Capítulo 30

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PRIMER PASO

Escoge a un soldado y lo posiciona frente a nosotros para sacar una especie de mochila y colocarla en su espalda, pasando un arnés por debajo de sus piernas y costados, asegurando que no consiga moverse. Terminando se aleja unos metros y vuelve enseguida  con una nueva mochila de un tamaño reducido, para colocarlo esta vez en su torso.

—Cuando vuestra mochila esté puesta y tengáis que saltar vais a hacer lo siguiente; consiste en plegar y guardar en una parte externa del arnés la pequeña tela de forma redonda que va unida a la pelotita, que a su vez va unida a esta cinta de aquí.—nos señala el lugar con su índice.—Eso hará que tengáis solo disponible la pelota, de la que vais a tirar para que entre en contacto con la corriente de aire que lo rodea.

—El pilotillo, esto de aquí, —vuelve a hablar moviendo las partes de la mochila.—está unido al paracaídas por esta brida, que es la que queda guardada dentro de la bolsa externa junto con la tela. Fuera de la bolsa y en la mitad de la cinta está el pasador de metal en forma de L, que se llama pin. Este cierra las cuatro solapas inferiores del arnés permitiendo que el paracaídas principal quede guardado dentro del equipo. Por último solo tiráis del pilotillo cuando saltéis, eso hace que la brida tire del pasador, abriendo las solapas y desplegando el paracaídas.

Hay un momento de silencio en el que cada uno de los presentes asiente y el instructor retoma su explicación.

—En caso de que esto fallara, tendréis el paracaídas de emergencia, que es más pequeño pero hará que no os matéis.—solo escuchar esa posibilidad me crea un revuelo en el estómago.—De este simplemente tenéis que tirar de la pequeña anilla.—nos señala lentamente la zona de la pequeña mochila que tiene el soldado en su pecho.

—Además, contáis con un aparato para comunicaros entre todos a un costado de la mochila. Sacadlo cuando guardéis el paracaídas al aterrizar.—mira cada uno de nuestros rostros.—¿lo habéis pillado?

Tras un "sí" al unísono Rei nos termina de comunicar su última intervención para darnos una equipación de armas que nos rodean el pecho y parte de ambos costados.

Los minutos pasan de forma tan tensa que el ambiente se podría cortar con el filo de un cuchillo, nos vamos levantando y poniendo en pie según las ordenes de Rei, la fila en el centro del avión se va formando y solo tres cuartos de hora más tarde tenemos colocados los dos paracaídas. Miramos a la gran puerta trasera del avión que se abrirá para dejarnos paso a una guerra.

Nuestros ojos indagan por aquí y por allá, más atentos que nunca, más nerviosos que cualquier otro día. Si tuviera influencia en el mundo de la ciencia, diría que es posible que el corazón llegue a la boca de la garganta de un solo salto. Rei vuelve a hablar junto al cabo y el primero levanta la mano mostrando todos su dedos.

—¡Cinco minutos!

La gran puerta abre. Todo el vello se eriza, creándome un escalofrío que me deja con la sensación de litros de agua congelada recorriendo toda mi piel, centímetro a centímetro. Baja uno de sus dedos, y resuena su voz de nuevo, solo cuatro minutos.

El avión sigiloso, como si flotara en vez de estar en constante movimiento, sigue avanzando. El número de dedos en su mano disminuye, y solo queda uno. Un minuto.

¿Voy a saltar? Voy a saltar. Tengo que saltar.

Una voz en mi cabeza vocifera qué va a ocurrir si no puedo hacerlo, si estando al borde del cielo todo se nubla y el miedo me vence. Pero la voz se vuelve un susurro inaudible cuando su último dedo, el índice, baja.

Si fuéramos estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora