38. Motos, amigos y postres

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El sonido de una bocina familiar interrumpió el murmullo constante del Carver Café

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El sonido de una bocina familiar interrumpió el murmullo constante del Carver Café. Levanté la vista de la cafetera, donde terminaba de servir un latte, y vi la vieja camioneta roja de Bella aparcada justo frente al ventanal. Estaba al volante, sonriendo, con una emoción inusual en sus ojos. No parecía uno de sus días apagados.

Coloqué la taza en la bandeja de una clienta y limpié mis manos con el delantal. Cuando nuestras miradas se cruzaron a través del vidrio, alcé las cejas preguntando qué hacía allí. Bella hizo un gesto con la mano para que saliera. Sonreí apenas, y con las manos, le señalé desde el mostrador:

"Trabajo."

—Eli, ve con Bella —dijo mamá desde el otro extremo del café, mientras entregaba la cuenta a una pareja mayor—. Puedes salir temprano hoy. Ya casi terminamos con la hora pico.

Me giré, sorprendida, y ella me guiñó un ojo. Sonreí con gratitud, me desaté el delantal, lo colgué en su gancho y me deslicé hacia la parte trasera del local.

En el vestidor, me quité el uniforme y me puse un par de jeans y una blusa de lino clara. Saqué mi bolso del locker y, al pasar de nuevo por el mostrador, tomé un par de cupcakes decorados con glaseado de crema y espolvoreados con canela. Elegí los más bonitos. Era mi manera de decir "hola, quiero llevarme bien contigo".

Bella ya me esperaba con el motor encendido. Subí a su lado y ella no perdió tiempo en poner la marcha.

—Tengo un plan —dijo con una sonrisa que me hizo arquear una ceja.

La miré con curiosidad, esperando más información. Le hice un gesto para que siguiera hablando.

—Vamos a La Push. Compré dos motocicletas hace un par de días —confesó, bajando un poco la voz, como si alguien pudiera oírnos—. Las llevé a la casa de Jacob para que las repare... en secreto. Charlie no puede saberlo. Y mucho menos Billy.

Me giré hacia ella con los ojos bien abiertos y luego señalé el volante con una ceja levantada, como si dijera: ¿Me estás trayendo a esto?

Bella rió.

—Sí, sí, ya sé. Suena loco. Pero confía en mí, vale la pena.

Con las manos, le hice el gesto universal de cerrar la boca con una cremallera y tirarla lejos. Ella comprendió la intención y sonrió.

—Gracias por guardar el secreto. Si tu mamá supiera que te estoy metiendo en esto, probablemente me vetaría de por vida.

Asentí lentamente, haciendo un gesto de "eso es seguro", mientras me reía por lo bajo.

El camino fue tranquilo, con árboles altos recortando el cielo grisáceo. Bella hablaba más de lo normal, y yo la escuchaba con atención, disfrutando de esa versión suya que lentamente se sacudía el polvo del dolor.

Al llegar, el sonido metálico de una herramienta golpeando algo nos dio la bienvenida. La casa de Jacob era acogedora, con el aroma a aceite y madera impregnando el aire. Él estaba agachado junto a una de las motocicletas, con las manos manchadas de grasa y una camiseta sin mangas que dejaba ver sus brazos fuertes y bronceados.

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Bella bajó primero.

—¡Jake! —llamó.

El chico alzó la vista con una sonrisa tan ancha que parecía partirle la cara.

—¡Bells! Ya empezaba a creer que me dejaste con el trabajo sucio.

—No te libras tan fácil. Pero traje ayuda —dijo, girándose hacia mí mientras salía de la camioneta con la caja de pastelillos en brazos—. Jake, esta es Ophelia. Ophelia, Jacob.

—Oh —dijo él, acercándose con pasos largos. Me miró con curiosidad y la sonrisa intacta—. Hola, mucho gusto.

Le tendí la caja y le sonreí.

"Hola," dije con señas. "Traje esto para compartir."

Bella tradujo para él.

—Te está dando pastelillos. Ten cuidado, pueden volverse adictivos.

—¿En serio? —dijo Jacob, abriendo la caja con ojos sorprendidos—. ¿Tú los hiciste?

Asentí.

Jacob tomó uno sin dudarlo y le dio un gran mordisco.

—¡Guau! Están deliciosos.

Bella cruzó los brazos con aire orgulloso.

—Te dije que es la mejor repostera de Forks.

Jacob levantó las cejas, impresionado, y me miró con una sonrisa aún más grande.

—Gracias. De verdad. Estás más que bienvenida cuando quieras. En serio.

Le sonreí de vuelta y asentí. Era fácil sentirse cómoda con él.

—Bueno —continuó Bella, girándose hacia mí—, como te dije: traje las motos hace un par de días. Jacob las está arreglando. Y luego... —me miró con complicidad— me enseñará a conducir una.

La miré con los ojos entrecerrados.

Me reí en silencio y alcé una ceja, apuntando con el dedo hacia la camioneta y luego girando la muñeca como si estuviera estrellándola contra una pared invisible. Después me llevé una mano al pecho con fingida preocupación.

Bella frunció el ceño por un segundo... y luego rió.

—¿Eso fue una insinuación de que voy a matarme en la moto?

Asentí, divertida.

—Con suerte no —añadió, encogiéndose de hombros. Luego me miró con una sonrisa leve, más sincera—. Gracias por venir conmigo. De verdad.

Yo solo asentí, devolviéndole la sonrisa.

Jacob, que observaba la interacción con atención, me miró y dijo:

—¿Y tú? ¿Quieres aprender también?

Abrí la boca para negarme. Instintivamente, no era mi estilo. El ruido, la velocidad, el olor a metal y grasa... no era yo. O al menos, no la versión que conocía.

Pero entonces lo pensé.

En los últimos meses había cambiado tantas cosas. Había probado recetas nuevas que antes me parecían demasiado complejas o inútiles. Había tomado turnos dobles en el Carver Café, no por obligación, sino por elección. Mis notas, que solían estancarse en lo suficiente, ahora estaban entre las mejores.

Mi cuerpo, antes débil por descuido, estaba más firme, más fuerte. No era perfecto, pero era mío, y lo estaba reclamando. Tyler me había enseñado cómo entrenar, cómo usar mi energía contenida, y con cada sesión había algo que se liberaba en mí, como si lo que siempre había estado encerrado estuviera buscando salir.

beastly | emmett cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora