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—Deja de hacer eso, ya te están sangrando los dedos —amonestó Keren en voz baja, desganada, cuando notó que me llevaba el pulgar a la boca por quizá tercera vez en el día.

Keren y yo —la reina insistió en que dejara de llamarla por ese título o con formalidad luego de un par de días— habíamos sido desplazados a una pequeña casa de campo que era propiedad de Lionel Boissier. La casa de campo era pequeña, pero cómoda para las cuatro personas que éramos, pues tenía tal vez unas tres o cuatro veces el espacio que teníamos Aegon y yo en nuestra casa al sur de la pradera. Cada uno tenía su habitación, había un cuarto de baño compartido, un comedor con su cocineta y una pequeña sala que utilizábamos como espacio de reuniones.

No había espejos en esa casa, y todas las ventanas habían sido tapiadas para evitar cualquier reflejo, así que era un espacio seguro. Éramos en extremo cuidadosos, incluso con la comida: jamás dejábamos líquidos sin beber, y tanto los cuencos como los vasos y los cubiertos eran de madera.

Ya había perdido la cuenta de cuántos días habían pasado desde que viera a mi hermano por última vez, o desde que el mismo Lionel fue quien me dijo que intentarían ayudarlos luego de la boda.

—No pueden dejar que se case con él —insistió Keren cuando fue claro que no podríamos sacar a mi hermano o a su hija del palacio antes de la boda—. Lo que Ragnar dijo es verdad: si Asdrúbal se casa con ella, será imposible derrocarlos...

Insistió e insistió, con cada vez más desesperación, pero nadie parecía escucharla. Ni siquiera Salazar, quien era junto conmigo quien sabía el motivo de su insistencia, más allá de que Arlina fuese su hija. Y si bien ella misma me lo había confesado durante la noche que pasamos escondidos en el estudio, sabía que tampoco me harían caso si intentaba insistir.

No sonaría a nada más que dos personas enfermas de preocupación por sus familiares, y que harían cualquier cosa desesperada por ayudarlos.

—Es tarde. La boda será esta noche —contó el pintor.

Lionel había llegado días antes con la información sobre la fecha de la boda y, si bien habíamos intentado contactar a otros miembros de la Estrella, nos fue imposible encontrar a alguien que pudiese ayudar a Arlina y a Aegon a salir de ahí a tiempo.

La rebelión estaba muerta.

Y tal vez mi hermano también. Con todo lo que había sucedido en el palacio, estaba seguro de que el haberse quedado era una sentencia de muerte, y cada día despertaba con el temor de que llegara la noticia de que había sido encontrado muerto.

Luego de las noticias, el hombre desapareció durante un par de días en los que no supimos nada de la capital en absoluto. Las jornadas me parecieron eternas e incluso comencé a morderme las uñas, un hábito que creía haber olvidado a mis siete años.

—Lo siento —suspiré, e hice mi mayor esfuerzo por controlarme y bajar mi mano. Me senté frente a ella en uno de los abullonados sillones junto a la chimenea mientras escuchaba la tormenta que rugía en el exterior—. Estoy ansioso. No sé qué hacer. Ya pasaron tres días desde la boda y no hay noticias de Lionel o Salazar.

Están muertos. Ya están muertos.

Keren suspiró, pero asintió.

—Créeme que también me consterna, pero no podemos hacer nada más que esperar. Al menos por ahora, esa es la forma en que podemos ayudar: no poniéndonos en peligro también.

»La Estrella ya tiene suficientes problemas con la muerte de Vasily, y si no encuentran una solución pronto...

No consiguió terminar, pues en ese momento la puerta se abrió y los dos hombres entraron a la casa, escurriendo agua como si acabaran de salir de una tina.

Un palacio de espejosWhere stories live. Discover now