Le estuve dando vueltas durante la noche, y no era una idea tan descabellada, siempre que se hiciera con cuidado.
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Cuando los dos nos sentamos en la mesa para empezar a desayunar, le expliqué el plan.
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Yo: Hoy creo que tenían planeado salir, porque Ana habló con alguien por teléfono ayer y en su mente escuché que iban a salir. Entonces, cuando alguno de los dos salga, recemos porque sea Gregorio su esposo, tú entraras en su casa, haciéndote pasar por él y diciendo que nos has robado el colgante. Yo iré con el verdadero Gregorio, y si intenta volver lo retendré, ya que puedo usar algún poder con cuidado.
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Él aceptó, cuando terminamos de desayunar, subimos a vestirnos y prepararnos. Cuando estábamos saliendo, le escribí a Mario un mensaje, ya que no lo vi en toda la mañana y no quería que se preocupara al no encontrarnos en casa.
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Yo: Mario, Lucas y yo volveremos a casa antes de almorzar, no te preocupes. Un beso.
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Eso le escribí. Llegamos a casa de Ana y nos escondimos en un seto, que daba justo al pato delantero. Bueno, en realidad estábamos de pie, para ver cuando salieran.
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Yo: Lucas, ¿tú estás seguro de esto? – pregunté refiriéndome a que me ayudara a descubrir cosas.
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Abrieron la puerta y rápidamente nos escondimos tras el seto. Asomé un poco la cabeza por el lado del seto y vi como Gregorio se acercó al coche y abría el maletero.
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Lucas: No te preocupes – susurró para que no nos oyesen – Puedo transformarme en él perfectamente. Hacer que Ana abra el colgante y recuperarlo ante de que se de cuenta. Tú solo tienes que seguirle y asegurarte de que no vulva hasta que yo haya terminado.
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Miré hacia donde estaba Gregorio, que acababa de entrar en casa, pero dejó el coche abierto. Era mi oportunidad. Me giré hacia Lucas.
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Yo: Prométeme que vas a tener muchísimo cuidado.
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Él asintió, le di un rápido beso en la mejilla y entré al coche, escondiéndome entre los asientos delanteros y los traseros. Pude ver como metían una planta seca en el maletero y lo cerraban. A los pocos segundos entró alguien en el asiento del conductor, pero ese alguien puso un bolso en el asiento del copiloto. Mierda, no creo que Gregorio sea de los que llevan bolsos. Bueno, ya no había marcha atrás. Estuve un rato allí entre los asientos, encogida y sin moverme, pero hubo un momento en el que paró el coche, giró un poco la cabeza y susurró algo que no pude oír. Luego volvió a conducir pero más rápido de lo normal. A los minutos recibió una llamada, y como tenía el móvil conectado al coche, pude escuchar lo que hablaban.
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Ana: ¿Si?
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Gregorio: Ana, tienes que venir ahora mismo.
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Ana: Gregorio no puedo, no he llegado todavía.
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Gregorio: Ana no te vas a creer lo que ha pasado. Tengo el colgante de Humberto.
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Ana: ¿Qué?
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Gregorio: Tengo el colgante. Y al niño metamorfo.
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¿Qué? No podía ser verdad.
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Ana: Pues a tenemos a dos. Yo tengo a la de múltiples poderes. Tétenle, que no escape – ordenó para después colgar – Y tú – me miró a través del espejo retrovisor – Nada de hacer tonterías, ¿me oyes?
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Me senté en los asientos traseros.
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Ana: Tu has querido entrar ¿no? Ahora no vas a salir.
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Intenté abrir la puerta pero era imposible, tenía el seguro echado.
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Ana: Estate quieta, ¿quieres? – dijo de mala forma.
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Me quité el guante y con el poder de Sandra le lancé un pequeño rayo a la manija de la puerta, para que desactivara el seguro, pero no funcionó.
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Ana: Estate quieta, por favor.
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Volví a lanzarle otra descarga a la manija, esta vez si se desactivó el seguro. Abrí la puerta y me asomé para saltar, pero era imposible, el coche iba muy rápido, terminaría medioambiente atropellada si saltaba.
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Yo: Para el coche – dije, pero al ver que seguía conduciendo, volví a hablar – ¡Qué te estoy diciendo que pares! – ordené.
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Ana: Ya queda poco.
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Volví a mi sitio, cerrando la puerta, ya que no quería dejar sin coche a la pobre mujer. Empecé a hacer una bola de electricidad con las manos, y luego la lancé a la ranura de la llave. El coche dio un giro brusco pero paró. Abrí la puerta rápidamente y salí corriendo. Pero ella empezó a correr detrás de mi. Mi única prioridad era Lucas, así que llamé a Culebra ya eran como las 12 de la mañana, sí, se nos había pasado el tiempo entre prepararnos, llegar y el viajecito en coche. Probablemente acababa de salir de trabajar, así que cogí el móvil y como pude marqué el número del teléfono fijo de casa. Y tardaron un poco, pero al fin lo cogieron.
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Culebra: ¿Si?
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Yo: ¡Culebra!
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Culebra: ¿Qué pasa T/n?
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Yo: ¡Tienes que ayudar a Lucas! ¡Ay! – me caí.
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Vaya patética.
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Culebra: ¿Qué está pasando?
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Yo: ¡Está en casa de Leo! ¡Su padre lo tiene secuestrado! ¡Tienes que sacarlo de ahí!
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Giré la cabeza y vi que Ana estaba casi a mi lado, así que rápidamente me levanté y seguí corriendo, sin importar nada.
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Culebra: ¿¡Que!?
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Yo: ¡Culebra date prisa! ¡A mi no me da tiempo a llegar! ¡Y Lucas está n peligro! ¡Luego me dices lo que sea, pero ahora lo importante es él!
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Culebra: Vale T/n – iba a decir algo más pero se cortó.
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Vaya mierda de cobertura. Seguí corriendo hasta que vi que estaba a una buena distancia, y me volví invisible. Con cuidado de que no me escuchara, volví a casa, y sí, tarde un buen rato. Eran las una y media del mediodía. Entré y lo primero que hice fue ir a la cocina a beber agua, estaba seca. Después de beberme medio depósito, fui al salón. En la mesita estaba l golfante abierto, lo agarré y me quedé mirándolo, mientras me sentaba en el sofá. En el golfante, había la foto de un niño, de unos 8 años. Moreno, de pelo y ojos.
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Culebra: Ya te vale tía – dijo bajando las escaleras – La que has liado – dijo sentándose en el sofá que estaba junto al mio – Todo por un puto colgante donde solo había una foto.
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Yo: Estamos cada día más cerca de saber porque Valle Perdido es tan especial. Y de porque nos pasa esto.
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Culebra: Que nos pasa porque sí. Porque nos tocó. Porque es lo qué hay. Así hemos nacido, y así vamos a morir.
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Yo: No. No me da la gana. Y sí, me he agarrado a un clavo ardiendo y a una foto ridícula, pero ¿sabes qué? Que lo haría una y mil veces – admití – Porque mientras haya una mínima esperanza, yo voy a seguir luchando. Porque necesito creer que, que no nacimos así, qué hay una cura y que algún día tu y yo... – no quise acabar la frase.
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Culebra: No la hay T/n. No podemos pasarnos la vida entera dándonos cabezazos contra una pared.
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Yo: ¿Y por que no? – no me podía creer que estuviera "renunciando" a estar juntos.
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Culebra: Porque seriamos infelices el resto de nuestra vida.
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Me quedé callada, y subí, dejándolo solo. Me senté en mi cama, pensando. En el fondo, tenía razón, si realmente esta foto no era importante, en cierto modo, si íbamos a ser infelices, porque nunca podríamos estar juntos.
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Tal vez si debería dejar de investigar. Pero entonces, ¿debería "dejar" a Culebra? No sé. Estuve un rato dándole vueltas y por la tarde, bajé en busca de Lucas.
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Lo encontré en el patio, junto a Mario, Leire y los críos. Estaban metiendo cosas en la caja que hicieron hace un tiempo, la de los recuerdos. De echo, me alegraba mucho de que estuvieran con ella, porque estaban todos riéndose, y hacía tanto tiempo que no los veía así, incluyendo a Mario, que no pude evitar sonreír. Me quedé un rato mirándolos hasta que Lucas se percató de que estaba allí y se acercó a mí.
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Yo: ¿Estás bien? – pregunté mientras lo abrazaba.
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Lucas: Claro – me devolvió el abrazo con fuerza.
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Yo: Vale, es la última vez que hacemos logo así. ¿Cómo se te ocurre hacer eso? Podrían haberte hecho.
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Por lo visto, su gran excusa para salir de la casa fue ir al baño, pero Gregorio intuyó algo raro y le quitó el collar antes de ir "al baño". Justo cuando Lucas entró al baño, lo encerró y llamó a Ana.
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Lucas: Tranquila, estoy bien. Y lo haría una y mil veces más. Eres mi prima favorita.
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Yo: Cállate, que los demás se ponen celosos – bromeé separándome de él.
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Lucas: ¿Sabes que podría significar esa foto? – preguntó refiriéndose al colgante.
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Yo: No sé, pero tengo que hablar contigo de Culebra.
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Ambos nos dispusimos a subir a mi habitación y sentarnos los dos en mi cama, le expliqué la situación y solo me dijo que hiciera lo que viese conveniente.
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Pasó una semana, era Viernes por la mañana. No habíamos hecho mucho, aparte de volver a la rutina de clases. Eso sí, la cosa entre Culebra y yo estaba un poco rara, hablábamos normal y todo eso, seguíamos durmiendo juntos y tal, pero no sacábamos el tema del colgante, dejarlo o seguir o cualquiera de esos temas.
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Volviendo al tema de antes, hoy era el cumpleaños de Lucía, eran casi las ocho de la mañana. Y conociéndola, le hacía mucha ilusión celebrarlo, por eso nosotros le teníamos preparadas varias sorpresas. La primera de ellas, hacerle creer que nos habíamos olvidado de su cumple para felicitarla. Como habíamos previsto, entró a nuestra habitación, y se acercó a mi cama.
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Lucía: Culebra – susurró – Culebra – repitió.
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Al ver que no se despertó, se acercó a mi y me movió un poco el hombro.
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Lucía: T/n – me llamó – T/n.
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Dio algunas vueltas más por la habitación y salió. Al escuchar la puerta del baño cerrarse, nos levantamos todos y nos dirigimos a la entrada del baño, sin abrir la puerta, nos quedamos allí. Después de varios minutos, salió con la cara de decepción más grande que había visto en mi vida, cosa que cambió en cuanto todos nos abalanzamos sobre ella empezamos a felicitarla.
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Lucía: ¡No os habéis olvidado! – dijo sorprendida.
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Culebra: ¿Qué te crees? ¿Qué me voy a perder el gustazo de tirarte de estas orejas de ratona? – dijo tirándole sutilmente de la oreja, haciendo que ella riera un poco.
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Sandra: Felicidades peque.
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Lucas: Felicidades Luci.
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Yo: Felicidades Lu.
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Leire: Felicidades guapa.
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Alex: Felicidades enana.
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Culebra: Oye, como sigas creciendo, te vas a hacer más grande que yo.
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Lucía. Eso es imposible Culebra.
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Nos reímos todos ante ese comentario.
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Lucía: Bueno, ¿y cómo lo vamos a celebrar? – preguntó curiosa.
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Mario: ¡Ah! Eso es un secreto y esas cosas no se preguntan. De momento te voy a preparar el mejor desayuno que hayas tomado en tu vida.
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Carlitos: Eso – dijo decidido.
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Mario: ¡A desayunar! – dijo señalando con una mano en puño hacia delante como si fuera un superhéroe.
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Todos le seguimos riéndonos. Desayunamos tortitas mientras charlábamos y nos reíamos, como antes, cuando estaba la familia al completo. La verdad es que hacía mucho que no estaba tan agusto. Tras desayunar, fuimos a clases.
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Sandra me ofreció acompañarla a buscar a Michelle, como toda la semana anterior, y acepté. Llegamos al bar y entramos. No había nadie, así que Sandra se acercó a la puerta que supusimos que daba a la despensa o al interior de la cocina, cuando de ella salió un hombre vestido de negro, muy repeinado, acercándose de forma sospechosa a Sandra.
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Tuve un pequeño Flashback, haciéndome recordar a los secuaces de Padre, pero rápidamente eliminé esos pensamientos, ya que Padre había muerto, era imposible que eso pudiese ser.
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Martín: ¿Dónde vas, bonita?
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No tardé ni dos segundos en ponerle una mano en el hombro a Sandra, y atraerla a mi, para encarar juntas al que supuse que sería el hermano de Michelle.
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Yo: ¿Está tu hermana? Bueno, es que llegamos tarde a las clases.
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Justamente Michelle apareció por esa misma puerta y juntas salimos del bar, dirigiéndonos al cole. Al llegar, me desvié un momento para ir al baño, pero al salir, no estaba ninguna allí. Las busqué por todas partes pero no las encontré, hasta que al final tuve que ir a clase, con Alex, porque Culebra tampoco aparecía.
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Pasaron unas cuantas clases, y en los cambios, intentaba contactar con Sandra o con Culebra, pero no hubo suerte. Hasta que nos dijeron que había peligro de incendio en la sala de ordenadores y que evacuáramos el cole. No echamos cuenta y Alex y yo seguimos buscando a nuestros hermanos.
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Subí a la azotea (prohibida) y me encontré a Sandra tumbada en el suelo, sin un guante, y la mano sin guante sobre el cuadro de luz eléctrica. Mierda.
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Le mandé un mensaje rápido a Alex avisándole de que estábamos bien, que él buscara a Culebra y yo me encargaba de Sandra. Me acerqué a Sandra y empecé a moverla con cuidado, hasta que abrió los ojos, le ayudé a incorporarse y tenía en la mano toda la señal del cuadro eléctrico.
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Sandra: ¿Qué ha pasado? – preguntó entre confundida y aturdida.
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Yo: No lo sé, acabo de llegar y estabas aquí tirada. Creo que has tocado algo que ha hecho que el cole tenga un incendio. ¿Estás bien?
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Sandra: ¿¡Qué!? – preguntó asustada.
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Yo: Sandra, mírame, ¿estás bien?
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Sandra: Sí, pero ¿por que he hecho eso?
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Yo: No lo sé, pero vamos a bajar, antes de que nos digan algo.
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La ayudé a ponerse de pie, se puso los guantes para que no se le viera la marca de la mano y bajamos. Al bajar vimos que el cole estaba totalmente apagado, con un montón de médicos, bomberos y algunos niños. Michelle se acercó a nosotras.
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Michelle: Tía, ¿estás bien? – le preguntó a Sandra.
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Sandra: ¿Qué a pasado?
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Michelle: ¿No te acuerdas?
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Sandra: No.
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Michelle: ¿De nada?
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Sandra: No Michelle, ¿qué pasa? – preguntó asustada.
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Michelle: Pues estábamos en la azotea, de risas, cuando me tumbé a mirar el cielo y de repente vi que estabas haciendo no sé que cosa con el cuadro eléctrico. Lo único que vi es que estabas sin guante y empezaron a salir chispas. Bueno, luego te caíste redonda.
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Sandra: ¿Cómo? – preguntó con un deje de preocupación.
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Michelle: No sé, pensé que te había pasado algo muy chungo. Me asusté, bajé a pedir ayuda y me encontré con todo esto.
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Sandra: ¿Quieres decir que todo esto es por mi culpa?
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Se quedó callada y decidí llevarla a un banco apartado para hablar.
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Yo: Michelle, ve a ver como están los niños y eso. Nosotras dos vamos a hablar un momento.
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Sin rechistar se fue, y yo y Sandra nos fuimos a un banco de la entrada del cole.
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Sandra: ¿Pero qué he hecho?
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Yo: Sandra, no ha sido tu culpa.
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Sandra: ¿Cómo que no? ¿No acabas de oír lo que ha dicho Michelle?
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Yo: Habrá sido una equivocación. Créeme, Jamás harías eso, te conozco, y no lo harías, en cualquiera de las circunstancias, así que tranquilízate.
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La abracé, y nos quedamos así un rato, hasta que volvió a aparecer Michelle.
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Sandra: ¿Cómo están los niños? – preguntó separándose de mí.
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Michelle: Bien. No te rayes, que al final no ha pasado nada.
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Sandra: Michelle, ¿cómo no me voy a rayar? Si casi electrocuto a un montón de chavales.
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Le di un codazo disimulado, no podía contar nada.
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Michelle: Pero si no has sido tú. Habrá sido la tormenta o algún cable pelado, yo que sé. Nadie puede provocar un cortocircuito como ese manipulando un cuadro eléctrico. Es imposible.
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Ella se quedó callada, haciendo que Michelle dudase.
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Michelle: ¿Qué pasa? Sandra, ¿hay algo que yo no sepa?
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Volvió a quedarse callada, esta vez mirándome de reojo.
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Michelle: Bueno – desistió – Si no me lo quieres contar, no me lo cuentes, solo quiero que sepas que soy tu amiga. Y yo no voy a contar lo que vi. Nadie tiene porque saber que estuvimos allí.
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Michelle terminó yéndose y me giré hacia Sandra.
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Sandra: Ya, pero yo si lo sé. Y voy a hablar con la directora. No puedo ocultar esto.
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Yo: No ha pasado nada. Los niños están bien – insistí – Y no vas a poder explicar lo qué pasó.
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Julia, apareció evacuando todo el colegio. Dijo que las clases que perdimos esa mañana, las recuperaríamos por la tarde. Que el incendio estaba controlado y todo lo imprescindible iba a estar listo para dar clases. Las dos volvimos a casa, y nada más que llegamos, nos encontramos con Alex y Culebra. Estaban en el cuarto, nosotras acabábamos de subir para soltar las mochilas.
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Yo: Hombre – dije mirando a Culebra – Has aparecido. ¿Dónde estabas? – antes de que contestara lo agarré del brazo y lo saqué de la habitación – Hablamos abajo, que esos dos tienen un poco de drama.
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Culebra: ¿Qué ha pasado? – preguntó siguiéndome al salón.
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Yo: Luego te cuento. Pero antes, cuéntame, que luego eres tu el que se enfada porque yo falto a clases. Y como soy más comprensible que tú, quiero saber si tengo motivos para enfadarme o no – dije mientras nos sentábamos en un sofá.
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Culebra: Vale, antes que nada, tranquila ¿vale? No me ha pasado nada, pero razón de más para que lo dejes.
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Yo: Así, lo único que consigues es asustarme Culebra.
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Culebra: Vale, no quiero eso – dijo poniéndome ambas manos en mis hombros – Fui a casa de Ana. Después de la charla de la semana pasada, en la tele pusieron que en el sur hacia mal tiempo. Y no me cuadraba eso, teniendo en cuenta lo que te dijo Leo. Y cuando fui a rescatar a Lucas de la casa, vi la tabla de surf de Leo, cosa que tampoco me cuadró porque se supone que él la tenía. Y esta mañana cuando fui a hablar con Mario al bar antes de ir a clases me encontré allí a Leo, pero estaba muy raro. Y esta mañana me colé en su casa.
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Yo: ¿Y? ¿Has encontrado algo?
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Culebra: Aparte de pelearme con Gregorio, no he encontrado nada.
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Yo: ¿Te a hecho algo?
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Culebra: Que va, estoy bien.
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Yo: ¿Entonces, nada?
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Él asintió un poco.
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Yo: Entonces, tenías razón, esto no ha servido de nada.
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Culebra: Bueno, lo has intentado, que es lo que cuenta ¿no? – dijo sonriendo un poco, para intentar animarme.
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Yo: Supongo – dije un poco desanimada, encogiéndome de hombros.
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Culebra: Ven anda – dijo atrayéndome a él.
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Me abrazó, y nos avisaron de que teníamos que ir a comer. Comimos macarrones con tomate, (la comida favorita de Lucía), y al terminar volvimos al cole.
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26/12/2023
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Los protegidos y tú (Actualizada)
FanfictionT/n es una chica con 3 hermanos, a los que persiguen una extraña asociación que busca a chicos con "dones especiales". ¿Qué pasará con ellos? ¿Y con los otros chicos con los que fingen ser una familia? ¿Los descubrirán? Tendrán que conseguir supera...