—¿Alguna vez te han dicho que eres raro de cojones?
—Esa lengua —lo reprendió Steve, usando su cucharilla para darle vueltas a su café.
—Ya, ya, yo te lo he dicho —corto Tony rápidamente—. Alguien más.
—No, eres único en tu especie.
—Ya sabía que era excepcional, gracias.
—Engreído —murmuró Steve antes de dar un sorbo de su taza.
—Es que vas por ahí de tipo duro, con esa imagen de "solo bebo café negro como mis pesadillas porque soy muy macho".
—¿Muy macho? ¿Yo?
—¡Oh, venga! —resopló Tony—. Ahora no te harás el sorprendido, siempre te las das de machote, el supercapitán de calzoncillos de vibranium.
—Eso sería un cinturón de castidad.
—Cierto, a ti eso no te hace falta —se burló Tony.
—Mi punto es —siguió Tony—. Nadie diría que te gusta el café con mucha leche y sirope de vainilla. Eres un blandito al que le gusta lo dulce en realidad.
Steve se fijó por un momento en la mirada castaña de Tony, que tenía una diversión perversa y simple brillando en sus ojos.
Había una dulzura exótica en aquellos ojos, como el chocolate salado que seguía dejando un regusto dulce al final de la lengua.
—Tengo gustos complicados —fue lo único que dijo antes de terminarse su café.
