VI.

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Maeve se sentía como una princesa vikinga, a pesar de su torpeza en casi todos los deportes del campamento. Sin embargo, con las espadas y el arco, era otra historia. Se sentía orgullosa de su habilidad, especialmente porque sus hermanos no eran tan diestros en el campo de batalla. Eran maestros en el arte de la seducción, una habilidad útil para evitar conflictos.

Silena intentó enseñarle a Maeve todo lo que sabía, pero fue en vano. A veces, parecía que Maeve podía emitir una voz magnética, pero rápidamente se convertía en un eructo. Después de tres días de intentos fallidos, abandonaron la idea.

—Eres muy joven... Ya te saldrá —dijo Silena, aunque no parecía convencida.

Maeve tampoco estaba segura de que fuera a desarrollar alguna habilidad mágica más allá de los eructos. Esto la llevó a cuestionarse. ¿Por qué era tan buena con el arco y las espadas y no con la magia? Había algo extraño en todo esto.
Además, Apolo, que a pesar de su castigo de aparentar catorce años, seguía intentando seducir a sus hermanas mayores, no le había prestado atención en ningún momento. Actuaba más como un amigo pesado que como un interés amoroso, lo que frustraba a Maeve más que cualquier otra cosa.

Bueno. No más que cualquier otra cosa.

Percy y sus comentarios le ponían de los nervios.

Y el tercer día de insultos acabó sobrepasando el límite de su bondad.

—No necesitas pintarte la cara para mí, sigues siendo la misma —dijo Percy con una sonrisa burlona, mientras Maeve se preparaba para entrenar.

—No me he maquillado, y si lo hubiera hecho, no sería por ti —replicó Maeve, sacándole la lengua en un gesto infantil.

Percy sonrió, su sonrisa era como una navaja afilada.

—Ah, claro. El magnífico Apolo, tu caballero dorado de ojos profundos, el amor de tu vida. ¿Intentas impresionarlo, verdad?

—Eso no es de tu incumbencia —respondió ella, restándole importancia. De repente, sus ojos se abrieron de par en par—.Espera. ¿Como sabes que...?

Percy comenzó a agitar un cuaderno rosado que Maeve reconoció inmediatamente; su diario. Un objeto que podría convertirse en su perdición.

—Devuélveme eso ahora mismo —susurró. Intentó gritar, pero su voz se había esfumado. Se quedó paralizada viendo cómo Percy sonreía y abría su diario.

—Querido diario, hoy he conocido a un chico MUY guapo, se llama... (¡No puedo creerlo, qué halago!) Percy Jackson —puso una voz aguda y estridente que pretendía ser de niña—. Pero es... ¡Un idiota!

Maeve sintió cómo la sangre le hervía. Le lanzó una mirada amenazante, pero Percy continuó leyendo como si nada, sonriendo burlonamente
.
—Hoy he dado mi primer beso... ¡A Percy!
Me pregunto si después de eso le gustaré un poco —cerró el cuaderno y puso cara de circunstancia—. Pista: No.

Maeve, que hasta entonces había estado enfadada, ahora se sentía completamente humillada. Ese cuaderno era suyo, Percy no tenía ningún derecho de leerlo en voz alta delante de los demás, y mucho menos de robarlo así como así.

Aquellos eran sus secretos. Sus pensamientos. ¿Y qué si Percy le había gustado un poquito al principio? Estaba claro qué era lo que le había llevado a odiarle. Esa personalidad, ese egocentrismo. Esa perfecta sonrisa que deseaba arrancar de su miserable cara.
Todos los niños del campamento les habían rodeado y habían escuchado absolutamente todo. No paraban de reírse de ella.
Apretó los nudillos con fuerza, sintiendo ganas de llorar.

—¿Estás contento? —Fue lo único que fue capaz de decir. La voz le temblaba demasiado. Percy alzó una ceja y Maeve consiguió hablar más alto y claro—. Te he hecho una pregunta. ¿Estás contento? Has recibido ya la atención que tanto buscabas. ¿Satisfecho? ¿Orgulloso?

 iliad──𝐩𝐞𝐫𝐜𝐲 𝐣𝐚𝐜𝐤𝐬𝐨𝐧 𝐚𝐮 (reconstruyendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora