|Capítulo 11|

2.4K 175 433
                                    

   

Adrien

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Adrien

—¿Dónde te crees que vas con MI hija?

     La voz de Sabine se escuchó atronadora. Severa. Firme. Bacisamente el tono que hace que te cagues en los pantalones. Como un cadete frente a su general el primer día de alistamiento.

     Fruncí mis labios en una fina línea y cerré los ojos durante un par de segundos. No podía permitirme más tiempo, en especial con esa mujer detrás de mí. Los abrí de nuevo, en esta ocasión con la mirada caía sobre el rostro de Marinette.   

     Ella seguía completamente dormida. Parecía no haber escuchado una sola palabra de la boca de su madre, lo que me llevó a pensar en dos opciónes: que ella estaba tan profundamente dormida que no se enteraba de nada o estaba tan acostumbrada a los gritos de esa señora cascarrabias que para ella su voz cabreaba era como el sonido de los pajaritos. 

    En cualquier caso, me obligué a responder.

    Girando únicamente la mitad de mi cuerpo, sostuve con aún más fuerza a Marinette y le respondí:

    —Me la llevo a mi curruaje—mi voz se escuchó extrañamente serena y seria. Raro, porque yo no me consideraba un tipo serio, precisamente. Más bien lo contrario, solía tomarme todo a broma.—No se encontraba bien. Y no es para menos. En especial si la obligan a estar en un lugar donde ella no quiere estar.—Mis ojos se entornaron con claro desdén.

     Puede que yo hubiera sido un imbécil y no me diera cuenta de lo que pasaba con Marinette en su debido momento, pero joder, Sabine era su madre. Apostaba lo que fuera a que ella debía saber el momento exacto en el que su hija empezó a encontrarse mal.  O puede que la propia Marinette le hubiera comentado cómo se sentía antes de venir a esta fiesta de mierda. 

     —Mi hija estaba perfectamente—aseguró Sabine. Levantó la barbilla, adoptando una pose erguida y orgullosa.—Hasta que ha tenido la mala fortuna de encontrarse contigo, muchacho.

    Arqueé ambas cejas, burlón y sonreí.

     No dije nada, tan solo la miré, incrédulo y sonriente. Esa vieja realmente no entendía nada. No comprendía ni a su propia hija.

   —Comprenderás ahora por qué le pedí estrictamente que no se acercara a ella.—Prosiguió ella. —Sabía que ella reaccionaria de esta manera.—Su voz se quebró, como si estuviera a punto de llorar. Puede que ya estuviera haciéndolo, solo que, la oscuridad no me permitía ver sus ojos, posiblemente cristalizados.—¿Te das cuenta del daño que puedes hacerle? ¿Que podrías haberle hecho? ¡Da gracias que nadie os ha visto juntos! ¡Podrían condenarla de nuevo! Ya ha levantado sospechas al salir corriendo del baile.

   —Señora, no fui yo el que provocó que saliera corriendo en mitad del baile—espeté. Mi mandívula se apretó y cuando sentí la brisa de un viento más frío, proseguí mi camino, como si esa vieja no estuviera delante de mí pidiéndome explicaciones. —Fui el único en esa fiesta que tuvo los condenados cojones de salir a buscarla. Porque a diferencia de usted y del resto,  vi que algo estaba mal con Marinette.—Levanté el mentón y la miré con ojos entornados. —Ya veo que no me equivoqué. La conozco muy bien.  Puede que hayan pasado los años, pero todavía sé cuando sus manos empiezan a temblar. Cuando sus hombros se levantan y esconde el cuello entre ellos. Y cuando se compunge consigo misma, como si quisiera tener un caparazón donde esconderse. Sé todo eso de ella, porque viví con ella lo suficiente como para saber qué la atormenta y qué le da miedo.

Cadenas de Seda | Adrinette & Lukloe | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora