Capítulo 14.

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Valentina subía el ascensor directo hasta la puerta de entrada a su casa. Tenía la respiración atravesada en la garganta, y los nervios no se habían ido en absoluto. Es más, estaba peor que antes, y eso era decir mucho en realidad. Casi nunca se sentía así.

Entró, despacio y sin hacer ruidos. Era temprano, a comparación de la hora, en que solía volver todos los días, pasada el medio día o la siesta y es por eso que no se sorprendió al encontrar en perfecto silencio y vacío el lugar. Todo estaba como lo había dejado, incluso el desayuno estaba en su lugar. Dedujo que Juliana seguía durmiendo, tal como la dejó más temprano. Se apresuró, porque amaba encontrar a Juliana durmiendo plácidamente.

Se dirigió a su habitación, donde el nido de su omega se encontraba y sonrió como una tonta cuando la vio acurrucada con un par de sus buzos pegados a su mejilla. Su cuerpo parecía más pequeño entre las mantas y los cojines. Amaba su pelo revuelto de las mañanas.

Sabía que Juliana usaba su ropa cuando se iba a trabajar, pero nunca acotó nada. Ella se los colocaba, usaba y dejaba a la vista para que la omega los usara en su nido para intensificar su aroma, era sabido que los omegas que anidaban hacían eso. Pero de saberlo a verlo era algo muy distinto, y volvió a morir de amor... si eso era humanamente posible.

La omega era una maraña hermosa de carne, huesos y mantas. Una dónde ella quería enterrarse y acostarse junto a ella.

Se acercó despacio, y oyó un suave ronquido que le erizó la piel. Gateó hasta ella, y se colocó a su lado como sumo cuidado, no queriendo despertarla. Seguramente necesitaba dormir un poco más. Retiró su cabello con delicadeza, y entre sueños la omega siguió su toque sutil murmurando algo que no había logrado entender. Fijó su vista en el vientre de la pelinegra. Estaba pasando las dieciséis semanas, faltaban cuatro más y podrían saber el sexo de cachorro. Era magnífico poder apreciar el crecimiento de ésta, semana a semana.

—Juliana —susurró suave luego de una media hora en dónde se dedicó a observarla y pensar. Acarició su rostro para lograr despertarla sin que se asuste. —Soy yo, Val. Bebé —la llamó. Se removió en su lugar y sus hermosos ojos cafés hicieron acto de presencia. Parpadeó.

—Val —murmuró. Valentina sonrió. —¿Qué sucedió, alfa? —Preguntó, con la voz pastosa y somnolienta de siempre por las mañanas. La alfa le besó la frente. Estaba cálida.

—Está todo bien, tranquila, amor —la calmó. Acunó su mano en la nuca de la pelinegra y la trajo hacia su cuerpo. Juliana se acomodó en el pecho de la alfa. Aspiró el fuerte aroma de su alfa, llenándose con ello los pulmones. Jamás se cansaría de ello.

—¿Tu padre? —Preguntó rápido. —¿Qué... por qué has venido tan pronto? No me digas que te ha echado por mi culpa, alfa —sentía un poco apretado el pecho de pensar en que a su alfa le hubiera pasado algo malo. Y todo por culpa suya.

En su mente se imaginó mil escenarios distintos y cada uno salía con un resto peor que el anterior.

Valentina negó.

—No, omega —contestó rápido, dejando un beso en su coronilla y llenando sus pulmones del aroma de la pelinegra. Dulce y que lograba calmarla siempre. —No, por supuesto que no. Tú no te preocupes por nada, al cachorro no le va a hacer bien, Juliana.

—¿Entonces... qué sucedió?

—¿Qué acabas de decir? —Preguntó el alfa mayor. Sus ojos clavados en los de Valentina.

Conocí a Juliana hace un tiempo, papá —siguió la ojiazul. —Está viviendo conmigo, en el penthouse donde solía pasar mis celos. Por eso no he vuelto a casa, pero-

𝐁𝐮𝐫𝐝𝐞𝐥; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora