No quería decir eso.
En ningún momento quería decirle acerca de mis sentimientos...
¡¿POR QUÉ LO HIZO?!
¡¿ACASO ESTÁ BROMEANDO?!
No le quité la mirada de encima. Mis mejillas arden tanto que incluso mis ojos lo pudieron sentir ya que los tengo entre cerrados. Mi garganta se cerró. Las palabras se han quedado atoradas ahí y están forzando la salida porque me duele. Me duele la garganta. Quise hablar pero reí a carcajadas. Era una risa nerviosa igual que el movimiento con mis manos, que están temblorosas y frías.
— ¡No sabía que contabas buenos chistes! — dije entre risas, secando las palmas de mis manos en mi pantalón. Él no reía, estaba serio. Poco a poco fui calmando mi risa. Pero estoy muy nerviosa que no encuentro la manera de controlarme —. Es... Es una broma, ¿Verdad?
— No lo es. ¿En algún momento comencé a reír?
Su tono de voz pareció haber sido de dolor. Como si algo no le hubiera gustado y había perdido su entusiasmo; hablaba con voz monótona, sin emoción pero sólo con la obligación de responder.
— Yo... Perdón — me disculpé —. Perdón...
Mis disculpas se pueden malinterpretar. No me estoy disculpando porque no le puedo o quiero corresponder y no quiero hacerlo sentir mal, ¡Me estoy disculpando por ser tan tonta y creer que se está burlando!
— Sí, yo... Lo entiendo, Sunmi. Perdón...
— Me has gustado desde el primer momento en que te conocí — confesé, con la cabeza baja. Que me vuelva a ver sonrojada y con la mirada inquieta no es muy agradable para mi —. Esa tarde, tu sonrisa ha sido lo que más ha permanecido en mi cabeza hasta el día de hoy. No sé, me generaste confianza en ese momento pero... También me sentí cómoda. Fue extraño, fue como... Si nos hubiéramos conocido desde antes... Y... Yo... Uhmm... Me gustas mucho, Satoru, de verdad. Reaccioné así porque estaba nerviosa por tu comentario.
No ha dicho nada. No ha hecho algún movimiento. Nada de nada. Sólo me fijé en la bastilla de la manga de su camiseta. Suspiré. Me siento como una idiota. Fue mala idea haber confesado mis sentimientos. No debí haberlo hecho.
— Me voy a mi habitación — dije avergonzada. No pienso ir a mi habitación, quiero ir a la habitación de Ieiri para ponerme a llorar con ella.
Sujetó mi mano para impedir que me fuera. Quise soltarme pero me tomaba con algo de fuerza pero también de manera delicada, con la intención de no lastimarme. Tiró de su agarre para acercarme a su pecho, donde inmediatamente, recosté mi cabeza para abrazarlo. Dejó su mano sobre mi cabeza y la otra en mi espalda, yo acariciaba su espalda, recordando cómo se veía desde el punto de vista que tuve en la tarde.
— Perdón si te hice sentir mal — dije, ocultando mejor mi cara en su pecho.
— Entiendo que no eres de expresar tus sentimientos con tanta facilidad — contestó, comenzando a pasar sus dedos por mi cabello.
— Me gustas mucho. Te quiero mucho.
— Yo más a ti — hizo poca más fuerza en sus brazos para sentirme más cerca, suspiré profundo —. Yo te quiero más.
Besó mi cabeza para después bajar y besar mi frente. Yo estaba atenta a un punto de su camiseta. Es suave y lisa, siendo capaz de relajarme. Igual que sus manos en mi cabeza y en mi espalda.
— ¿Quieres seguir viendo la película? — negué — ¿Quieres que te acompañe a tu dormitorio?
— ¿Puedo dormir aquí? — pregunté de repente. Creyendo que le iba a molestar pero liberó una ligera risa.
— Por supuesto.
Apagó el televisor. Juntamos todas las bolsas de botanas para tirarlas a la basura. Él tenía planeado dormir en el suelo mientras que yo dormiría en su cama. Pero no me pareció correcto, ahora, ambos estamos compartiendo su cama, mirando el techo sin decir nada.
— Y si ambos nos gustamos... — mencionó palabras después de minutos en silencio — ¿Qué haremos?
— ¿Cómo que qué haremos? — cuestioné con confusión. O eso quise expresar para que fuera más específico.
— Sí, digo... Ambos tenemos sentimientos mutuos, ¿Seguiremos siendo amigos?
— Pues sí, ¿No?
— Ya veo.
Respondió, con un tono de voz animado. Así como cuando planea algo, pero no lo quiere contar. Lo vi de reojo pero luego, liberé un bostezo. Aún no quiero dormir, quiero seguir platicando con él.
Mañana tenemos clase con Yaga y, si es tan aburrida como siempre, me terminaré escapando junto con Ieiri.
— ¿Tienes sueño? — preguntó, provocando que abriera mis ojos de golpe. No me di cuenta que ya los tenía cerrados — ¿Te parece si mañana en el descanso estamos juntos?
— Sí, sí — respondí animada. Antes de cerrar los ojos y quedarme dormida.
[...]
— ¿Extensión de dominio?
Al parecer el tema es tan interesante que esta vez, Shoko no me pidió apoyo para salir de la clase.
— ¿Qué es eso? — preguntó Getou con curiosidad.
— Es una técnica de barrera avanzada en que el usuario utiliza energía maldita para construir un espacio cerrado donde manifiesta su dominio innato , dentro de esta barrera las técnicas malditas imbuidas en el dominio no se pueden evitar — respondió Yaga, fijando su vista en el pelinegro que tengo al lado.
— Eso quiere decir que el enemigo queda atrapado dentro del 'dominio' del usuario — agregué, no tan segura de mis palabras.
— Es correcto — respondió Yaga.
— ¿Y hay expansiones de dominio más fuertes que otras? — volví a hablar.
— Bueno, eso ya es dependiendo del usuario. Por ejemplo, tu Extensión de Dominio puede ser fuerte gracias a las maldiciones de las que eres portadora. Pero, a comparación de Satoru, él puede tener una Extensión de Dominio más fuerte que la tuya — evité mirar a Sstoru, lo más seguro es que tiene una sonrisa de orgullo y arrogancia en su rostro.
— ¿Las maldiciones... También pueden ser usuarios de dicha habilidad o sólo los chamanes?
— Sukuna Ryomen es un claro ejemplo.
¿A qué se debe el dolor de cabeza?
¿Por qué siento las miradas de mis demás compañeros sobre mi? Siento que me están juzgando y no quiero verlos con temor de que se den cuenta de que siento sus miradas. De reojo miré a la chica de mi lado, estaba concentrada en el tema, ¿Entonces por qué siento que me está viendo?— Pero... — dije — Pero... Sukuna está muerto.
— En vida fue un peligro. Su...
Se quedó a medias. Algo iba a decir pero no lo quiso terminar. Miré a Suguru con confusión, él también me dirigió la mirada. Yaga no suele detenerse en una explicación.
— Su esposa era más fuerte que él.
— ¿Sukuna tenía esposa? — preguntó Shoko casi con burla —. Por Dios, ¿Quién puede amar a un ser como él?