó muy segura la soliloquia y auto aseverándose: — ahora es un sentimiento completamente diferente.

Sin embargo, su yo, no se dio por vencido y la provocaría:

— Pero no negarás que es demasiado guapo ¿cierto?

La rubia sonriendo coqueta como la mujer que ya era, se contestaba:

No, para nada, al contrario. Creo que el tiempo ha estado a su favor.

Con eso, una propuesta cuestión surgía:

— ¿Te gustaría volver a verlo y perderte nuevamente en su mirada?

Mordiéndose el labio inferior y con una mezcla sensual y altiva, era completamente honesta:

Sí, ¿por qué no?

No obstante, su subconsciente le traicionó recordándole:

— Pero es casado.

Y con ese dato, prontamente recuperó postura y suspiró hondamente para decir:

— Y yo a punto de. Así que, dejemos de pensar en esas cosas, Candy — se recriminó a sí misma rompiendo su encantamiento ensoñador.

Ulteriormente, ella se dio la media vuelta, y con paso altivo se dirigió a la recámara.

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