Tardaron tres semanas agobiantes sin que Hope tuviera noticias de Jen o Ben y la búsqueda de Clarke. Cada día que pasaba, la joven se sentía con menos ánimos. La culpa la carcomía y se ponía a pensar qué habría pasado si hubiese actuado diferente o qué habría hecho su padre en su lugar. Ni siquiera había tenido ánimos para asistir a clases, pero Lizzie la había arrastrado a cada una pese a sus quejas. Le decía que no la abandonaría después de todo el sacrificio que había hecho. Pero Hope se sentía muy lejos de allí. Su mente divagaba cuando hablaba con otras personas. No podía dejar de pensar en Clarke y en cómo le había fallado.
La joven se encontraba recostada en su cama, escribiendo en su diario, cuando Lizzie irrumpió como un torbellino en su habitación. Hope la miró con las cejas alzadas, expectante. Su amiga sonreía.
—Vamos, levántate —pidió y le quitó el diario de las manos. Hope la fulminó con la mirada—. Rápido. Debemos salir.
—¿Ahora qué? —preguntó mientras se levantaba perezosamente y buscaba su abrigo.
Lizzie la siguió y señaló su aspecto desaliñado.
—¿Saldrás así? —preguntó con una ceja alzada. Hope asintió y ella arrugó la nariz—. Por supuesto que no.
La joven apartó a Hope del armario y sacó algunas prendas de él.
—Ponte eso —pidió la joven y sacó un saco azul que no había usado en mucho tiempo—. Y esto. —Sonrió y pasó por su lado—. Te espero fuera de la habitación.
Hope miró a Lizzie mientras abandonaba la habitación. Luego observó la ropa que había elegido. Era elegante. No entendía por qué tenía que usarlo. ¿Acaso iba a venir alguien especial? Quizás algún familiar... O algún otro intento de Lizzie por presentarle un futuro candidato que ella acabaría rechazando. Pero estaba cansada de pelear, así que decidió darle el gusto esta vez. Se vistió, se acomodó el cabello, y se maquilló. Cuando se miró en el espejo, casi creyó ver a la antigua ella. Hacía mucho que no se preocupaba por arreglarse.
Soltó un suspiro, resignada, y salió de la habitación. Lizzie la vio y sonrió, satisfecha. Hope le devolvió la sonrisa, aunque esta fue más forzada.
—Ya verás como me amarás por esto —mencionó la rubia y empezó a caminar.
Hope puso los ojos en blanco. No quería salir con nadie. No quería saber nada de nadie. Pero se lo guardó par sí misma. No quería decepcionar del todo a la que se había convertido, probablemente, en su mejor amiga.
Llegaron a la puerta del patio trasero y Lizzie la abrió. Ambas salieron hasta que Hope se detuvo en seco unos metros delante de la rubia. Jen y Ben estaban frente a ella con una pequeña sonrisa. Pero había alguien más detrás suyo. Los hermanos intercambiaron una mirada y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
Hope contuvo el aliento.
Clarke.
Estaba allí frente a ella, igual de desconcertado.
Tenía algo distinto. Sus rasgos se habían vuelto más definidos, un poco más duros. Pero seguía siendo él.
La joven soltó el aire y se lanzó a sus brazos. Él la atrapó en el aire en el último segundo. Casi sin darse cuenta, se echó a llorar contra su hombro y se aferró con fuerza a su abrigo de color gris.
—Clarke —dijo en un sollozo. De verdad estaba ahí.
Él la apretó contra su pecho.
—Creí que no volvería a verte —mencionó en un susurro—. Como lo siento.
Hope se separó de él, casi a regañadientes. Quería permanecer a su lado hasta estar segura de que estaba bien.
—¿Cómo puedes disculparte? Eres tú el que ha estado desaparecido. Yo te debo una disculpa —replicó mientras se secaba las lágrimas.
Clarke apartó la mirada y se acomodó el cuello del abrigo. Hope se había dado cuenta de que era una manía que tenía cada vez que se ponía nervioso.
—¿Qué te hizo? —preguntó Hope, mirándolo a los ojos.
Él soltó un suspiro y se obligó a mirarla.
—No fue él directamente. Pero en su forja, extraían mi sangre hasta dejarme casi moribundo. Cuando me recuperaba, volvían a hacer lo mismo —explicó con la amargura en su tono—. Estaban haciendo armas, contra ti y el resto de dioses.
La presión en el pecho de la joven volvió a hacerse presente. Sí lo habían estado torturando. ¿Qué habría pensado? Quizás había pensado que lo había dejado a su suerte.
—Mi única forma de seguir, era teniendo la esperanza de que de alguna forma tú habías vencido —continuó y miró hacia el horizonte—. Jen me encontró hace una semana, en Noruega. —Hope abrió sus ojos como platos. No había esperado que David se lo hubiese llevado tan lejos—. Pero no pude venir antes. No en el estado en que me encontraba. —Hizo una sonrisa triste—. No creo que me hubieses reconocido.
Hope se llevó una mano a la boca, incrédula. Negó con la cabeza y volvió a abrazarlo.
—Lo siento tanto —se disculpó—. Pero empecé a buscarte en cuanto desperté.
Clarke la apartó con delicadeza y puso sus manos sobre sus hombros. Sus ojos brillaban. No había rencor en ellos y eso alivió un poco el corazón de la joven.
—Me di cuenta cuando quedaste inconsciente —declaró y Hope alzó sus cejas—. No sé por qué. Pero lo supe. Como si de alguna forma estuviéramos conectados.
Hope se mordió el labio inferior. Entendía lo que sentía. De hecho, había sentido esa conexión más de una vez. Pero había algo más profundo que eso.
—¿Qué pasó con las armas? —preguntó, incapaz de hablar de sus sentimientos frente a Lizzie.
Algo en la expresión de Clarke cambió, solo por un instante, una mezcla de desilusión y tristeza. Pero desapareció enseguida cuando bajó sus manos.
—Ben se las dio a Alaric. No cree que sea buena idea que ninguno de ellos deba tenerlas —respondió y se encogió de hombros—. Aunque también podrían matarnos a nosotros.
Hope asintió. Tenían tanto de qué hablar.
—Vamos. El resto debe darte la bienvenida —indicó la joven y Clarke la siguió.
Cuando pasaron junto a Lizzie, Hope le agradeció con una brillante sonrisa. Por fin, se sentía un poco más completa.
Todos recibieron a Clarke con alegría y vítores, como si no hubiese sido su enemigo el año anterior. Eso pareció sorprenderlo.
Cuando se reunieron con sus amigos, Hope le contó a Clarke todo lo que había pasado desde que había desaparecido. Sus miradas pasaron de la sorpresa al horror.
—Pudiste haber muerto.
—Pero soy una diosa. Semi, quizás. Sospecho que ya no poseo todo el poder inicial —replicó Hope con una pequeña sonrisa.
—Una diosa —murmuró Clarke, sopesando la palabra.
—Ambos lo somos. En parte, al menos —respondió y entonces abrió los ojos. Tenía una idea—. Sígueme.