5. Diciembre de 1996 «El club de los poetas muertos»

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Rober me estaba esperando después de última hora leyendo en una mesa larga de la parte de atrás de la biblioteca del instituto. Era del mismo tamaño que las aulas, no muy grande, pero no había gente. Podríamos hablar sin molestar a nadie. El profesor de literatura nos había puesto juntos para que hiciéramos un comentario de un poema a nuestra elección, siempre que fuera de un autor español del siglo XX.

El ruido de mis pasos caminando hacia él en el silencio llamó su atención y levantó la vista hacia mí. Me sonrió y quitó sus cosas del sitio que reservaba para mí. Al sentarme noté su olor acuático y cítrico. Puso el libro que estaba leyendo entre los dos.

—He pensado que podríamos analizar este poema de Machado —susurró en mi oído mientras lo señalaba.

—¿Antonio?

—No, Manuel, uno de sus hermanos. No es tan conocido como él, pero a mí me gusta mucho más.

—¿Te gusta la poesía? —le pregunté extrañada.

—Claro, ¿de dónde te crees que saco la inspiración para mis letras, entonces?

Me sentí como una niña tonta.

—¿De qué va? —pregunté para evitar contestar.

El camino de la muerte —Rober empezó a leer el poema con voz profunda:

Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida...
En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.
Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.
De los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha las músicas dulces.
Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve, camina...
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.

Al terminar levantó la vista para mirarme. Yo estaba en trance asimilando todo lo que había escuchado con esa voz tan melodiosa, dulce y masculina a la vez.

—¿Qué te parece? —me preguntó.

—Muy bonita.

—¿Algo más? —inquirió Rober riéndose.

—No sé, la verdad, la poesía no es mi fuerte.

—Habla de fijarnos en todo lo que tenemos a nuestro alrededor y disfrutarlo al máximo antes de que estemos muertos. Al fallecer mi padre de golpe y siendo joven todavía, me di cuenta de que te puedes morir en cualquier momento. Así que no merece la pena vivir pensando en el futuro porque no sabes si lo vas a tener.

Su voz como un susurro en mi oído me puso la piel de la nuca de gallina.

—Mira estos versos: Abraza los talles esbeltos y besa las caras bonitas.

Tocó mi mano para cogerme el lápiz y el hormigueo me bajó desde el cuello hasta la cintura. No pude evitar dar un respingo.

—¿Estás bien? —preguntó apartándome el pelo de la cara. Yo no era capaz de mirarlo directamente.

—Sí, sí —le contesté rebuscando en mi carpeta. Las manos me temblaban, pero conseguí sacar un folio —. Por si queremos apuntar algo.

—¿Te preocupa que pinte en el libro? —rio y escribió mi nombre en el libro.

—¿Qué haces?

Intenté coger el libro para borrar mi nombre, pero él fue más rápido y estiró el brazo para alejarlo lo máximo posible de mí. Sin pensarlo me eché encima de él tirando de la manga de su jersey. Él soltó una carcajada.

—¡Chicos! —nos espetó la bibliotecaria.

Me aparté rápido de él. Las mejillas me ardían de la vergüenza.

—Tranquila, ya lo borro, no queremos que te expulsen también de este instituto. Bea no me lo perdonaría y no quiero más problemas con los hermanos Hernández. Con uno que me odie ya tengo suficiente.

Le quería contestar que nunca me han expulsado de ningún sitio, pero me pareció más interesante indagar en el tema de Carlos.

—¿Qué pasó con el hermano de Bea?

—Ha vivido en competición constante conmigo porque él es así: siempre tiene que ganar. Yo paso, a mí esas mierdas no me van —. Hizo una pausa para mirarme y yo asentí comprensiva. —Hace unos años —continuó— yo estaba muy enamorado de una chica, cometí el error de decírselo y él no paró hasta que me la quitó —. Agachó la cabeza y suspiró—. Encima me dejó de hablar, supongo que por miedo a que yo no me hubiera rendido.

—¡Menudo imbécil! —me salió del alma, pero según me oí, me arrepentí de haber saltado así y me puse roja. Rober se empezó a reir.

—Chicos —dijo la bibliotecaria—si seguís así os voy a tener que echar.

—Si estamos solos —susurró Rober ahogando una risa y contagiándome a mí.

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2022 ⏰

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