Capítulo 5

1.1K 75 8
                                    

Solo tres semanas, se repitió Colin cuando la suela de la zapatilla de la Srta. Vardevon le pisó, en una impresionante seguidilla de veces los pies. Bajo la abochornada mirada de la descoordinada joven, Colin mantuvo el semblante gentil. Ni tras el más fuerte pistón de la embelesada señorita, mostró una mueca de dolor, o un atisbo de irritación. 

La muchacha, mantenía los grandes ojos marrones cual becerro perdido fijo en él, por lo que a él no le quedaba otra opción que actuar con la caballerosidad que le fue enseñada; ignorando las deficientes habilidades danzarinas de la debutante.


Lo más seguro, que ninguno de los ansiosos espectadores podía imaginar el disgusto que se cocía bajo el retacado semblante del caballero que con tanta aparente complacencia continuaba la danza. Aunque si resaltaba a la vista que la pareja estaba teniendo dificultades por mantener un fluido compás en la pista de baile.


Tres semanas se dijo para si mismo, una vez hubo finalizado el minué - o, la tortura en este caso -. Reverenció a una enrojecida Srta. Verdevon para a continuación, deslizarse por detrás de la fila de parejas que esperaban jovialmente a que la orquesta entonara una nueva pieza.


En tres semanas y dos días, su madre Violet, cumpliría años. Entonces, en tres semanas empacaría sus maletas, se pondría la primera galera que encontrase y partiría a rumbo desconocido. Y no podía estar más ansioso por ello.

Quizá por ello no le sorprendió cuando abordó a uno de los mozos que deambulaban entre las alas abiertas del piso inferior de la mansión de Lady Danbury. Para ser precisos, Colin se abalanzó sobre el primer criado que visualizó en busca de una copa de champán. La perplejidad en el rostro del sirviente, solo fue superada por la expresión del caballero, y su avasalladora necesidad de un trago.

Llevaba una hora desde su llegada, y no había parado de bailar. No fue una decisión voluntaria, claro está, sino infundida por su encantadora madre, quién no se abstuvo de llevar hasta su lado, una tras otra jovencita. La muy astuta esperaba en la periferia de la pista charlando con otras damas cuyas hijas estaban convenientemente solteras y lo abordaba una vez que quedaba disponible. En tanto, él se ocupaba de mantener sus pies, sus oídos, - y su cordura - a salvo de las damiselas que carecían de temas interesantes para conversar que no fuesen el clima, las festividades venideras, o lo impresionantes decoraciones de esa noche.

Por supuesto que estaba encantado de debatir sobre esas cuestiones, siempre que no fueran el constante punto de conversación. Al final, se limitaba asentir. Quizá, si la jovencita era en especial inquisitiva respondía con monosílabos y ella se daba por satisfecha. Pero por lo general, solo era necesario mirarlas fijamente y sonreírles para que se deshiciesen en risillas cohibidas, ganando entonces preciados segundos de silencio. Un elemento a su favor, que él estaba gustosamente acostumbrado a usar.

El burbujeante líquido se deslizó por su garganta con lentitud, y saboreó el ligero amargor al final del largo sorbo con placer. El deleite se esfumó pronto tan rápido como llegaba, puesto que, como ocurría siempre con irritante instantaneidad, emergía una inevitable sensación de culpa que lo acompañaba.

Observó el resto de champagne que quedaba en la copa con recelo a sabiendas que bastaría un sorbo para terminárselo. Lo peor, sin embargo, era que tenia la certeza de que esa simple copa no bastaría para saciar su sed. Para ahogar su conciencia. Y no es que no lo hubiese intentado ya en ese día, recordó azorado. 

Se había pasado el resto de la tarde desde que abandonó el bar de Mondrich evitando el seductivo titilar de las botellas. Se excusó a sí mismo afirmando que asistiría a la partida de poquer, a la cual Fife le había invitado un par de días atrás, para ponerse al día con sus conocidos. En su constante negación, se aseguró que bebería solo uno o dos tragos, no más. Mentiras! Cierto fue que disfrutó del póquer así como también de las ocurrentes conversaciones. Simplemente las botellas seguían llegando a la mesa. 

Nadie podría afirmar que Colin Bridgerton fuese un caballero dado a los juegos de mesa. Aquello solía hastiarlo con rapidez, sin mencionar el hecho de que el azar casi nunca estaba de su parte; no obstante, Colin si terminó disfrutando de aquella tarde de partidas, pues se encontró con la singularidad de que  varios caballeros habían encontrado estímulo en la valiente osadía de su hermano Anthony de finalmente poner fin a sus días de soltería  y aseguraban proceder con su ejemplo. Esta revelación no sorprendió a Colin, pero si que le interesó, puesto que solo significaba que él pronto tendría que sospesar esa decisión también.

Seduciendo a Miss Featherington (fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora