Masroud bajó las escaleras de amanecida , después de la cabalgada con la moza y la deliciosa cena cayo en un sueño profundo y reparador. Antes que cualquier lacayo entrase a traer el desayuno, como se había prometido el día anterior. Solo un pinchazo breve en la zona afectada al vestir pero tras de eso, se ajustó sus ropas y caminó fuera de aquella cárcel de oro.
La algarabía de la tropa llegó pronto a sus oídos. Se habían levantado todos con mucho humor por lo visto. En los largos bancos se alternaban gentes de su tropa con soldados del castillo. Alguno bebía a la salud del rey. En ese momento no supo a cual de ellos se refería, si a la del anciano o a la de su hermano, pero viendo la alegría de los hombres, buscó sitio entre ellos y en el acto le pusieron ante él un cuenco con gachas con frutos secos y miel. Aunque había una fuente de higos maduros a su lado. Lo primero que hizo fue tomar la dulce fruta entre sus manos, para quitarle la fina piel.
La risa se redobló a su alrededor, algunos le miraban con sorna. Las bromas eran cuchicheadas, y las risas llenaban todo el lugar ampliadas por el eco del techo abovedado.
Miró aquí y allá. Se unió a las risas mientras mordía dulce fruta. El hombre que se sentaba a su lado derecho le propinó un codazo al costado.
––¿Dormisteis bien anoche, mi señor?––preguntó el guerrero.
Masroud tomó una cuchara y removió el cuenco de gachas para que enfriase.
––Como un dulce bebé––dijo y se metió una cucharada caliente en la boca.
––Seréis el único, hasta la galería de los dormitorios de la soldadesca llegaron los gemidos de la dama––dijo otro de los soldados con ganas de guasa.
Masroud tragó con dificultad. No creyó que su escarceo con la criada ya estuviese en boca de la tropa, si apenas hicieron algún ruido. Añadiendo al asunto que era casada.
––Creía que éramos una tropa de soldados, no un lavadero a la orilla del río para oír chismes tan pronto––refunfuñó el guerrero, preocupado por la reputación de la mujer más que por él mismo .
A su derecha reconoció a uno de los que hacían guardia nocturna en la puerta de la princesa Thais. El tipo rehuyó la mirada y se puso más rojo que la grana.
––Un momento ¿Qué pasó anoche?––inquirió Masroud, no le pareció que el asunto se refiriese a él precisamente.
El de su derecha volvió a dar un codazo cómplice a las costillas de Masroud, ya empezaba a ser fastidioso. No es que él fuese muy amante de ser tratado como a un general de tropa, pero aquellas chanzas sin sentido acababan con la paciencia de un hombre que había tenido que guardar cama por un simple pinchazo de flecha.
––Decidme ya a las claras, ¿Qué ocurrió anoche?––preguntó Masroud.
––¿No echáis en falta a alguien?––dijeron los hombres.
Masroud miró en derredor entre rostros conocidos y otros menos, pero por momentos abrió los ojos y miró hacia el asiento que su hermano solía ocupar.
––El Sanguinario habrá acabado agotado, la potra le lleva unos años y estaba sin domar––añadió el de su derecha.
Al fin cayó en la cuenta y ató cabos. Por todos los dioses, Kiran había cumplido su anuncio de tomar a Thais. Se volvió hacia su izquierda dónde se sentaba el guardián.
––¿Cómo demonios?––le dijo con tono enfadado––Debeis guardar silencio de esos asuntos, sois un guardia no una freganchina.
––Se-señor, no tengo la culpa, dicen la verdad, a la dama se la escuchó gritar, y no precisamente de dolor hasta bien entrada la madrugada. E incluso cuando he abandonado mi puesto, volvía a...––dijo el tipo con el rostro tan rojo como la frambuesa silvestre.
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Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.
RomanceMasroud, hijo del rey Lothair y segundo en la línea de sucesión, se vio obligado a huir de su hogar a la tierna edad de once años. Junto a su hermano mayor Kiran, que apenas había alcanzado los catorce, y el pequeño Sheram, Masroud dejó atrás su des...