Capítulo 33.

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Muy de a poco, puedo percibir que le estoy ganando la batalla a mi propio sistema cuando comienzo a escuchar voces distorsionadas, poco entendibles para mi cerebro desvariado.

Se siente como una parálisis del sueño, aunque sé bien que no estoy dormido por decisión propia. El dolor punzante que atacada cada zona de mi cuerpo se intensifica más y más conforme voy recuperando la consciencia y, honestamente, me da miedo despertar.

No estoy preparado para ver con lo que me encontraré. 

Una mano cálida que se siente familiar está sobre la mía, dándome caricias suaves y circulares.

Y, finalmente, consigo abrir mis párpados. Al hacerlo, mi visión da de lleno con una deslumbrante luz nívea.

Tengo muchísima sed, pero no encuentro el sonido de mi voz apenas recobro el sentido común.

Desorientado, mis orbes se pasean vagamente por la desconocida habitación en la que me encuentro. No entiendo un carajo, solo sé con seguridad que no estoy en mi casa. Unas persianas bajas cubren la pared que tengo al costado, y logro notificar que afuera está asentada la noche fría de Seúl. El colchón es algo duro pero las almohadas son suaves y grandes. Sin embargo, un molesto pitido que suena muy cerca de mí, logra irritarme de inmediato.

Un siseo adolorido que no llega a transformarse en un grito se me escapa cuando hago el estúpido intento de levantarme.

Es entonces cuando siento que dos pares de manos me detienen.

Al mirar hacia la derecha, el rostro de Yeonjun aparece en mi campo de visión y su imagen se mezcla con el mareo de cabeza que me ataca. Sus manos me empujan suavemente de regreso a las almohadas.

En ese momento, me percato del yeso blanco que recubre la extensión de mi brazo derecho.

¿Qué mierda me pasó?

Sin tener una idea fija sobre el horario y mientras que todo en mi mente da mil vueltas por segundo, un doloroso recuerdo de imágenes me golpea de lleno. Rememoro, muy intermitentemente, lo que ocurrió luego de que salí de ese Starbucks.

El auto. Los golpes. Mis súplicas. Jung Soobin.

—Wonyoung —es lo primero que mis cuerdas vocales logran formular y siento que los ojos comienzan a picarme debido a la incertidumbre—. ¿Dónde está?, ¿está bien?

—Sí, tranquilo —me habla con un tono sosegado y dulce—. Ella acaba de ir con tu mamá a comprar algo para comer.

Entonces me percato de la presencia de una segunda persona, justo en el lado izquierdo de la cama de hospital en la que me encuentro. Los ojos de Yoon, cuyos rasgos son muy similares a los míos, me observan con genuina preocupación.

Ah, carajo.

— ¿Qué sucedió? —Suelto, pero por dentro me siento un poco inquieto y no necesariamente se debe a las molestias físicas que estoy experimentando.

¿Qué mierda hacen estos dos tan... cerca? Carajo. Durante un segundo pienso que sigo atrapado en una pesadilla y que todavía no he despertado.

—Unos tipos te... —Yoon comienza a decir pero hace una pausa, y la conozco tan bien que sé que está buscando las palabras adecuadas para expresarse—. Te secuestraron, Beomgyunie, y te dieron la paliza de tu vida.

—Oh —murmuro con sorpresa. Eso explica los agudos dolores que me perturban hasta en la punta del pene—. ¿Fue mucho?

—Tienes una muñeca y tres costillas fracturadas, dos dedos rotos, una contusión en la cabeza y hematomas por doquier —mi prima me informa.

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— ¿Te duele algo? —Yeonjun pregunta a continuación, inclinándose un poco más hacia mí.

—Todo —contesto con la mayor honestidad que contengo y un silencio sepulcral se establece entre los tres.

Carajo, no tendría que haber dicho eso. Sus rígidas expresiones recaen sobre mí como un balde de agua fría.

Decido rápidamente volver a rellenar el ambiente de conversación, aunque me duele hasta separar la boca para hablar.

—Yeonjun, ella es mi prima Yoon... —Trago saliva—. Yoon, él es... Yeonjun.

—Sí, nos conocimos en la boda de tus papás. —El hombre a mi lado espeta y Yoon asiente con la cabeza.

Nunca antes en mi apestosa vida me había sentido tan incómodo como ahora.

—Oh, cierto —suelto en voz baja y miro a mi prima—. Pulga, ¿me das un momento a solas con mi jefe, por favor?

—Seguro —la veo tomar su bolso y luego se acerca hacia mí, para plantar un pequeño beso en mi frente—. Te amo, no vuelvas a asustarnos así o te mato.

Me esfuerzo por sonreír y lo consigo, a pesar de que mi cara es una de las zonas en donde el dolor es más insoportable.

—Yo más.

Dae efectúa una reverencia respetuosa cuando se despide de Yeonjun y luego abandona la habitación de paredes blancas, dejándonos a solas.

Mi mirada inspecciona al hombre de aspecto decaído, cuyo semblante me indica que no se encuentra del todo bien. Hay un destello que contiene nada más que pena en su mirada opaca.

— ¿Qué hora es?

—Casi las nueve de la noche —replica.

Nuevamente, hago el intento de incorporarme un poco más, para conseguir una mejor postura en la cama. Lo consigo, a pesar de la molestia que me atraviesa cada sección de mi cuerpo.

Consigo pedir algo para beber y Yeonjun me ayuda a ingerir el agua fresca, empinando delicadamente el vaso plástico en mi boca.

—Con calma, nene —espeta cuando ve que frunzo el ceño y aprieto mis párpados—. No te esfuerces, recuéstate.

—Esto no lo hizo quien tú crees.

Él guarda silencio por un breve instante.

—Lo sé —contesta en voz baja.

Su rostro se mantiene impasible pero notifico que hay algo más allá de su actitud relajada, algo que no lo deja tranquilo. Puedo detectarlo en sus ojos.

—Yeonjun, ¿qué es lo que no estás diciéndome? —Inquiero, procurando ser tajante—. Sé que escondes algo.

Yeonjun me mira fijamente durante unos instantes y se da cuenta de que, a pesar de estar molido a golpes, no voy a dar lugar a más secretos.

Traga saliva y su nerviosismo es delatado por la forma en la que evita observarme a la cara. Deja escapar un suspiro, justo antes de elevar el mentón para encararme.

—Yo estaba almorzando con Wooshik y Wonyoung cuando Joohyun me llamó diciendo que te... Que te habían arrojado en la puerta de la empresa, totalmente inconsciente y malherido —niega con la cabeza, como si aquello le resultase similar a un recuerdo turbio.

— ¿Con Wonyoung? —Vocifero, muy a pesar de que mi voz está prácticamente rota—. Carajo, no me digas que...

—Él la invitó sin decirme nada, y a ella tampoco. El punto es que... —Expulsa el aire que lleva conteniendo antes de añadir—: Perdí el control.

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