Epílogo

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La librería estaba casi vacía, pues fuera estaba lloviendo y la gente había decidido que era una mejor idea quedarse en casa.

Ella no. Ella había querido dar una vuelta por su librería de confianza, pero se la había encontrado cerrada por una inconveniencia familiar. Así que había vagabundeado por el barrio, bajo su paraguas transparente porque le gustaba ver las gotas sobre ella, y había terminado ahí.

Una librería de segunda mano.

Curiosa como era, no había podido negarse a entrar a dar una vuelta. Al abrir la puerta una campanilla sonó, avisando a quien fuera que estuviera atendiendo, que ya no estaba solo. Caminó calmadamente por los pasillos, que no eran muchos, pero no tardó en darse cuenta en que la mayoría de estos guardaban cuidadosamente libros muy antiguos.

Encontró desde Shakespeare hasta Lorca, pasando por Jane Austen y sorprendentemente encontrando primeras ediciones de la saga famosísima de J.K. Rowling. Eran casi imposibles de encontrar.

La campanilla volvió a sonar, pero no se giró, no tenía que importarle quién había entrado en la librería. Se paró en una sección de clásicos romanticistas, pero no de esos amores tiernos y dulces, sino de esos que creaban tormentas en la mente de los protagonistas. Se quedó mirando concretamente una obra.

—¿Quieres que te lo coja? —preguntó una voz masculina detrás de ella.

Se giró. Un chico alto con ojos brillantes y pelo rubio la miraba esperando una respuesta.

—¿Cuál?

—El de Cumbres Borrascosas. ¿No era ese el que mirabas?

El chico sonrió, y esa sonrisa la puso nerviosa.

—Sí, pero... No lo voy a coger —se colocó un mechón de su melena rubia oscura tras la oreja, y se subió las gafas finas de metal plateado.

—¿Puedo cogerlo yo, entonces?

—Sí, sí, claro.

Se acercó un poco más a ella, y ni tuvo que ponerse de puntillas para agarrarlo, pues casi le sacaba media cabeza, incluso quizás una entera. Lo observó en sus manos y después la miró.

—¿Sabes? Nunca acostumbro a leer clásicos. Soy de los que prefiere aventuras con espadas incluídas.

—¿Para escapar de esta realidad tan monótona y aburrida? —Ella entrecerró los ojos.

—Exacto —volvió a sonreír.

—Yo prefiero los romances. Aunque Cumbres Borrascosas quizás no se pueda considerar como un romance romántico actual. La forma en la que está escrito es muy tragiversada. Pero así era en esa época.

—Supongo que te lo has leído ya.

La chica lectora empezó a caminar, y cogió El retrato de Dorian Gray para hojearlo mientras respondía con calma.

—Si lo hubiera comprado sería la cuarta vez que lo leería. Pero creo que voy a optar por este —mostró el libro—. Quizás pegue más con el otoño, no me imagino leyéndolo en verano. Tiene esas vibras oscuras.

Llegaron al mostrador, donde esperaron a que los atendieran. Una mujer de gafas de pasta negras y el pelo cobrizo desteñido los miró y preguntó:

—¿Cobro por junto o separado?

—Yo pago —respondió la chica rápidamente y antes de que el chico rechistara, lo miró—. Acéptalo como un regalo introductorio a los clásicos.

—No hace falta.

—Yo quiero, y lo haré. Cóbrame a mí —sonrió dirigiéndose a la señora, y pagó con tarjeta.

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