20. Ver

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[René]

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[René]

Nada no tiene mucho de haberse ido cuando siento un golpe en el costado que me resulta tan inesperado que me hace dar un respingo y tirar todos los materiales al suelo. Esto me molestaría muchísimo más (y en muchos niveles) si no sintiera al instante cómo la persona que me ha golpeado (porque sé que es una persona) se estremece por el susto casi tanto como yo.

—¡Lo siento! —chilla.

Saco dos conclusiones certeras de esas únicas dos palabras. Uno: ella es una chica, porque su voz es muy delgada y bastante fina, aún más que la de Nada. Si alguien quiere alegar que podría ser un niño varón de unos siete años, pierde su tiempo. La altura a la que me ha golpeado me indica que debe tener casi mi estatura.

En segundo lugar, debe ser bastante inocente como para haber soltado ese sendo alarido que fácilmente me pudo haber hecho sangrar el oído.

—¿Hola? —pregunto, extrañado, girándome hacia el origen de la voz.

—Perdón, es que... yo no... mi compañero dijo que regresaría en un momento, pero me moví y ya no sé ni en dónde estoy parada...

Me distraigo bastante rápido de sus balbuceos y otro sonido del ambiente llama más mi atención. Se trata solo de un pequeño y repetitivo repiqueteo en el piso, muy cerca de mí, podría no ser importante y no lo sería de no ser el mismo sonido que escucho yo al caminar por mi propia casa.

Lo compruebo cuando la punta de un palo me da en el pie. Agradezco tener zapatillas que han amortiguado el dolor del golpe.

Ese es un bastón y ella también es ciega.

—¡Dios, perdón! —reitera.

Casi me resulta divertida la forma en que todo parece estar saliéndole mal en tan pocos minutos.

—Yo... no puedo ver —se explica, usando un tono de voz cargado de tristeza que se me hace familiar.

—Ni yo —la tranquilizo—. Supongo que nunca sabremos quién tuvo la culpa.

Ella se queda en silencio, cosa que yo no esperaba. Desde que perdí la vista, el silencio me pone en completa desventaja.

—¿Te burlas de mí? —espeta entonces con un tono más firme.

Ha pasado a estar a la defensiva demasiado rápido. Reconozco tanto de mí en ella que tengo que aguantar las ganas de soltar una risa irónica.

—No —le contesto con simpleza.

—¿Y ahora me vas a decir que viniste solo?

—Vine con una amiga.

—Prueba que no mientes —insiste, todavía con tono receloso.

Encuentro casi al segundo una forma de hacer eso. Después de todo, yo mismo sigo teniendo el bastón, fue lo que mis reflejos eligieron proteger en lugar de las cosas que ahora mismo deben estar regadas a mi alrededor. Me pregunto cómo nos estará mirando la gente que sí puede ver.

Amar a la nada ©Onde as histórias ganham vida. Descobre agora