Caso 6. Los tres favoritos de la infortuna

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Perséfone evitó la mirada del abogado después de quitar el cerrojo de su propio departamento. Teniendo en cuenta lo vergonzosa que fue la mañana, no estaba lista para enfrentar las consecuencias de sus actos. Darius los seguía muy de cerca; de hecho, la detuvo antes de abrir la puerta para ser él quien entrara primero. La mujer agradeció que el oficial fuera tan cuidadoso, a la vez que no soportaba quedarse atrás con Artem. Sacudió la cabeza, debía concentrarse. Sus vidas corrían peligro al venir aquí.

El capitán Morgan dio la señal, el departamento estaba vacío; sin embargo, la mujer inspiró espantada al ver el lugar casi totalmente destruido. La colección de cerámicas antiguas de Neil estaba hecha añicos en el suelo del recibidor, su ropa tirada por toda la casa, los muebles de la sala y colchones fueron abiertos con un objeto punzocortante, los zapatos, artículos personales y almohadas fueron arrumbados en el closet, algunas cosas estaban rotas y otras solamente maltratadas.

—Estuvieron aquí —señaló Artem —. No debe tener más de veinticuatro horas.

—Esculcaron el lugar mientras yo estaba en la cárcel —apuntó Perséfone —. Qué listos, me utilizaron de señuelo para que la policía estuviera demasiado ocupada conmigo y pudieran invadir sin ser detectados.

—La puerta estaba cerrada, ¿cómo entraron sin romper el cerrojo? —preguntó en voz alta el oficial. Regresó a la puerta y estudió la cerradura, no había sido forzada —. Debieron haber conseguido una copia de la llave.

—Neil —murmuró, horrorizada, la mujer —. Usaron la llave de Neil.

Salió disparada hacia la habitación que utilizaban de estudio, el cual expedía un fuerte olor a quemado. Los papeles que guardaban, las cajas con carpetas de los casos, notas, todo estaba perdido. Fue incendio controlado, ni siquiera los detectores de humo se activaron, o tal vez fueron removidos. Las laptops y computadora principal fueron reventadas a golpes con un objeto contundente.

La impresión fue tremenda. Perséfone cayó de rodillas, abatida, y acarició con las yemas de los dedos los pedazos de papel quemado. El trabajo de su vida hecho cenizas, sus sacrificios fueron en vano y los recuerdos felices reducidos a nada. Hizo un esfuerzo mayúsculo por no echarse a llorar, se sentía tan rota como su departamento.

Artem se apresuró a seguirla, incapaz de mencionar palabra alguna al presenciar el dolor de Perséfone. No se atrevió a tocarla, ni siquiera el hombro, para consolarla. Al contrario, se quedó de pie a su lado, mirando el antiguo estudio con lástima.

Darius, por otro lado, llamó a su oficina.

—Requiero refuerzos al norte de Stellis, te envío la ubicación. Sí, sí. Allanamiento de morada y destrucción de la propiedad. Uno de los residentes está desaparecido, su compañera piensa que utilizaron su llave para entrar sin forzar la cerradura. No, no fue voluntario. Manda a nuestro equipo especial y quiero que los vigiles muy de cerca, esto es un caso complicado. Sí, nos iremos antes de que lleguen, no queremos las miradas sobre ella. —Colgó sin despedirse.

Esto era realmente grave. Primero tenía que sacar a Wing y la mujer del lugar antes de seguir investigando. Si se quedaban más tiempo, podrían atraer la atención de Massimo. Se alejó de la entrada y se dirigió hacia las habitaciones, lo que se encontró le partió el corazón. Se acercó al abogado cuidando el ruido de sus pasos y le puso una mano en el hombro.

—Tenemos que irnos —susurró.

—Dale un momento —pidió el legista.

El capitán asintió con total seriedad y se llevó al otro fuera de la habitación.

—Pedí refuerzos, pero debemos irnos antes de que lleguen.

—Comprendo.

—¿Ella estará bien? —preguntó, preocupado.

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