DIME CON QUIEN ANDAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES

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DIME CON QUIEN ANDAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES

Queda poco para que el sol se oculte y Madison comienza a tener miedo. Su barrio no es seguro por la noche y si su plan no funciona está perdida. Sigue caminando sin detenerse tratando de ignorar el frío que le cala hasta los huesos. Frío. Su peor enemigo. 

Para bruscamente cuando al girar una esquina, adornada con dos jóvenes dándose el lote, se topa con un edificio de grandes muros de piedra. Un escalofrío le recorre al reconocer la oscura mansión, aunque prefiere achacarlo al viento que corre ignorando las alertas de las que avisa su cuerpo.  

Respira profundamente tres veces antes de andar de nuevo, temblando, por diversas razones. El frío empieza a hacer mella en ella y tiene que andar despacio cuando su mirada se nubla por el mareo. Por fin llega a la gran verja de entrada. De nuevo un escalofrío. 

- ¿Se te ha perdido algo bonita?

Madison da un torpe paso atrás cuando aparece el guardia de la puerta demasiado cerca de ella con una mirada que no predice nada bueno. Sus tatuajes se extienden por sus brazos subiendo por su cuello y no se detienen siquiera en su cara. Una lagrima, un par de cruces y el nombre de "Angelica" le hacen tener un aspecto rudo y descuidado. 

- ¿Estás sorda?- Frunce el ceño. 

Habría vuelto corriendo por donde vino de no ser por el repentino gruñido que retuerce su estomago recordandole su situación. Con la voz rota Madison consigue seguir con su misión. 

- Busco... Busco a Oliver, Oliver Walster. 

Levantando una ceja el guardia le mira de arriba a abajo desconfiado. Sin embargo la fragil chica no parece para nada una amenaza para la familia. Sus ojos cansados y manos temblorosas le hacen apiadarse de ella recordandole a su hija Angelica. Sin decir nada más da media vuelta y desaparece por dentro de la mansión en busca del susodicho sin hacer más preguntas. 

De nuevo sola en la calle Madison deja soltar un suspiro. Cierra los ojos sintiendo un nuevo mareo. Si no consigue algo de dinero pronto se le acabarán las pastillas. No quiere ni pensar en esa posibilidad. Vuelve a abrirlos cuando escucha unas grabes risas salir del edificio. Se trata de tres amigos que entre epujones salen a la calle. Deja de respirar cuando su mirada choca con la del más alto de los tres. 

Los intensos ojos de ambos se encuentran y no tardan en tratar de analizarse. Los dos jurarían haberse visto antes. El moreno no recuerda haberse topado jamás con una chica tan desaliñada y desnutrida como ella. Madison tiene la sensación de haber visto esas cicatrices antes. Esas que adornan la mandibula del hombre bajando por su cuello y desapareciendo por debajo de su camiseta. 

No rompen el contacto visual hasta que uno de sus amigos se dirige a ella. 

- El comedor social está a tres manzanas. No acampes en nuestra puerta en busca de un poco de limosna mendiga. 

El asco con el que pronuncia cada palabra se claba en la mente de la muchacha. Le da rabia, pero tiene razón. No recuerda cuando fué la última vez que tuvo una pinta digna. 

Baja la mirada al suelo porque no se atreve a decir nada al sentirse juzgada por las tres pesadas miradas. 

-  ¿Quieres que te echemos por las malas, rata? Vuelve a tu alcantarilla. 

El joven rabioso de pelo rubio se acerca amenazante con los puños cerrados enfadado por la actitud de la muchacha. En parte lo hace también porque, como nuevo miembro de la mafia, pretende demostrar su valía. Madison solo se pone a rogar a todos los dioses que el guardia aparezca con su hermano pronto. 

Bajo la mirada de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora