Xaldi

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—¡Apúrate! Ya va a comenzar.

El niño se apresuró a ponerse las botas mientras su hermana lo observaba impaciente.

—¿Ya?

—No puedo, ayúdame.

La niña se arrodilló frente al pequeño y anudó sus botas en movimientos rápidos.

—Vámonos —le insistió, tomándolo de la mano y ayudándolo a pararse.

La niña del cabello negro corrió entre las casas del pueblo, de vez en cuando volteando hacia atrás. Su hermano sostenía su sombrero mientras luchaba por seguirle el ritmo entre el gentío. En el camino, varios niños se les unieron. Los adultos ya sabían que sucedía y se limitaban a pegarse a los lados de la calle, dejando el centro vacío para la estampida de infantes.

—Recuerdo cuando nosotros éramos los que corríamos para escuchar las historias de Mamá Celia —comentó con añoranza una mujer, llevándose una mano a su prominente barriga de ocho meses.

—¿Qué historia les va a contar hoy? —preguntó una amiga suya, escogiendo manzanas de la canasta del vendedor y dejándolas en su bolsa.

—La del Protector del Bosque —respondió el marido de la embarazada, rascándose el bigote.

—Esa leyenda me encantaba. —Sonrió y observó con añoranza a los niños.

Justo cuando las campanadas de la torre anunciaban el mediodía, los niños llegaron a la casa de Mamá Celia. Entraron por la puerta abierta y se dirigieron a la sala de estar.

Mamá Celia ya estaba sentada junto a la fogata, sus amable sonrisa iluminando su rostro. Pocas arrugas se veían en su cara pese a sus años. En realidad, nadie sabía cuántos años tenía. Había llegado al pueblo hacía ya treinta años y todos los segundos viernes de mes, recibía a los niños del pueblo con galletas recién horneadas, leche tibia y una historia maravillosa. Todos la llamaban Mamá Celia por su cálida personalidad y porque, siempre, su puerta estaba abierta para cualquier niño que necesitara desahogarse, un abrazo o simplemente compañía silenciosa.

—Siéntense y no hagan ruido —dijo Mamá Celia con su dulce voz. Todos los niños se acomodaron en el suelo, alrededor de su mecedora, y se iban pasando la charola llena de galletas.

Una docena de caritas redondas y ojos abiertos esperaban ansiosamente a que Mamá Celia empezara a hablar. Ella se aclaró la garganta.

—Hoy —comenzó—, les contaré la leyenda del Protector del Bosque.

»Xaldi fue el primero de su clase, sin embargo, cuenta la leyenda que nació como un caballo normal. Él y sus padres vivían cerca del Bosque de las Sombras, en una pradera llena de pasto y flores. Xaldi creyó que viviría  allí toda su vida, pero un día, todo cambió.  Unos humanos los encontraron y los trataron de capturar para domesticarlos y usarlos en sus granjas. Sus padres se resistieron y le compraron suficiente tiempo para escapar al Bosque de las Sombras.

—¡Pero ese bosque está prohibido! —protestó un niño.

—Sí, pero en ese entonces, pero sólo para los humanos —explicó Mamá Celia—. Ahora los quiero bien calladitos, si tienen preguntas, será para el final.

Los niños asintieron con fervor.

—Pásame otra galleta —susurró un niño. La niña junto a él lo mandó a callar—. ¡Pásamela! 

La niña le pasó el plato entero y se alejó un poco de él.

—Xaldi lo logró —continuó Mamá Celia—, apenas alcanzando a entrar al bosque. Los humanos no lo siguieron allí. No eran lo suficientemente valientes para entrar, pues todos conocían la niebla y las leyendas que rodeaban al Bosque de las Sombras, además de que los Espíritus del Bosque se enojaban fácilmente y no eran amables con los intrusos. Habían desaparecido los suficientes en ese bosque para asustarlos. Desafortunadamente, el miedo no les duraría mucho.

Xaldi, el ProtectorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora