Capítulo 30 (parte 1)

235 64 28
                                    

PASADO 29 (parte 1)

—¿Quién lo hubiera imaginado? —canturretea Salomón al volante del carro nuevo que compró cuando nació la bebé. Porque ella sí que no se puede cocinar en su salsa como yo lo hice dentro de aquel vejestorio por años.

No todos los cambios son malos, ¿no?

—¿Qué cosa? —Muevo las ventanillas del aire acondicionado para que me llegue más directamente a la cara y cierro los ojos. Todavía huele a nuevo, qué lujo.

—Que ya pronto te vas a graduar.

—Eso si logro pasar unas mil materias más —refunfuño todavía con los ojos cerrados, intentando recapitular el sentimiento de paz y calma de hace un segundo.

—Decís lo mismo todos los semestres y no te ha quedado ninguna materia.

—Bueno, es que uno nunca sabe. Hay que mantener los estándares bajos.

—Y esa es la otra cosa —agrega antes de que yo haya terminado de hablar—, que más bien habéis mantenido los estándares altos y no te habéis puesto a hacer perrocalientes con cualquiera.

—¿Ah?

Cuando lo veo haciendo esfuerzo para aguantarse la risa es que caigo en la cuenta. Le asesto tremendo puñetazo en su brazo.

—¡Vergación!

—Te lo merecéis por cochino.

Me cruzo de brazos y no le digo que lo de hacer perrocalientes, aunque asqueroso porque sé que se refiere a una salchicha en un bollo de pan, no está totalmente descartado. Apenas hace unos dos meses a final del semestre pasado, Tomás y yo caímos en la cuenta de que andábamos como dos peleles pensando que el uno y la otra tenían un juju con terceros, y ahora tenemos un juju entre los dos sin que nadie más lo sepa.

—Bueno, bueno, me refiero a que no habéis dejado que los machos te distraigan. Estoy muy orgulloso.

—La barra la tenías demasiado baja, pa' que sepáis.

Él estira una mano y me pellizca una mejilla. Cuando logro apartar su mano ya es demasiado tarde y mi cara duele.

—También veo que LUZ no te ha sacado lo odiosa.

—No, lo ha exacerbado.

—Ah, entonces como me vas a tratar así no te doy el regalo que te compré. —No solo dice esto de pronto, como si nada, sino que lo hace justo cuando estaciona el carro dentro de la universidad.

—Me siento manipulada. —Pongo una mano en mi pecho como hacen en las novelas.

—Anda a tu examen y si salís bien lo consideraré otra vez. —Ahora me agita todo el pelo. No puedo evitar el reflejo de batallar con sus manos.

Mechones de pelo caen desordenados sobre mi cara y suspiro con tanta fuerza que hago un puchero.

—Como sea un rollo de papel sanitario o algo así te meto el regalo por el...

La carcajada que suelta retumba dentro del carro.

—No, no. Créeme que vale la pena.

Con una última mirada de escepticismo me despido y salgo de la maravilla que es el aire acondicionado, al terrible calorón al aire libre. Atravieso el estacionamiento desde la entrada principal hacia el Galpón de Mecánica y a la vez me voy arreglando el pelo lo más que puedo. Ya no me molesto con cosas como ganchitos y demás, pero tampoco me le quiero aparecer a Tomás como el primer día de clases del primer semestre.

Ah, porque esa es la cosa que no le dije a Salomón. Él piensa que tengo el examen en media hora o algo así, pero no. Llegué a propósito casi dos horas antes para pasar un rato con Tomás.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ