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Edan

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Edan

Camino de un lado a otro en el despacho de papá. Emil no ha llegado y estoy desesperado. Gust, uno de los guardaespaldas la perdió de vista y está buscándola con desesperación igual que yo.

Definitivamente, lo voy a despedir.

—Tranquilízate, va a llegar. Emil a veces se mete a lugares a comprarse un dulce —murmura mi padre pendiente a unos papeles. No le respondo, vuelvo a llamarla al móvil. Ella no responde y me altera que ignore mis llamadas. Me da terror que Fred se la haya llevado.

La puerta se abre de golpe y ella entra de lo más tranquila. En sus manos tiene dos bebidas de fresa. Hago una mueca.

—¿Esperó mucho, señor Miller? —ella me ignora a mí y le extiende una de las bebidas a mi papá. ¿Desde cuándo son cercanos?—. La señora del pueblo hace estos batidos.

Me cruzo de brazos presenciando la interacción de ambos.

—Llegas solo veinte minutos tarde —responde mi padre, ella suelta una risita—. ¿Cómo es que se llama? ¿Liana? ¿Tiana?

Toma asiento inclinándose hacia atrás con la barbilla elevada. Mis ojos se dirigen al cartel que claramente dice que no se puede tomar nada en la oficina.

—Bueno, ya sabe cómo soy —suelta—. Es Carmen, la señora que perdió el conocimiento después de volver mierda el auto de su exmarido.

Mi boca se abre cuando ambos le dan un sorbo a la bebida como dos viejos chismosos. Mi padre se inclina hacia adelante, Emil lo imita.

—Yo digo que ella fingió amnesia —le susurra.

—Pues, claro que sí, el marido la estaba engañando con la otra señora de la iglesia —dice encogiéndose de hombros.

Esto es increíble. Se remueve en el asiento y observa con algo de entusiasmo a mi padre.

—Ha pasado tanto desde que me fui —suelta un suspiro —. ¿No hay chismecito nuevo?

El decano de asuntos estudiantiles suelta una carcajada. Luego hace un silencio como si estuviera buscando entre los archivos de su mente y hace un gesto juguetón.

—Diana, la de la cafetería, tiene un romance con el conserje, Jorge, el de espejuelos.

Emil da un saltito.

—¡Que fuerte! —su cabello se sacude y suelta una riza nasal. Yo tengo cara de estar presenciando algo horrible—. Yo aposté por Carlos, — suspira — el de la biblioteca, como que había química.

—A veces la química falla —responde papá dándole un sorbo a su bebida.

—Es cierto, a veces parece ser una cosa y terminas sorprendida por lo mierda que pueden llegar a ser ciertas personas.

Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora