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☀︎ ¦ CHAPTER 015.
« ¿Han desaparecido? »
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Los únicos peligros biológicos que nos encontramos fueron unos cupcakes para veganos. Después de recorrer varios pasillos iluminados con antorchas, fuimos a dar a una moderna panadería llena de gente que tenía el sospechoso nombre de EL VEGANO DE NIVEL DIEZ. La peste a gases de basura / volcánicos que desprendíamos dispersó rápidamente a los clientes, empujó a la mayoría hacia la salida e hizo que muchos artículos de panadería sin gluten ni lácteos de origen animal acabasen pisoteados. Nos escondimos detrás del mostrador, cruzamos a toda velocidad las puertas de la cocina y nos vimos en un anfiteatro subterráneo que parecía tener siglos de antigüedad. Gradas de asientos de piedra rodeaban un foso de arena del tamaño adecuado para una pelea de gladiadores. Del techo colgaban docenas de gruesas cadenas de hierro. Me preguntaba qué horribles espectáculos podían haberse puesto en escena allí, pero no nos quedamos mucho. Salimos cojeando por el otro lado y volvimos a los sinuosos pasillos del Laberinto. Para entonces habíamos perfeccionado el arte de correr con tres piernas. Cada vez que empezaba a cansarme, me imaginaba a Pitón detrás de nosotros expulsando gas venenoso. Finalmente doblamos una esquina, y Akira gritó:
—¡Allí!
En medio del pasillo había una tercera manzana dorada. Esta vez estaba demasiado agotado para preocuparme por las trampas. Avanzamos a grandes zancadas hasta que Akira recogió la fruta. Delante de nosotros, el techo descendió y formó una rampa. El aire fresco me llenó los pulmones. Subimos a la parte
superior, pero en lugar de sentirme eufórico, se me helaron las entrañas tanto como el líquido de la basura que me cubría la piel. Estábamos otra vez en el bosque.—Aquí no —murmuré—. Dioses, no.
Akira me hizo dar una vuelta completa cojeando.
—Tenemos que salir rápido de aquí.
Podía notar la mirada rencorosa de los árboles y el horizonte que se extendía por todas partes. Unas voces empezaron a susurrar, despertando ante nuestra presencia.
—Deprisa —ordené.
Justo entonces los aros que rodeaban nuestras piernas se soltaron. Echamos a correr. Incluso con los brazos llenos de manzanas, Akira era más rápida que yo. Giraba entre los árboles, serpenteando a izquierda y derecha como si siguiera un rumbo que solo ella pudiera ver. Me dolían las piernas y me ardía el pecho, pero no me atrevía a quedarme atrás y Akira se cercioro de eso cuando me tomo por el brazo y me hizo correr a su paso. Más adelante, unos puntos de luz parpadeantes se convirtieron en antorchas. Por fin salimos del bosque y nos topamos con un grupo de sátiros y campistas.
—¡Gracias a los dioses!
—De nada —dije con voz entrecortada, principalmente por costumbre—. Quirón... tenemos que hablar.
A la luz de las antorchas, la cara del centauro parecía tallada en sombras.
—Sí, tenemos que hablar, amigo mío. Pero primero hay otro equipo que sigue desaparecido: tus hijos, Kayla y Austin.
Quirón nos obligó a ducharnos y cambiarnos de ropa. De lo contrario, habría vuelto directo al bosque. Cuando hube terminado, Kayla y Austin todavía no habían regresado. Quirón había enviado grupos de búsqueda formados por dríades al bosque, pensando que no correrían peligro en su territorio, pero se negó terminantemente a que los semidioses participasen en la búsqueda.
—No podemos arriesgarnos a perder a nadie más —dijo—. Kayla, Austin y... los otros desaparecidos no lo querrían.
Cinco campistas habían desaparecido ya. Yo no abrigaba ninguna esperanza de que Kayla y Austin volvieran por sí solos. Las palabras de la Bestia seguían resonando en mis oídos: «... he aumentado la presión. Apolo no tendrá opción».
Había elegido como objetivos a mis hijos. Me estaba invitando a que los buscara y encontrase las puertas del oráculo oculto. Todavía había muchas cosas que yo no entendía: cómo se había trasladado allí la antigua arboleda de Dodona, qué clase de «puertas» podía tener, por qué la Bestia creía que yo podía abrirlas y cómo había atrapado a Austin y Kayla. Pero había una cosa que sí sabía: la Bestia estaba en lo cierto. No tenía opción. Tenía que encontrar a mis hijos... mis amigos. Habría desoído la advertencia de Quirón y habría ido corriendo al bosque de no haber sido por el grito de pánico de Will:—¡Apolo, te necesito!
En el otro extremo del campo, el chico había montado un hospital improvisado donde media docena de campistas yacían heridos en camillas. Will atendía frenéticamente a Paolo Montes mientras Nico sujetaba al paciente que gritaba. Corrí junto a Will e hice una mueca al ver el panorama. Paolo se las había arreglado para que le amputaran una pierna.
—La he reimplantado —me dijo Will, con la voz trémula de agotamiento. Tenía la bata médica salpicada de sangre—. Necesito que alguien lo mantenga estable.
Señalé el bosque.
—Pero...
—¡Ya lo sé! —me espetó Will—. ¿No crees que yo también quiero ir a buscarlos? Andamos faltos de curanderos. Hay más ungüento y néctar en esa mochila. ¡Vamos!.
Su tono me dejó pasmado. Me di cuenta de que estaba tan preocupado por Kayla y Austin como yo. La única diferencia era que Will sabía cuál era su deber. Primero tenía que curar a los heridos. Y necesitaba mi ayuda.
—S-sí —asentí—. Sí, claro.
Cogí la mochila de los suministros y me ocupé de Paolo, que oportunamente se había desmayado de dolor.
Will se cambió los guantes quirúrgicos y miró coléricamente al bosque.—Los encontraremos. Tenemos que encontrarlos.
Nico di Angelo le dio una cantimplora.
—Bebe. Ahora mismo aquí es donde tienes que estar.
Noté que el hijo de Hades también estaba furioso. Alrededor de sus pies, la hierba echaba humo y se marchitaba.
Will suspiró.—Tienes razón, pero eso no me hace sentir mejor. Tengo que encajar el brazo roto de Valentina. ¿Quieres ayudarme?
—Suena espantoso —dijo Nico—. Vamos.
Atendí a Paolo Montes hasta que me aseguré de que estaba fuera de peligro y les pedí a dos sátiros que llevaran su camilla a la cabaña de Hebe. Hice lo pude para cuidar de los demás. Chiara tenía una ligera contusión. Billie Ng padecía un caso de danza regional irlandesa. Acebo y Laurel necesitaban que les extrajesen pedazos de metralla de la espalda, debido a un encontronazo con un disco volador explosivo. Como era de esperar, las hermanas Vencedor se habían situado las primeras, pero también habían querido saber a cuál de las dos le habían sacado más trozos de metralla para poder alardear. Les dije que se callasen o no las dejaría volver a ponerse coronas de laurel. (Como poseedor de la patente de las coronas de laurel, estaba en mi derecho.) Descubrí que mis dotes de curación eran pasables. Will Solace lo hacía mucho mejor que yo, pero no me molestó tanto como mis fracasos con el tiro con arco y la música. Supongo que estaba acostumbrado a ser el último en materia de curación. Mi hijo Asclepio se había convertido en el dios de la medicina cuando tenía quince años, y no podría haberme alegrado más por él. Eso me dejaba tiempo para mis otros intereses. Además, el sueño de todo dios es que un hijo suyo se haga médico.