Benjamin
Mientras me duchaba, el recuerdo de aquel sueño no dejaba de atormentarme. Me apoyé en la pared, tratando de despejar mi mente. Tras un momento, me envolví en la toalla y salí del baño. Me dirigí al ropero para vestirme, pero el recuerdo seguía ahí, repitiéndose en mi mente. A pesar de mis intentos por distraerme, la frustración y la incomodidad eran palpables, ya que el recuerdo se negaba a desaparecer.
—¡Benjamín!— me sacó de mis pensamientos el grito de Enigma lo cual agradecía.
—¿Q-qué pasa?— respondí, desconcertado.
—Te he estado llamando y, a pesar del ruido, no me escuchabas—dijo con un tono preocupado—. ¿Estás bien?
—Eh, sí, sí—contesté sofocado sin saber exactamente por qué—. Estoy bien, estoy bien.
—¿Seguro?
—Sí...—dije mientras ella me sonreía.
—Hablé con Laura... creo que nos llevaremos bien—cambió de tema—. Bueno—intentó tocarme, pero me alejé—. Sino se acerca mucho a ti—dijo en un tono más bajo, poniéndose seria—. Estoy bromeando—aclaró, aunque no podía escucharla porque mi mente estaba lejos—. ¿De verdad estás bien? ¿Querés que llamemos a Laura?
—No, no, tranquila, estoy bien—respondí, pero ella se quedó en silencio por un momento—. ¿Qué quieres hacer aquí?—cambié de tema—. Por lo que veo, nunca has estado en este país, y hay muchas cosas divertidas que hacer.
Ella seguía con la cara seria, pero ahora parecía más preocupada.
—Quisiera completar la carrera—dijo—. Sé que se toma su tiempo, pero insistí tanto para que mi abuelo me permitiera estudiar que no terminarla es doloroso.
—Es cierto que el papeleo es difícil, pero podemos lograrlo—dije forzando una sonrisa.
—Benjamín, ¿de verdad estás bien? Empiezo a preocuparme—volvió al tema como si se diera cuenta de todo.
—Estoy bien—me levanté y me alejé de ella cuando noté que quería acercarse.
Sé que suelo evitar el contacto físico, pero con ella, todo era diferente. Extrañamente, solo a ella le permito que se acerque, que me toque, que me consuele de alguna manera. Aún así, me encuentro luchando contra un deseo profundo de que no lo haga, de que no toque mi dolor, de que no me vea así.
Me siento atrapado entre la necesidad de mantener mi muro intacto y la vulnerabilidad que siento frente a ella. No quiero que vea cómo me afecta ese sueño, cómo me desmorono. La última cosa que deseo es que se preocupe por mí; no quiero que sienta el peso de mi angustia.
—¿Me puedes dejar solo? Necesito descansar un poco—le pedí, enfrentando la dificultad de fingir que todo está bien. Es como si mi mente y mi corazón estuvieran en desacuerdo: mi mente quiere mantener la compostura, pero mi corazón no puede evitar que el dolor se refleje.
—Por favor—insistí, y ella asintió y se marchó.
Sé que ella se da cuenta, y no puedo evitar sentirme mal por mostrarle esta parte de mí que no suelo exhibir. Me duele reaccionar así, pero, a pesar de todo, su presencia me resulta un consuelo agridulce. Es un enredo de emociones, donde el deseo de que no se involucre choca con la necesidad de su apoyo, aunque sea en una forma tan sutil y delicada.
De repente, la vibración de mi teléfono llamó mi atención. Al buscarlo entre las sábanas, vi que era mi madre. Su nombre me hizo sentir un nudo en el estómago. Ella nunca se mete en mis decisiones, y no me llamaría a menos que algo grave estuviera ocurriendo. ¿Será que Perla no está bien?
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La cruz roja
RomanceDicen que el amor no es ciego, pero nos priva de la vista, porque una vez que lo conocimos, ese amor es lo único que puede hacernos sentir vivos; nos da coraje, pero también nos da desesperación la idea de perderlo. Amar incluye la crueldad de tener...