· CAPÍTULO 12 ·

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La mañana estaba transcurriendo con normalidad. La serenidad y la rutina dominaban la oficina. Lástima que aquel plácido día tuviera que ser arrollado por un inesperado nubarrón. Como solía decir Claudia, si estás teniendo un día demasiado tranquilo prepárate, algún idiota se te va a cruzar en el camino.

Estaba en el descanso, tomando un café y charlando con Natalia en la cafetería de la empresa. Alzó la vista y vio a Bruno cruzando la puerta. No hubiera tenido mayor relevancia, si sus pasos no se hubieran dirigido hacia a su mesa.

—Oye, Claudia, ¿podemos hablar un momento? —dijo él.

—Claro, tú dirás.

—En privado, por favor —apuntó Bruno mirando a Natalia.

—Tranquilo —intervino Natalia pillando la indirecta—. Luego te veo, Clau.

Natalia cogió sus cosas y se fue. Bruno tomó asiento frente a ella. Conocía perfectamente esa sonrisita exasperante que dibujaban los labios de su ex. Tenía puesta esa mirada altiva que tanto detestaba. Se preparó, con resignación, para lo peor. Más le valía que no fuera a tocarle las narices. Aún no había perdonado la encerrona de la cena.

—Ya estamos solos, ¿qué quieres? —preguntó sin rodeos.

—¿Te apetece quedar hoy para comer? —preguntó él.

—Ya tengo plan. De todas formas, no tenemos nada que hablar fuera del trabajo.

—Verás... El viernes cuando te fuiste de la fiesta tu padre me contó ciertas cosas.

—¿Qué cosas? —La cara de Claudia pasó de desinterés a enfado.

—Dijo que me echabas de menos, y que estaba convencido de que tarde o temprano me pedirías que volviera contigo.

No se había equivocado en sus predicciones. Si había una fórmula matemática capaz de reventar cualquier momento de calma, era aquella en la que su padre y Bruno formaban parte de la misma ecuación. Su ex se estaba moviendo en terreno pantanoso.

—No te lo habrás creído —dijo con cara de pocos amigos—. Lo nuestro está más muerto que una barra de labios en un horno a máxima potencia. Y así seguirá.

—Me resultó bastante sorprendente, la verdad. Pero creo que le gustaría que volviéramos. Me insistió bastante en que tratara de arreglar las cosas contigo y...

—Espera, espera... —Ni siquiera le dejó terminar. Negaba con la cabeza mientras escuchaba atónita aquella nefasta sugerencia—. ¿Estás insinuando que deberíamos volver porque a mi padre le haga ilusión? ¡¿Tú te estás oyendo?!

Claudia se levantó de la mesa. Trató de aplacar el tono para no montar un espectáculo allí. Pero la mirada de rechazo que le lanzó a Bruno dejó clara su postura.

—No seas así —respondió Bruno levantándose también y acercándose a ella. Trató de cogerle la mano, pero Claudia la apartó de inmediato—. Cuanto mejor estén las cosas con él, mejor para los dos. ¿No lo entiendes? Ambos ganaríamos.

—Ese argumento me acaba de dar asco —replicó con rabia en un tono suficientemente bajo para que solo lo escuchara él—. ¿En qué te has convertido?

—Piénsalo, ¡por dios! —insistió—. ¿Cuántas parejas lo hacen y les va bien?

—No sé por qué sigo escuchándote. —Cada palabra incrementaba aún más su ira. Estaba rozando el límite de la moderación—. Ya he tenido suficiente —cortó.

—Te arrepentirás —advirtió él.

—No te atrevas jugar con fuego —sentenció mirándolo con dureza a los ojos.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora