Capítulo 20 (editado)

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—¿Disfraces?

—Se celebra el día de las leyendas de Mirena, Simonett. Estás tan poco enterada de las cosas del reino que me lastimas.
Joane luce sudada, cansada y con las mejillas sonrojadas mientras lanza cuchillos al blanco que le ha robado a los soldados de la sala de entrenamiento, sin atinar nada, cabe acotar.

Ella desea pasar a las armas de fuego de una vez, pero con la puntería que tiene es probable que una bala termine en la cabeza de alguien sin querer.
Así que es mejor practicar con arco y flecha o cuchillos por unas cuantas semanas, aunque se queje.

Justo ahora me siento como Altair enseñándole, ella por supuesto es como era yo en ese entonces. Obstinada, inocente y deseosa por correr cuando aún no sabe caminar.

—¿Y una celebración de disfraces para qué? —me siento mientras los sirvientes traen los cuchillos que están por todos lados.

En todos lados menos en el blanco.

—Los habitantes se disfrazan de los personajes de cuentos y leyendas característicos de Mirena, un festival grandísimo en la plaza central, culmina con una fiesta en algún palacio o casa de nobles, la que dispongan ese año.

—Ustedes siempre van, supongo.

—Como invitados de honor, si.

—¿Y que objeto tiene esa celebración?

—Conmemorar escritores, cantates y actores de la época plateada del reino, artistas en general. Incluso se disfrazan de los dioses mitológicos a los que hace siglos se rendía culto en Mirena.

—¿Antes del cristianismo? —afirma —suena muy interesante, no hay un evento como ese en Bello Sacro.

—Tienes que venir conmigo —exige.

—Si tu hermano no me ha cortado la cabeza para entonces, con mucho gusto —ella suelta una carcajada burlesca.

—Estoy segura de que el rey no va a tocarte un pelo, Simonett ¿puedo llamarte Simo? —asiento, recordando con nostalgia que esa es la forma en la que me llaman Froilán y Anastasia.

—¿Por qué lo dices?

—Le agradas, y considero que eso es complicado —recibe los cuchillos traídos por el sirviente apilados sobre un cojín rojo, al cual le bailan unos pompones blancos que desentonan por completo con la imagen tosca de las armas.

—No tienes que mentir para tranquilizarme, sé que mi presencia aquí no lo tiene muy contento. Y más si me sigo metiendo en los asuntos de su deber, como el otro día con esos criminales a quienes dejó sin mano.

—Me lo ha contado, verás, es bastante especial con los animales —aclara, preparándose para lanzar nuevamente contra el blanco —y a mi me pasa igual, sobretodo con las criaturas más inocentes del reino animal.

—Actúan por puro instinto, no sabría decirte si a eso se le llama inocencia.

—A veces pienso que tienen su propia manera de tener conversaciones entre ellos, mas allá de los sonidos que suelen hacer.

Unos pasos firmes contra la grama mojada interrumpen lo que voy a decir, reconozco a Napoleón acercándose a nosotras, junto a su vivaracho compañero llamado Gargamel, a quienes conocí el mismo día que ocurrió lo de los animales.

—Señorita, el rey Kael está muy enojado por su culpa —es Gargamel quien me aborda, pero el contraste de sus palabras catastróficas contrasta con la sonrisa de oreja a oreja que me dedica.

—No digas las cosas así, Gargamel, la vas a asustar —lo regaña Napoleón.

—¿Y ahora qué hice? —les pregunto.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora