Boah, siempre me gustaste.
Me gustaba la forma en que dabas saltos al caminar.
Como tu cabello se ondulaba en las puntas.
Tus risas que a veces parecían de niña pequeña.
Esos ojos que me miraban pasar por los pasillos.
Y cielos, Boah, ahora tan solo...
Cuando la habitación se sumió en oscuridad repetí tanto tu nombre que por un momento olvidé el mío.
No comí, no dormí. En algún punto mi cuerpo dejó de ser mío y esas acciones pasaron a segundo plano.
Quería verte. Lo anhelaba tanto.
Salí de la habitación desorientado, sintiendo la realidad distorsionada; extraña. Park Jimin, yo, ese chico que había estado tanto tiempo enamorado de ti, te buscaba casi con desesperación.
No me gustaba la soledad ni sentirme vacío, pero esa era mi situación. ¿Podía hacer algo para remediarla?
Cuando crucé la puerta de mi hogar sentí que el tiempo, ese que ya no tomaba en cuenta, tenía algo de sentido en todo lo abstracto de la situación.
Y sin saber por qué, terminé formando el mismo ramo de flores que te iba a dar ese día que me iba confesar.
Y me sentí estúpido, triste, nostálgico y algo esperanzado.
Porque aunque nada tuviera sentido, cuando se trataba de ti mi cabeza lograba funcionar con algo de razón por un momento.
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