Me gusta la lluvia. Esos días, esos instantes, en los que quito la lengua y saboreo las saladas lágrimas que son lanzadas desde desmesuradas alturas. Me dijeron que el agua tiene memoria, que contiene recuerdos, pero al retener las funestas gotas entre mis dientes, soy incapaz de descifrar por qué el cielo llora. Tal vez ha perdido a alguien, está adolorido, o simplemente se siente solo.
Me gusta la lluvia porque aveces, yo también me siento sola. Sin embargo; en aquellas ocasiones, en las que mis lágrimas y las del cielo se unifican, esa soledad parece disiparse.
Me gusta la lluvia porque no solo lloramos con el cielo. También gritamos al unísono, tan fuerte, que me pregunto si alguien nos escucha. Gritamos y gritamos hasta quedarnos sin voz, hasta que el sonido penetre mis huesos y sentirlos hechos polvo.
Me gusta la lluvia porque a pesar de ambos emanar grandes cantidades de dolor, nos hacemos compañía y en silenciosas promesas, nos aseguramos que ninguno de los dos volverá a estar solo.
Me gusta la lluvia porque es nuestra cura, mía y del cielo, de sanar todas nuestras heridas.