Tan polvoriento y solitario como siempre, con aquellas telarañas en las paredes que se habían acumulado después de tantos años. Los cristales rotos, balas y sangre que bailaban sobre el suelo desde hacía un buen rato.Aquel día, el hombre volvió a abrir sus afilados y perturbadores ojos, con sangre aún por algunas partes de su cuerpo.
Las balas, que apenas le habían dañado, estaban esparcidas por ahí.
Se incorporó y se percató de la sangre que tenía sus manos y lo manchada que estaba su ropa de esta.
Suspiró tan enfadado que parecía que iba a transformarse en un ogro y miró a su alrededor; se habían ido todos, con Patrick.
Escupió sangre y se levantó con desesperación, después se echó las manos a la cabeza y gritó con todas sus fuerzas.
Rabia, desesperación, locura.
Todos esos sentimientos se habían apoderado de aquel una vez más, sin embargo, empezó a reír como el psicópata que era.
— ¿Crees que has ganado, puta zorra? — aullaba con todas sus fuerzas. — Esto no se ha acabado aquí, pequeña Taylor.
Confirmó mirando a la ventana de su lado derecho y con una expresión aterradora.
Se fijó en el paisaje, aquel sitio abandonado rodeado de tantos árboles, los cuervos que cantaban tan ansiosamente para sus oídos, en cada detalle.
— Esto acaba de empezar. — añadió antes de volver a reírse como el loco que era.
Sus pasos sonaban por el hospital con eco, cosa que la ponía nerviosa.
Todo aquello estaba en silencio, parecía ser un día bastante tranquilo.
Después de pasar el día entero durmiendo y en cama, Mar decidió ir el día siguiente a visitar a su padre, esperaba que la comida y el cuidado de los médicos le estuvieran sentando bien.
Estaba tan triste que pensaba que quedarse en cama llorando por la posible muerte de Jimin sería la mejor opción, pero ya que su padre era lo único que había salido casi con vida de aquel sitio y llevaba tanto sin verle, optó por ir allí.
Tras saludar a las enfermeras de la recepción, se dirigió a la habitación de Patrick con una cesta de melocotones, la fruta preferida de ambos.
Había comprado unos cuantos en la frutería de su calle, vendían todo tipo de frutas y verduras de gran calidad.
Después de tocar la puerta, entró con la bolsa de melocotones y se sentó al lado de su padre, que estaba mirando al techo pensativo.
— ¿Papá? — lo llamó con una pequeña sonrisa. Patrick podía llegar a ser algo despistado a veces.
— Oh, ¿qué? ¡Mar, si eres tú! — giró su cabeza al verla y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja, que aumentó todavía más al ver la bolsa de melocotones. Sin duda Patrick tenía más color, y sus ojos aún con ojeras parecían estar empezando a brillar. — No me digas que esos son melocotones.
— Lo son, ya sabes cómo te gustan. — le afirmó dejándole la bolsa en la mesita que había al lado de la cama. — ¿Cómo estás?
— ¡Como una rosa! La comida del hospital nunca ha sido la mejor, pero después de estar meses sin dar bocado, todo me ha parecido delicioso. Me comería una vaca ahora mismo.
Ambos empezaron a reír por el comentario del mayor, Mar estaba contenta de que estuviera comiendo, eso significaba que su cuerpo volvería a tener nutrientes.
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Mi ángel guardián
RomanceMar es la directora de la empresa de videojuegos más grande de su ciudad. Vive con su padre en una humilde casa donde ambos intentan conservar la poca felicidad que les queda después de que su madre se marchase de casa. Todo cambiaría cuando las a...