Parte cuatro: aire y tierra.

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Y como desaparecí, aparecí. Pronto sentí la suave brisa que corría por los jardines del este, más fresca debido a la cercanía con Azerkh. Esa nueva forma de transportación se sentía rara, pero no me dio ningún dolor de cabeza como los rayos. También era más precisa, porque llegamos a la comarca de los haduendas.

Allí Peterona nos recibió confundida e intrigada. Le explicamos rápidamente cual era la situación y su respuesta fue la peor: no.

No quería ir a una guerra innecesaria para ellos, pues creía que eso daría inicio a la Era de Aries. No tuve más opción que leer un poema de mi libro. Ella no tenía uno, yo si.

El canto del gnomo llama,
El llanto del goblin asusta,
Caigo meditando en cama
Y la mente se vuelve justa.

Nunca entendí ese poema, aunque su existencia de treinta y dos mil años le otorga cientos de significados. Al cabo, lo importante es que funciona.

Peterona se convenció sin darse cuenta de que tenía el deber de salvar a los gigantes y los reptirranas. Con un silbido melódico, los haduendas corrieron a prepararse.

Un zumbido se oyó. Eran muchos, pero uno. Miramos hacia arriba y vimos cientos de coleópteros volando. Uno de ellos bajó y se posó frente a nosotros, era el de Peterona. La anciana haduenda nos indicó que subamos a la estructura de madera levantada en el tórax del insecto.

El animalito tenía un pequeño cuerno en el tórax que terminaba en dos puntas, entre las cuales se montó un asiento para la haduenda. El cuernito también ayudaba a sostener la estructura: una pequeña plataforma de la que colgaban cinco barriles por lado atados a una red.

En su cabeza el coleóptero tenía otro cuerno. Pero más grande. Enorme, de verdad, muy enorme, el cual según la anciana servía como escudo para nosotros, pues se necesitaba una magia muy poderosa para poder dañarlo.

No entendía como tan pequeñita cabeza soportaba el enorme cuerno. El coleóptero estaba loco seguramente. No tiene un libro como yo.

Emprendimos el vuelo con la flota de insectos, pude contar doscientos diez. Llamé mentalmente a Akhima para conocer la situación, a pedido de Phens.

— Llegamos muy tarde, la tribu de los Zapallocalabaza fueron derrotados. Los reptirranas son demasiados, Ekhif — dijo la mujer desanimada.

— ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que lleguen a otra tribu? 

— Tres horas.

Nosotros llegaríamos en dos, pero los coleópteros debían descansar. Necesitábamos más ayuda.

Le expliqué la situación al amargado, tenía que transportarnos pero éramos muchos. Solo había una forma de llevar tantos: goecia.

Era simple, pero arriesgado. Implica intentar suicidarse y realizar el hechizo antes de morir. Si se consigue, se evita la muerte. Pero también tiene niveles y por suerte para Phens, solo necesitaba uno bajo.

Sacó una pequeña navaja de su gastado cinturón. Hasta ahora no había visto que lo tenía, andaba por ahí acompañado por un loco armado.

Un corte en su muñeca y la sangre fluyó. Lentamente.

— ¡Estratósfera! ¡Exosfera! ¡Troposfera! — gritó Phens.

La herida de su muñeca se cerró y despareció, y un repentino y poderoso flash nos cegó.

Y con otro flash, estábamos en los cielo de Azerkh, donde podíamos ver las grandes colinas y los lagos.

Nos detuvimos en río para que los coleópteros descansen antes de la batalla, además de que aún teníamos que preparar algunos detalles y reunirnos con los demás brujos.

          

Phens fue en busca de ellos. Era un loco pero por el momento ayudaba. Yo tomé un poco de alimento para insectos y alimenté al nuestro. Los desgraciados se alimentaban de abono.

Los demás regresaron. Tuvimos que calmar a los enanos que se asustaron de la momia, una situación que me hizo reír mucho. Aisph me golpeó por eso.

— Los reptirranas avanzan rápido y su horda es grande — habló Akhima cuando la situación se lo permitió.

— ¡Más de lo que crees! — interrumpió la momia lloriqueando — ¡Están cerca de encontrarse con los Papazanahoria! 

La loca estaba observando su libro feo y negro. No era gris y lindo como el mío, por eso yo no estaba loco.

Nos encontrábamos cerca, aunque de todas formas tardaríamos unos veinte minutos en llegar, por lo que decidimos no descansar más.

Subimos nuevamente al coleóptero de Peterona, esta vez los cinco, y montamos vuelo rápidamente.

Fuimos en silencio. Los brujos alguna vez estuvimos en batalla. Yo había presenciado muchas entre licántropos y faunos. Pero Akhima y la momia no.

Me había olvidado de preguntarle el nombre a la momia, así que interrumpí el silencio para preguntarle. Opheliat fue su respuesta. Que nombre tan feo.

Un grito de atención pone en alerta a toda la flota: a la distancia se veía en tierra ambos ejércitos. El combate estaba por empezar.

Tomamos un barril de la red y lo abrimos. Dentro tenía unas bolas gelatinosas translúcidas, y dentro de ella se veían varios colores atrapados.

— ¡Deben arrojarlas sobre ellos, una a la vez! — indicó Peterona.

Comenzamos un veloz descenso. Miré hacia abajo y en verdad eran muchos reptiles, no había menos de cuatro mil. Los gigantes anaranjados eran pocos, aunque no me sorprendía pues solo una de sus tribus es numerosa.

Las ranas se detuvieron desconcertados al ver los coleópteros. Los gigantes también se vieron confundidos pero al ver que íbamos en dirección a sus enemigos, continuaron su avance.

Sin esperar más arrojé mi bola al suelo. Al estrellarse explotó en una nube multicolor que hizo volar a tres reptiles al mismo tiempo. Me reí, era gracioso ver como agitaban sus brazos y piernas en el aire.

Los demás coleópteros soltaron sus bolas y pronto se vieron varias explosiones más. Los reptirranas parecían aves aprendiendo a volar.

La confusión y el desconcierto se acrecentaron con la arremetida de los gigantes, que portaban grandes garrotes y espadas muy anchas sin punta en sus cuatro brazos principales. Los otros brazos más largos y huesudos que salían de sus espaldas portaban escudos.

Blandían sus armas con tanta fuerza que de un tajo partían a los reptiles. Las ranas no retrocedían, serán salvajes pero su valor para enfrentar la muerte es inigualable.

Muerte. Aún faltaba encontrar su brujo, o bruja, o momia, o lo que fuese. No sé por qué pensaba en eso en ese momento.

Miré a mis compañeros. Phens estaba concentrado en lanzar las gelatinas. Akhima lo seguía, pero podía notar sus piernas temblando por los nervios.

Opheliat estaba empapada en llanto. Le pregunté que le pasaba y me contestó que la guerra era mala, que Acuario la odia y mientras se siga haciendo en el mundo no vendrá su era de prosperidad y paz. Estaba chiflada, realmente estaba rodeado de cocos fallidos. Aún así la momia lanzaba las bolas a los lagartos.

Los coleópteros daban vueltas sobre el ejército reptil, aunque una parte de ellos ya se había mezclado con el de los gigantes, así que empezamos a ser cuidadosos.

Los Libros De OrskrischDonde viven las historias. Descúbrelo ahora