Una mañana nueva.

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La mañana siguiente, después del cansancio del dia anterior, mi cuerpo necesitó algo más de descanso. Mi mente, acostumbrada a madrugar sí había despertado casi con el sol. Ayudó el recuerdo de unos puntos celestes en el abismo. Unos puntos azules que reconicí de momento, formando la cara donde incluirlos. No fue una pesadilla, tampoco un sueño perfecto. Sólo que no me dejor dormir tranquilo.

La ducha desentumeció mi musculatura y devolvió los ánimos para moverme. Salí dispuesto a desayunar, cámara en mano como ya era mi costumbre. El caminar lo dejaría para el día siguiente.

En la plaza del pueblo, centro neurálgico y comercial, se había concentrado todo lo que se podía precisar. Dos supermercados, una tienda de chacinas y productos serranos, una pastelería, el estanco y al menos seis "establecimientos de restauración", como me dije a mi mismo, buscando una descripción a estos bares, restaurantes, mesones, todo en uno. Salomónicamente, se repartían los clientes en unas mesas repartidas entre el centro de la plaza y el "paseo", parte del antiguo lavadero público. Me senté en una de las mesas, a la puerta de uno de los bares. Un café con leche y una tostada con aceite y jamón. ¿Por qué no?. Mis amigos, sumidos en la fiebre de cuidar sus cuerpos, rayando en la obsesión, habían pasado a las tostadas de pan integral, con una gota de aceite, y un vaso de leche de soja. Yo, aún me resistía a llegar a tanto, pero delante de ellos siempre pedía jamón cocido, o tomate. Hoy no.

Justo cuando mi café con leche llegaba, en la mesa que quedaba en línea recta a mí, en la acera de enfrente, un grupo de senderistas se sentaba, dejando mochilas y bastones junto a las sillas. Me quedé mirando, sin verlos. Sólo eran sombras que se movían. Volvía a pasarme como cuando subieron al autobús. Embobado, no ví como se acercaba una mujer a mi mesa, mientras otra, la camarera, me traía el resto de mi desayuno.

-Buenos días. ¿Cómo has pasado la noche?

El saludo me devolvió al mundo. Era Mariola. Formaba parte del grupo de senderistas que había visto llegar. La camarera dejó el plato con mi tostada en la mesa y se marchó. No sé si llegué a darle las gracias. Mariola se sentó al otro lado de la mesa, mirándome con sus ojos hipnotizantes, sonriendo.

-Si... Bien... Digo, que he pasado buena noche, gracias.

-Perdona que no desayune contigo, pero ya han debido pedir mi desayuno allí, los compañeros...- dijo señalando al grupo.

-Si, si, claro... No te preocupes.

Parecía un adolescente. No daba pie con bola, no acertaba a decir nada mas que frases cortas, casi babeando. Mientras Mariola volvía con su grupo, después de un "bueno, adiós, ya nos veremos", yo la seguí con la vista. Su imagen saltarina, como de una niña juguetona, risueña, con ojos brillantes que aún permanecían en mi mente, a pesar de no estar ya mirándome. Justo al llegar a la mesa, sorpresivamente, volvió su mirada hacia mí, provocando un pellizco en mis entrañas, y un seguro blanqueamiento repentino de mi cara, que intenté disimular bajando la mirada hacia mi plato que, por un acto reflejo de mis manos, casi vuelca con su contenido incluido.

Así, intentando volver a la normalidad, desayuné sin ser consciente de lo que hacía, sin atreverme a volver a dirigir mi vista al frente.

La Suerte No Se Encuentra...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora