El regreso

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El aroma del recuerdo había perturbado sus memorias.

Hace mucho tiempo que no regresaba al puedo de donde había salido, del lugar en donde su infancia y adolescencia sucedieron.

Tal parece que estas casas malhechas no han cambiado para nada, ni siquiera se han esforzado en mejoras un poco -suspiró el muchacho con bostezos agigantados, observando mientras avanzaba por aquel polvoriento camino los lugares en los que, desde hace tantos tiempos, no hubiera preferido volver a andar.

Juegos de niños y travesuras, sus memorias volvían con macabro tono, ensombreciendo su mirada y empalideciendo el semblante animoso que mostraba al exterior.

Estos seres... siguen apareciendo entonces... siguen "bendiciendo" esta tierra -comentó para sí mismo con agonía- las cosas lamentablemente no han cambiado nada, esta es la triste verdad de todo.

Pasado el camino pudo verlos, ellos lo estaban recibiendo. Sus padres, de prisa, corriendo con gran ímpetu emocional, acercándose al muchacho, ayudándole con la carga que llevaba sobre sus hombros.

Ella lo ahogaba con besos y abrazos, enterneciéndose sobre el rostro del muchacho; su madre no dejaba de decirle cuánto lo ama con lágrimas en los ojos.

Entrando a la vieja casa se cruzó con su pequeña hermana, vuelta ahora una bella señorita. Él levantó la mano, saludándola.

Ella pasó de largo.

Apenas había hecho una expresión en el rostro, tal parece que para ella solo era una visita más, un extraño por el que había olvidado sentir amor.

¡Padre! -dijo el joven con emoción, viendo el envejecido rostro del anciano.

Aquel hombre detuvo el saludo de su hijo, sosteniéndole con fuerza con su huesuda mano, estirando un poco los dedos del muchacho. Se acercó entonces hacia su descendiente. Tomó un cuchillo pequeño, de metal completamente negro, que tenía guardado en su cinturón, dándole un corte en la yema de uno de los dedos, apretando un poco la herida.

Las gotas cayeron al suelo de la casa, una tras otra, oscureciéndose al contacto con el suelo.

El padre suspiró aliviado, su emoción no había sido en vano. Entonces se abalanzó sobre su pequeño, besándole en la frente mientras le daba un fuerte abrazo.

Entonces sí es él -comentó su hermana con expectativa, acercándose para limpiar la sangre del suelo, tomando el cuchillo que había usado su padre.

¡Podemos comer entonces! -celebró la madre, empujando con suavidad a su hijo hacia la mesa que les esperaba.

Un perro viejo que dormía en el patio pareció reconocer ese olor particular. Tomando fuerzas de sus recuerdos, levantó su maltrecha forma, corriendo con toda la velocidad que le permitían sus curtidas piernas.

Llegó hacia donde estaba su amo, saltando delante de él, haciéndole caer de la silla en la que se encontraba sentado. Lamió con energía la cara del joven, una y otra vez, mientras la familia observaba el esfuerzo en el movimiento de la cola del anciano animal.

El muchacho terminó con la cara babeada, mientras sus carcajadas alegraban la antigua casa.

Aquel perro lamió la herida del muchacho, frenando el sangrado.

Gracias -susurró el muchacho, lloroso, mientras se incorporaba del suelo, levantando la silla que se había caído.

Te hemos extrañado mucho, amor mío -dijo su madre entre con un andar presuroso, llevando a la mesa unos platos grandes llenos de ese guiso rojo que él tanto amaba desde que era pequeño.

El que había sido olvidadoWhere stories live. Discover now