El chico vaca

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Enda Damo era una mujer muy peculiar y eso fue algo que Duncan descubrió muy pronto. Destacaba por su carácter y, sobre todo, por su forma de vestir. En el Capitolio, todos vestían con cientos de estampados y colores vivos, por eso ver a Enda vestida únicamente en tono negro, sin estampados, la hacía destacar entre la multitud.

Su pelo también era negro y liso, corto hasta la barbilla. Otro rasgo característico de Enda eran sus enormes ojos, todavía más saltones debido al efecto de las lentes de las gafas. Duncan no pudo apartar la vista de ellos mientras Enda le examinaba minuciosamente la cara.

— Bien, muy bien —murmuraba ella para sí—. Has hecho bien en no quitarle la barba del todo, siempre parecen demasiado aniñados sin ella.

Enda soltó el agarre en su rostro y se alejó.

— Ponte de pie, chico. ¿Cómo te llamas?

Era la primera vez que alguien del Capitolio le preguntaba su nombre.

— Soy Duncan, Duncan Greenheart —contestó y obedeció. En ese momento se dio cuenta de lo bajita que era Enda, quien llegaba a la altura del estómago.

— Duncan es un nombre precioso. Hmmmm... ¿Cómo te visto yo ahora?

Enda caminaba girando alrededor de él, mirándole de arriba a abajo varias veces.

— ¿Pero qué...? ¡Francis! —gritó de pronto, tan inesperado que todos en la sala, incluidos los Agentes de la Paz, saltaron en el sitio.

— ¿Sí? —el hombre se acercó rápidamente a ella.

— ¿Qué. Es. Esto? —pronunció casi con asco, sujetando entre el índice y el pulgar un pedazo de tela.

— E-eso... Eso es la capa de cortarle el pelo, jefa —comentó Francis, temeroso.

Enda se giró mirándole de forma intensa con esos inmensos ojos saltones.

— ¡Sin capa! ¡Te dije que los tributos tenían que estar ya sin capa cuando yo llegase!

— Apenas hemos tenido tiempo... Ahora lo arreglamos —Francis hizo un gesto a su equipo y rápidamente fueron a quitarle la capa a Duncan—. Y dime, Enda, ¿qué tienes ya en mente para el chico?

Las estilistas aprovecharon la distracción para quitar posibles restos del corte y arreglarle un poco el peinado.

— Todavía no lo he decidido del todo... —la mujer hizo un gesto con las manos y un pequeño holograma apareció ante ella—. Siempre les ponen de vaqueros. Vaquero, vaquero, vaquero —comentó mientras iba deslizando un dedo sobre el holograma, cambiando las fotos que mostraba—. ¡Hay que cambiar! ¡Innovar! —gesticuló enérgicamente con los brazos y rodeó de nuevo a Duncan—. Tengo un buen modelo para trabajar, de eso estoy segura, este chico está fuerte como un toro y...

Enda se frenó de golpe y alzó una mano de forma teatral.

— ¡Creo que ya lo tengo, Francis! —el holograma aparecio de nuevo y, con una especie de lápiz que había sacado del bolsillo, había comenzado a garabatear—. Si hacemos esto... Y esto lo ponemos así... —movió frenéticamente el lápiz—. ¡AJÁ!

El hombre sonreía ampliamente mientras iba mirando el diseño de Enda.

— Fabuloso, ¡una genio como siempre! —las estilistas también se habían acercado a mirar y cuchicheaban entre ellas—. Ya casi puedo verlo. ¿Y para la otra tributo?

Enda movió la mano con rapidez como quien espanta a una mosca.

— Eso es sencillo, si seguimos el mismo estilo tribal que con el chico, pronto aparecerá el diseño —tanto ella como los estilistas iban hacia la puerta y Duncan dudó, no sabía si podía seguirles.

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