Esa tarde de domingo preparé mi baño de sales. Creo haber estado cerca de una hora dentro de la bañadera de hidromasaje. Cuando vi mi piel toda arrugada reí y decidí que ya era hora de salir. Me anudé un toallón bajo los brazos y abrí mi placard de par en par. Me vestí con un vestido fresco de tela floreado violeta y blanco. Era abotonado desde el pecho hasta las rodillas y tenía dos bolsillos a cada costado. Me calcé unas chatitas al tono. Me eché perfume, me maquillé de forma natural y recogí mi pelo de manera desprolija. Las chicas siempre me decían que ese look me quedaba genial. Terminé de guardar algo de ropa dentro del bolso que descansaba sobre mi cama y fui escaleras abajo.
-Esto ya está, hija- dijo mamá entregándome un paquete.
-Buenísimo... gracias, ma- y le di un beso. – Ayudame a meterlo dentro del auto, por favor.
Salimos las dos y una vez todo listo me despedí de ella. Conduje a la vez que oía música al máximo volumen. Madonna sonaba dentro de mi Ford Ka. Estacioné el auto y toqué timbre en casa de los Sierra. Nazareno cumplía cinco años de vida.
-¡¡Madri!!- gritó y corrió hacia mí. Quedé paralizada al ver cómo Neno se había zafado de los brazos de Peter para recibirme.
-Hola, gordito- y lo aupé. Lo cierto es que Neno cada vez estaba más grande. Ya no era aquel bebote que podía alzar con total facilidad. –Feliz cumpleaños, piojo- y le llené la cara de besos. - ¿Me das un abrazo?- y apretó sus brazos alrededor de mi cuello.
-Hola, amiga- dijo Dani dándome un beso sobre la mejilla. -¿Qué es eso?
-El regalo de Neno- y todos rieron al ver cómo Agustín cargaba con un gran paquete. -Veni, madri- me exigió Neno.
-Esperame que saludo y abrimos el regalo ¿queres?- y fue gracioso ver como caminaba alrededor del gran paquete muerto de la intriga.
Caminé en dirección al comedor dónde la familia de Daniela y Agustín estaban sentados merendando algo. Allí también estaban mis amigos y amigas. Todas las criaturas corrieron a mí de manera torpe y se colgaron de mis piernas. Aupé a todos ellos de a uno y los llené de besos. Saludé a todos los presentes, y cómo era de esperar el corazón se me salió de lugar cuando tuve que saludar a Peter. Fue un beso en la mejilla de lo más frío. No podía decir "hola" siquiera. Estaba falta de aire. Colgué mi cartera de la silla que ocupaba Rocío y caminé en dirección a Neno.
-¿Lo abrimos?- le pregunté agachándome a su altura. Comenzamos a rasgar el papel con ayuda de Agustín. Había conseguido comprarle una mesa de carpintero, con todos los materiales y herramientas necesarias: serruchos, tornillos, tuercas, martillos, cubos para desarmar y arreglar, etc. La cara de Neno al ver el regalo fue simplemente impagable. Nunca lo había visto tan contento como aquel día.
-Decile gracias a la madri- dijo Agus, pero Neno le hizo caso omiso y fue perdonado ante los primeros ojitos que me puso.
-¡¡Veni padri!!- le gritó a Peter.
-¿Qué pasó campeón?- y oír su voz fue sumamente doloroso e insoportable. Neno le extendió una mano y lo hizo poner de cuclillas. Automáticamente me puse de pie y quise dirigirme hacia la mesa, pero Nazareno lo impidió. -¡No, madri!- me retó. -¡Sentate acá!- y me señaló un lugar junto a Peter.
-Dejala a la madri, hijo- le pidió Agustín.
-¡No!- e hizo puchero y casi se pone a llorar.
-Esta bien, está bien- dije riendo. –Me quedo acá con vos...
-Y con el padri- agregó. Parecía cómo si Neno supiese a la perfección que Peter y yo ya no estábamos juntos.
Con Peter ayudamos a Neno a armar la mesa de carpintero. Los demás pequeños se acercaron a él, cuando Pitt y yo nos pusimos de pie y nos sentamos a la mesa, lo más lejos posible. Me llamó la atención que Alan no se hubiese acercado a Nazareno. Seguía sobre la falda de Eugenia. Me enteré que estaba con un poquito de fiebre y se lo veía todo decaído.