Capítulo 1

38 5 3
                                    

     Sentado sobre el sillón púrpura pálido en medio de la sala de las paredes floreadas, dedicado a leer mis notas con una taza de té en la mano, la lista de arriba abajo: Ronald Watterson y John Patricks, empresario y exalcalde como protagonistas por el acuerdo de Watterson & Co con el Ayuntamiento de Newport, el inconcluso proyecto de Wooden Hills, más de 100 millones invertidos en infraestructura de viviendas. Paro. La casa familiar: el número 5 de Trinity Row a las diez de la mañana, en uno de los barrios centrales de Greenwich Village. Las manecillas del reloj de pared sonando: tic, tac, tic, tac. Más nombres en la libreta, sin tiempo. La tía Elle sentada a mi lado leyendo su revista por subscripción semanal. En silencio: le damos al mismo tiempo un sorbo a la taza de té.

     La puerta de la habitación se abre: la trabajadora del hogar con una bandeja de comida en sus manos, el desayuno de la tía Elle; más atrás la tía Lyle: con una blusa púrpura brillante y zapatos de plataforma. Esta noche organizará una fiesta por la visita de su hijo.
     —¿Cómo amaneció hoy?
     —Solo hemos tomado té —respondo.
     La tía Lyle frunce el ceño:
     —¿No ha dicho nada?
     —Llevo una hora aquí y no ha salido ninguna palabra por su boca.
     La buena tía Elle: setenta y uno, piel como una pasa, cabello platinado. Desde el asesinato de George Alexander Sharper en una protesta contra el gobierno conservador de hace cinco años, una mujer de pocas palabras.
     —¿Qué hay de ti? —pregunta la tía Lyle.
     —Lo mismo de siempre, no logro dormir bien.
     —Deberías ir al médico, son varias noches ya, ¿no? —La tía Lyle es la tercera de cinco hermanas, es la más amable de todas.
     Asiento con la cabeza.
     —Como una semana —añado.
     Tic, tac, tic, tac. Las manillas del reloj de la pared sonando.
     —¿Cómo vas con tu caso? —vuelve a preguntar.
     Miro el reloj de la pared, mierda.
     —Lo siento, debo irme, hablamos más tarde.
     Me levanto del sillón y salgo a toda prisa en dirección a la puerta, logro escuchar las palabras de la tía Lyle mientras tiro de la manilla: cuídate, cariño. Cruzo a zancadas el salón para llegar a la puerta principal. Meto mis manos en los bolsillos para rebuscar las llaves del Ford Cortina que dejó mi padre: no están, mierda, mierda, mierda. Una garganta carraspea detrás de mí: el tío Franklin sentado en el sillón leyendo su periódico.
     El Citizens en sus manos, levanta su mirada:
     —¿Estás buscando esto? —dice mientras levanta las llaves con su mano izquierda.
     —Sí, debí haberlas olvidado anoche, ando muy distraído últimamente —respondo mientras me acerco.
     El tío Franklin lanza las llaves directo a mis manos.
     —¿Cuándo será tu turno en la portada, Chris?
     —Pronto, estoy seguro.
     Sonrío.
     El portazo de la puerta principal. Bajo las escaleras de la entrada, los escalones de uno en uno. Cruzo el jardín del frente entre maldiciones y esquivando la mierda que algún perro dejó ahí. Memorizo: entre la cuarta y quinta, el Bobby's Station.

     Voy en el coche, solo, desde Greenwich hacia el Downtown, solo entre camiones que circulan por la M1, es una mañana fría con distintos matices de gris en el cielo, el paisaje vació: solo hierba alta y unos árboles que se esconden en dirección a Cragton.
     Son las diez y treinta de la mañana. Le doy una última calada a mi cigarrillo antes de tirarlo por la ventanilla: el viento directo a mi rostro. La radio del coche retransmite un programa de música clásica por FM. Intento no pensar en el caso Watterson. Intento no pensar en Amelia Brown. Intento no pensar.
     Apago la radio: maldigo Robertson; piso el acelerador: los vidrios empañados; llego a 130, día y noche, lo pienso, día y noche, mi nombre en la puñetera portada del Citizens.

     Estación policial de Greenwich Village.
     Lunes, 30 de noviembre de 1987.
     El ocho y el siete, el ocho y el siete.
     Chris Savannah, corresponsal de sucesos de la región subiendo los escalones de la entrada, de uno en uno, de uno en uno, a toda prisa. Primera plana, la recepcionista rubia me habla: la sala de los chismes por el pasillo, última puerta a la derecha. Sudado, inhalo y exhalo. Las bombillas fallan, el pasillo oscuro, los impuestos solo alcanzan para los gastos de los funcionarios. El aire sale con mucho esfuerzo por la ventilación, intento planchar mi camisa con las palmas: las batientes se abren, todos giran su mirada hacía mí, inhalo y exhalo.
La puñetera panda en primera fila, bolis y papel en manos. Se ríen y toman café, toman café y se ríen de mí: que les den.
     —¿Tan temprano con una perra de Lingston, Savannah? —dice Ronald Webber, del Midlands Reporter.
     —El cardio le ayuda a tomar mejor las noticias —dice otro.
     —¿Qué carajos estabas haciendo, Savannah?
     El jodido Richard Atwater: acicalado, con gafas. Alto y delgado, como palo de escoba.
     —Estaba con mi tía. —Nathan Fritz del Post se descojona, como si fuera el mejor día de su vida:
     —Espera, espera, no sabía que tienes ese tipo de gustos...
     Los demás entran en carcajadas, menos Atwater:
     —Una chica desaparecida y tú haciendo chistes —interrumpe.
     —Vamos Rich, la mocosa no es familia de ninguno, además vete a la mierda. —responde Fritz en seco.
     Silencio. Saco mis cosas del bolso y pienso: Maldito pedazo de basura. 
     La mesa en el centro de la sala de los chismes: se revuelven papeles, vasos de agua salpican el suelo; personas correteando de un lado al otro, como hormigas. El sonido de la puerta lateral del fondo abriéndose: aparece un oficial con cara seria, unos pasos atrás el inspector en jefe White junto a los padres, detrás de ellos dos oficiales escoltándolos.
     Un silencio absoluto inunda la sala. Aprieto el botón de la grabadora mientras las sillas plásticas detrás de la mesa suenan. Miro al inspector en jefe White: cabello peinado hacia un lado, con canas; sus ojos cansados, una mirada que dice más mentiras que verdades; unas gotas de sudor se deslizan por su nariz aguileña y caen sobre los informes en la mesa.
     Su sala, su gente, su caso. Mi portada.
      A pocos metros de él están los padres, los examino con la mirada: su ropa arrugada, pienso que salieron igual de apurados que yo; la mirada al vacío del padre, las manos temblorosas de la nada, la cara de espanto que se cargan ambos. PIIIII. Los dos se sobresaltan con el sonido del micrófono que se conectó, están dañados, el suceso los tomó desprevenidos, y les metió un gancho izquierdo que los dejó muy cerca del knockout.
     Primer asalto:
     —Estimados caballeros, les agradezco su presencia el día de hoy. Esto será breve —dice el inspector en jefe White arreglándose su corbata para las cámaras.
Los focos de la televisión se encienden.
     —La tarde del domingo, 29 de noviembre. Alrededor de las 14.00, la joven Samantha Adams salió de la casa de su amiga en Victoria Road con dirección a su casa. Fue vista por última vez cruzando por el Liberty Park a las dos y treinta de la tarde. Nunca llegó a su hogar.
     El inspector en jefe White toma un trago de agua.
     —Desde las siete de la noche nosotros hemos llevado una intensa búsqueda de la joven, ya que es la primera vez que desaparece. Pasamos hasta altas horas de la noche preguntando a vecinos de la zona y amigos de Samantha si sabían algo de su paradero. Cuando se nos confirmó que esta mañana, ella todavía no había llegado a su casa en Stanford, decidimos citarlos a ustedes aquí.
     Una pausa, el inspector en jefe White se aclara la garganta.
     —Samantha Adams de 15 años de edad, tiene ojos color café claro. Su cabello es castaño oscuro, largo y liso. La tarde de ayer vestía un suéter de cuello alto de rayas negras y rojas, unos pantalones rasgados de azul pálido, y unas botas color café. También cargaba un bolso gris con una margarita estampada. Hasta ahora, esta es la única información que poseemos, los estaremos informando de cualquier novedad.
     Se escucha el ruido de la silla de plástico moviéndose; el inspector en jefe White se levanta y vuelve agarrar su vaso, pero lo deja. Carraspea.
     —Ahora la señora Adams dará unas últimas palabras de aliento. Estamos trabajando constantemente y tenemos poco tiempo, por lo tanto, no responderemos preguntas.
     PIIII. El pitido del micrófono: el inspector en jefe White lo mueve en dirección a los padres de la muchacha. La señora Adams se levanta de su asiento:
     —Quiero hacerle un llamado a cualquiera que tenga información sobre el paradero de nuestra hija, que por favor se la brinde a la policía. Samantha nunca escaparía de su hogar, ella es una joven feliz, y quiere estudiar medicina en el futuro. Mi Esposo y yo estamos desesperados, les rogamos con el alma que nos ayudan.
     Despego mi bolígrafo del papel y levanto la mirada: la señora Adams en un mar de lágrimas, sollozos, coloca sus manos en rostro rojo. Inmediatamente el señor de Adams se levanta de su silla para abrazarla, noto que algunas lágrimas también se le escapan.
      «Esta es la única información que poseemos».
      Apago la grabadora y guardo mis cosas en la bolsa.
      «Los estaremos informando de cualquier novedad».
      Me levanto de mi silla, con dirección a la salida.
      Pienso: no tienen nada, no tengo nada. No hay portada.
      Abandono la sala de los chismes. Abandono a la puñetera panda. Maldigo al Robertson de mierda. Por el pasillo hacia la entrada, directo al Ford Cortina que dejó mi padre: a donde sea, menos a casa.

     Barkley's Coffee Shop a las diez.
     Personas caminando de un lado al otro a través del local. Repleto. Como sardinas enlatadas. Intento hacerme paso entre camareros y clientes.
     Barkley's Coffee Shop a las diez de la mañana.
     Las mesas llenas: cuatro personas por mesa, más hombres que mujeres. El olor a café en el aire. La barra: una butaca sola, el único lugar libre del local. Maldigo a Jesús y a todo el mundo.
     Barkley's Coffee Shop a las diez de la mañana un lunes.
     En la televisión retransmiten el resumen de un partido de la liga de fútbol de la semana pasada. Un par de amigas en la mesa dos: rubia y pelirroja. El de la barra se acerca y pregunta qué quiero: café cargado y unas tostadas, por favor. Saco unas monedas de mis bolsillos y las coloco en la mesa, pido la edición del lunes del Chronicles que se encuentra a medio metro, en el pequeño stand. Un sorbo al mejor café de Newport y dos mordiscos a la tostada: el caso Watterson. El olor a café en el aire.

The Newport Chronicles, 30/11/87:

LA FISCALÍA REGIONAL ANUNCIA INVESTIGACIÓN DEL CASO WATTERSON & CO.

El día de ayer, en una rueda de prensa exprés, la fiscalía regional de Lower Ally Coast anunció que abrió una investigación al contratista, Ronald Watterson, dueño de Watterson & Co, por el presunto delito de soborno relacionado a un posible caso de corrupción donde estaría involucrado el exalcalde de Newport por parte del Partido Liberal, John Patricks.

El fiscal regional, Dean Shaw, ha anunciado que los investigadores del departamento de Justicia asignados a la oficina del Distrito de Newport iniciarán en los próximos días una "investigación preliminar" sobre reuniones de Patricks con representantes de Watterson & Co, en las que se habría gestionado la adjudicación de varios contratos municipales.

"Se le atribuye al ciudadano Ronald Watterson haber participado en la conspiración para pagar sobornos y comisiones ilegales para obtener beneficios en el proceso de licitación pública para la construcción de diversas obras de infraestructura aprobadas por el Ayuntamiento de Newport entre los años. (...)" El fiscal Patricks declinó responder a las preguntas de los periodistas, pero afirmó que haría todo lo posible para esclarecer este caso, y que atraparía a todos los involucrados que pudieran haber participado en esta posible trama de corrupción municipal.

Por su parte, el exalcalde John Patricks ha negado todas las acusaciones en su contra, y se abstuvo de realizar más comentarios al respecto.          

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Mar 27, 2022 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Newport: Año UnoWhere stories live. Discover now