Capítulo 38. ¿Puedo intentarlo?

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Capítulo38
¿Puedo intentarlo?

Pese a la disminución gradual de la temperatura y el aumento de la nieve, Rubelker e Ivannia habían estado entrenando cada noche sin falta. Tal y como Rubelker le había amenazado la primera vez, Ivannia tenía que enfrentarse a él noche tras noche usando sus sables, para poco a poco irse acostumbrando a su peso y forma. Y adicional a sus constantes y extenuantes duelos, la prisionera había estado también haciendo sus ejercicios justo como su poco convencional instructor le había indicado. Todo eso para a la mañana siguiente despertarse con los rayos del sol, levantarse y atender todas las pesadas labores del barco que les habían asignado; desvelada, agotada, y muy adolorida.

Aquello rozaba muy cerca el límite de la tortura, sino era que ya lo había superado y por mucho. Pero, a pesar de todo, Ivannia comenzaba a notar como los resultados se reflejaban en el aumento de su propia fuerza y agilidad. Cada día le parecía un poco más sencillo seguir esa rutina, así como chocar armas con el enorme y aterrador soldado que había asesinado a decenas de sus antiguos compañeros delante de ella. Sin embargo, cada vez que sentía que ya había igualado su ritmo y velocidad, Rubelker aumentaba un poco más la dificultad, revelando que se había estado conteniendo la gran parte del tiempo hasta entonces.

¿Qué tanto más le faltaba para llegar a su verdadero nivel? ¿O sería acaso posible para ella el alcanzarlo? En un par de ocasiones se cuestionó si acaso dichas habilidades tan insólitas podrían tener algún origen sobrenatural. Aunque claro, Ivannia no creía mucho en espíritus o demonios, ni siquiera en dioses, por lo que descartaba dichas ideas casi de inmediato. Pero si no era algo de ese estilo, no se le ocurría cuál podría ser el gran secreto.

Esa noche ambos se encontraban de nuevo solos en cubierta. Cuando Ivannia pareció ya haber dominado lo suficiente el usar una sola espada, pasaron entonces a intentarlo con dos al mismo tiempo. Llevaban ya tres noches en ello, e Ivannia se dio cuenta con pesar de lo mucho que había dependido desde el inicio de sus dos manos para compensar el peso superior de las espadas. Pero ahora tenía que forzarse a sí misma a que un sólo brazo fuera capaz de maniobrar esas inusuales armas.

Rubelker, por su lado, había estado usando esas últimas noches una espada más convencional que había adquirido de la armería. Pero el cambio de arma evidentemente no le provocaba ningún problema, pues la atacaba de forma continua y contundente, sin miramiento alguno como lo había venido haciendo desde el primer momento.

Ivannia se movía con bastante más precisión que antes, aunque el cargar cada sable con una mano le seguía pareciendo complicado. Además de todo, seguía teniendo la bola de acero atada a su tobillo, y además de estorbarle su grillete ya había comenzado a lastimar su piel.

—¡No bajes la guardia! —Le gritaba Rubelker al tiempo que la atacaba continuamente con largas estocadas de su espada—. ¡Arriba los brazos!, ¡más rápido! —Sus ataques comenzaron a volverse poco a poco más feroces, presionando a que Ivannia tuviera que reaccionar de la misma forma—. ¡Para este punto tus brazos ya deberían de ser capaces de manipular cada arma individualmente sin tanto problema! ¡¿Has estado haciendo tus ejercicios o te has quedado dormida?!

—¡Claro que he estado haciendo mis malditos ejercicios! —Exclamó Ivannia furiosa, apretando mucho los dientes, mientras evadía sus ataques dando pasos hacia atrás o interponiendo sus espadas para desviar los sablazos.

Ya llevaban más de una hora ininterrumpida peleando. Ivannia se encontraba notablemente sudorosa y despeinada, y el frío calaba aún más en su cuerpo húmedo. En esa hora había logrado sólo en muy pocas ocasiones contraatacar, limitándose únicamente a defenderse lo mejor posible.

Luego de empujar todo ese largo rato sin descanso, Rubelker dio un largo paso hacia atrás y se detuvo al fin, aunque siguió sujetando su arma delante de él. Aquello era lo más cercano a un descanso para Ivannia, que se tomó ese pequeño instante para intentar recuperar aunque fuera un poco el aliento. Aun así, no bajó sus armas ni un sólo instante. Pequeñas gotas le recorrían su rostro, y sus brazos y piernas comenzaron a temblarle por el cansancio, amenazando con ceder y provocar su derrumbe al suelo.

El Manto de Zarkon | VOL. 01Donde viven las historias. Descúbrelo ahora