IX.

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La poca valentía que tenía en su corazón se esfumó en un chasquido cuando apenas pasó su pierna izquierda por la moto. Jimin creyó que se caería sólo por ese hecho. Ni siquiera había acelerado aún, pero el vehículo se sentía inestable.

—Agárrate fuerte de mí, Jimin-ah —advirtió el mayor tras encender el motor.

Jimin rodeó la amplia cintura con sus brazos, intentando no tocar su abdomen.

—Siento si lo incomodo abrazándolo de esta forma —musitó en su espalda en un tono apenas audible, tanto por la vergüenza como por el casco que cubría su rostro.

Antes de que la moto arrancara, Yoongi tomó las manos del rubio y las acercó más a su pecho, afianzando el agarre. Y sin decir nada más, con un sonido ahogado en el caño de escape aceleró por la vacía ruta.

A partir de ese momento sólo podían escucharse los gritos de Jimin barridos por el fuerte vendaval de la aceleración.

—¡Para, para! ¡Baja la velocidad! —aullaba, hundiendo sus dedos con fuerza en la camiseta que el mayor traía bajo su chaqueta de cuero, casi arañándolo.

El viento era tan fuerte que tenía que cerrar sus ojos a pesar de llevar el casco puesto. Sentía que en cualquier momento se caería al asfalto por lo que se sostenía de Yoongi como si fuera su única salvación en este mundo, la cuerda de huida. No le importaba estar tironeando su ropa de la fuerza que ejercía en sus manos, ni los fornidos músculos del abdomen trabajado que podían tocar sus dedos.

Sólo pensaba en llegar de una maldita vez y con todas sus facultades íntegras.

—¿¡No querías adrenalina, lindura!? —bramó Yoongi, alto para que pudiera oírlo entre el motor y el viento—. ¡Mira alrededor y siente el viento!

—¡No puedo, tengo miedo!

—¡Sólo abre los ojos, Jimin!

El citadino chilló, moviendo sus manos en el pecho del mayor para sostenerse fuerte al momento de abrir los ojos. El vértigo lo invadió como una avalancha pesada, podía ser testigo con todos sus sentidos de cómo los árboles se desdibujaban como ráfagas veloces y el cielo se confundía borroso con el horizonte producto de la aceleración. No era nada parecido a viajar en tren o en coche, a altas velocidades el alrededor desaparecía atrás como pinceladas de espátulas raspando al viento y podía expresarlo con todo su cuerpo, como si las sensaciones estallaran desde dentro.

No pudo volver a cerrar los ojos, pero su agarre no se había relajado. Tenía que sostenerlo con fuerza para drenar la adrenalina que centelleaba en su cuerpo. En algún momento, su nariz empezó a enrojecer y aguar por el frío y se preguntó qué tan bien estaría Yoongi sin su casco en el fragor del invierno.

Justo cuando iba a preguntarlo, la moto se detuvo en una esquina. No fue consciente de cuántos kilómetros hicieron ni del tiempo que había pasado. Para Jimin todo se sintió como un titilo y a pesar de su temor inicial, ahora sentía unas febriles ansias de subirse de nuevo, como un niño sumergido en la adrenalina de un parque de atracciones.

—¡Hyung, eso fue tan divertido! —Jimin se sacó el casco, sin notar cuán despeinado había quedado hasta que vio el estado del mayor.

Sus ondas oscuras parecían tener vida propia y tenía la punta de la nariz ligeramente enrojecida. Le ofreció la mano al citadino para ayudarlo a bajar, quien la aceptó de inmediato.

—Tenías que confiar en mí, ¿lo ves? —sonrió suavemente, peinando las hebras de cabello rubio.

Jimin asintió como un cachorro manso, sus mejillas estaban coloradas por el frío que contrastaba con la vergüenza. A unos pasos de distancia podía ver una tienda brillando con neón azul y algunas bicicletas en sus bastidores. Alrededor había humildes chozas, una farmacia pequeña y un mercado de veinticuatro horas.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora