CAPITULO 6

3.8K 392 80
                                    


UNA NUEVA FAMILIA

|Sara Stone|


Acaricié la pequeña cabeza de Sebastián con tanta  suavidad y luego pase a la diminuta nariz de Ana. Siendo tan pequeños, tan frágiles, simplemente sentía que podía romperlos sin esfuerzo alguno.

—Esta desesperado preguntando por ti — dijo la doctora Foster. — ¿Quieres qué lo haga pasar ya?

Asentí con la cabeza.

No paso ni un minuto cuando ya lo tenía parado frente a mi, con sus ojos llenos de asombro, su respiración apagada y su boca entre abierta. Era exactamente la expresión que me imaginé que tendría al verme con los dos bebés entre mis brazos.

No podía haber sido mejor.

— Acércate, no muerden — bromeé y pareciera que mis palabras lo sacaron de su trance.

Se arrodilló y comenzó a observarlos con sumo detalle; uno por uno y con lentitud.

—¿Quieres cargar a alguno? — pregunté.

—No — respondió de golpe. — No, yo... No quiero lastimarlos.

—Eres su padre, no vas a lastimarlos.

Me miró pensativo y yo moví mi brazo ofreciéndole al pequeño Sebastián. Él titubeó, pero al final decidió aceptar y lo sujeto entre sus brazos. Estaba temblando como gelatina. Eso me hizo reír.

— Es tan pequeño — murmuró sin apartar su mirada de él. — Y frágil como un cristal...

Lo escuché suspirar profundamente y después reír con incredulidad.

—¿Qué es lo gracioso?

— Que fui un completo idiota todo este tiempo por temerle a algo tan maravilloso — respondió y su cálida mirada se volvió hacia mi.

No pude evitar estremecerme.

—Espera a que tengan la edad de Fátima. — murmuré.

Regresó hasta mi, depositándolo nuevamente en mi brazo. Y luego su mano paso a acariciar la mejilla de Ana.

—Gracias... — susurró.

— ¿Por qué?

—Por hacerme el hombre más feliz. —suspiró — Hace diez años no me hubiera creído capaz de serlo algún día.

— Leo, no digas eso...

Colocó la palma de su mano ahora sobre mi mejilla y comenzó a acariciarla con suavidad y ternura con el pulgar.

—Sara, te amo — confesó — Eres la mujer de mi vida y no hubiera preferido a nadie más que no fueses tu con quien formar una familia. Se que puedo ser un cretino la mayor parte del tiempo, pero es algo con lo que trabajo día a día. Porque quiero ser el hombre que tu si mereces, mi pequeña traviesa.

Finalizó depositando un sutil beso sobre mi nariz.

—Yo, es solo que... — prosiguió. Estaba imparable y tan transparente. — Llevaba muchos años sintiéndome sólo que el tener mi propia familia me aterraba de una manera que jamás vas a llegar a entender, pero ahora... tu lo has cambiado todo y, Dios, vas a ser una excelente madre. ¡No! La mejor de todas.

Se inclinó ligeramente para besarme esta vez en los labios. Un beso suave y gentil. Lleno de amor y calidez.

—Y tu serás el mejor padre del mundo — respondí devolviéndole el beso.

— Aún es pronto para decir eso — dijo dejando escapar una tierna sonrisa, una muy fugaz.

Su rostro dejó de mostrar cualquier expresión relajada y comenzó a pensar, pero esta vez algo era diferente: Ya no parecía ese hombre frío y tosco que demostraba ser con frecuencia, ahora me estaba mostrando su parte más vulnerable, aquella parte que sólo me mostró aquella vez cuando me contó su pasado lleno de oscuridad. Sin embargo, esta vez era vulnerable debido mi y por razones totalmente diferentes a las de aquel entonces.

Ahora yo era su mundo, aquel mundo que lo llenaría de alegría y amor, pues ya éramos padres y las cosas serían totalmente diferentes.

Y entonces me puse a pensar en la primera vez que lo conocí:

—Sabes — murmuré para no despertar a los bebés — Honestamente debo decir que cuando te vi por primera, pensé en que eras el hombre más guapo que haya visto jamás.

— Bueno, eso no me sorprende — respondió coqueto.

  —No seas narcisista —le solté un pequeño golpecito en el hombro sin dejar de sonreír — Por otro lado, — proseguí intentando mantenerme seria — Cuando me echaste de tu empresa al descubrir que yo no era la tal Clarisa, juro que deseé no volverte a ver nunca más.

— Y por eso me tiraste el café encima, si lo recuerdo muy bien — sonrió por lo bajo jugando con la manita de Ana — En realidad debiste haberme pateado las bolas por mi actitud tan canalla.

—De haber hecho eso, Ana y Sebastián no estarían aquí ahora — bromeé soportando la risa.

—  Claro, por eso lo hiciste después.

Leonardo si que estalló a carcajadas. Y eso era lo que yo más amaba, esa radical diferencia de no verlo reír con mucha frecuencia y que ahora lo haga con tanta naturalidad.

— Tengo curiosidad… — suspiré inquieta — de saber que fue lo primero que pensaste de mi cuando nos conocimos.

Cerró los ojos con fuerza y chasqueó la lengua.

—En realidad no lo recuerdo muy bien. — asintió divertido rascándose la nuca en señal de incomodidad.

—¿Cómo no vas a recordarlo? — insistí —¿Qué piensas contarle a nuestros hijos cuando pregunten?

—¿Por eso estas recordando como nos conocimos? — preguntó incrédulo.

— Por supuesto — respondí haciendo un mohín. — Me gustaría saber cual fue tu primera impresión sobre mi para modificarla solo un poco.

Leo sostuvo mi mano y la beso tomándose un tiempo.

— ¿Fue algo muy malo? — cuestioné.

No es qué esperara a que me tirara rosas, pero tampoco quería escucharlo decir algo que me dejara un mal sabor de boca.

— Sara, en ese entonces era un completo idiota.

— Entonces si fue algo malo — fruncí los labios desviando la mirada.

—Fue una estupidez.

Negó con la cabeza dejando escapar un suspiro entrecortado.

—  Esta bien, prefiero no saberlo.

—En realidad, lo primero que pensé al verte fue... en tu cuerpo. — confesó dejándome con la boca completamente abierta — Que si debajo de aquel atuendo que llevabas puesto había un cuerpo digno de admirar. Intentaba descifrar si detrás de esa blusa holgada y falda larga habían curvas. Eso fue lo primero que pensé al verte.

Se quedo en silencio analizando mi rostro y yo solo podía pensar en lo lindo que se miraba con las mejillas sonrojadas por la vergüenza que estaba experimentado al haberme confesado aquello.

— Vale — dije ocultando mi diversión — Definitivamente no podemos decirle eso a los niños.

No me sentía ofendida, puesto que ese era un comportamiento tan típico de él en aquel entonces. Si, definitivamente había sido una estupidez.

— Definitivamente no, Sara. — mordió su labio inferior mirándome con cierta insinuación.

—¿Por qué me miras así?— cuestioné cohibida.

—  Me has traído recuerdos — murmuró con voz ronca — Y es solo que ahora no puedo dejar de pensar a todo lo que voy a hacerte cuando te recuperes.

Ahora la que estaba sonrojada era yo.

Después de todo, parecía que si le gustaba todo de mi.

¡ELLA ES MI DESASTRE! ™ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora