9. LA MAGA (prt 1)

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Al día siguiente por la mañana Estíbaliz se presentó en mi piso con cara de circunstancias:

—Vamos a retirar el operativo. El comisario Medina me ha llamado. Dice que no puedo tener a más agentes de vigilancia por una llamada tan peregrina. Estamos con el caso de la librería Montecristo y hemos de avanzar. No podemos darle ninguna credibilidad a la llamada. El nombre que te dio el tal Calibán no aparece en ningún registro. Ni de fichados, ni del DNI. Posiblemente sea un nombre inventado. Ha sido, como nos temíamos, una broma macabra de un cínico con mucho tiempo libre.

Había amanecido lloviendo y no había gente por la calle, solo un par de
paraguas abiertos deambulando plaza arriba. Desde hacía cuarenta y ocho
horas me dirigía al ventanal de mi piso cada vez que entraba en casa y me
quedaba clavado tras la cortina, mirando hacia la plaza de la Virgen Blanca, escrutando todas las siluetas que la transzitaban, por si alguien con aspecto demensajero se acercaba al portal mientras intentaba en mi cabeza dar sentido a lo que no lo tenía.

—¿Y si la persona que secuestraron, la que gritó «Unai, hijo», está muerta? ¿Y si Calibán la golpeó y la mató? ¿No deberíamos buscar un cadáver, sea quien sea?

—Si ha habido un secuestro que ha salido mal, alguien habría denunciado una desaparición. Estamos pendientes de todas las alertas del país. Pero no hay denuncias. Y sin nombre, sin saber todavía desde dónde se produjo la llamada y sin cumplir con la prueba que prometió, no tenemos nada. Solo esperar. O solo olvidarnos.

—No soy de olvidarme. Y mucho menos de esperar. Tú tienes un contacto en el mundo de los libros de coleccionista en Vitoria, ¿verdad?

—Sí, la conozco desde que le traspasé el local donde mi hermano tenía la
herboristería y abrió su librería de viejo.

—Acompáñame, quiero hablar con esa librera.

La tienda esotérica del hermano de Estíbaliz había pasado a mejor vida.
Ahora exhibía ejemplares antiguos en su escaparate de cristal, en el local bajo la torre de Doña Otxanda.

Salimos de mi portal y nos metimos por el Casco Viejo. Atajamos por los
cantones, cuesta abajo, hasta llegar a la librería La Maga.

—¿Por qué le puso un nombre tan místico? Pensé que querría desvincularse del negocio de tu hermano —le pregunté.

—Yo también se lo advertí, pero la llamó así por el personaje de Rayuela,

de Cortázar, según me explicó. Dice que todas las mujeres de su generación querían viajar a París y ser La Maga para buscar y encontrarse con su
Oliveira.

Entramos al pequeño rellano y una campanilla avisó a su dueña.

Frente a nosotros, un letrero con una frase de Rayuela

casi me golpea la cabeza y la conciencia:

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

—¿Quién va? —preguntó una voz dulce de mujer.

—Soy Estíbaliz Ruiz de Gauna, Alicia. Vengo con un amigo.

La mujer salió, esperaba a alguien encorvado bajo sus gafas de media luna, pero encontré a una dama elegante, de pelo corto y flequillo rubio sobre un ojo que me miraba con curiosidad, casi con expectativa. Llevaba un traje de falda lápiz azul y unos tacones que manejaba con la soltura de quien no se baja de ellos.

Nos tendió la mano y la sonrisa comedida. Los ojos me miraban de arriba abajo y de abajo arriba.

—No hace falta que lo presentes, toda la ciudad conoce al inspector Kraken.

—Unai, prefiero Unai, de verdad. Y ya no soy inspector, aunque hoy puede
que se lo vaya a parecer por las preguntas que voy a hacerle.

—Tutéame, por Dios, me haces parecer una anciana —sonrió con calma. No
era coquetería, solo una constatación—. Pasad a mi despacho entonces, creo que estaremos más cómodos.

La seguimos escaleras arriba. Había remodelado la librería hasta dejar un
local sobrio con mucho gusto, casi minimalista. Pocos ejemplares a la vista, pero expuestos como si fueran joyas. El despacho olía a mueble caro y práctico, los archivos a sus espaldas perfectamente ordenados. Se sentó en su trono y esperó mi bombardeo.

—Decidme.

—¿Sabe algo..., sabes algo —me corregí— del Libro Negro de las Horas

de Constanza de Navarra?

El Libro Negro De Las Horas  (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora