11._Silla

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Eran civiles. Simples personas iracundas que veían en ella el motivo de todas sus frustraciones. Estaban ciegas de ira y el ambiente no hacia sino amparar sus oscuras intenciones. Mary tenía que tomar una decisión y escogió disparar a las piernas de esa gente. Tiros no letales destinados a paralizarlos en lugar de terminar con sus vidas, pero en esas circunstancias era difícil tener la cabeza tan fría como para apuntar correctamente. Cuando vio a la primera mujer caer, Mary sintió un escalofrío bajar por su espalda, pero cuando la segunda víctima de su pistola cayó, a escasos dos metros de ella, esa dicotomía que desató su moral contra los hechos que estaba viviendo se extinguio. Un chico de unos dieciocho años se le paro al costado dispuesto a golpearle la cabeza con una vara de metal y Mary, impávida, giro su brazo hacia él para meterle un tiro en el abdomen. El tipo cayó sobre sus rodillas y la mujer le pateó la cabeza con fuerza. Los demás al ver eso titubearon y finalmente desistieron dejando caer sus improvisadas armas para huir.

Mary los miró escapar teniendo a una de esas personas en la mira, pero al considerar que no era necesario dispararles bajo su pistola y observó a los heridos en el suelo. La miraban con rencor, pero ese encono a su persona si tenía una justificación. Los ignoró para poner atención a lo que se decían en el comunicador que llevaba en su oreja. Entre las instrucciones de contingencia que podía distinguir, Mary oyó a alguien decir que Zarbon estaba gravemente herido y debían trasladarlo a un hospital. Ella estaba segura que el disparo que recibió no lo había lesionado por lo que asumió que pudo ser atacado en medio del tumulto. Sin Zarbon los soldados estaban a la deriva y ella también, pues no estaba en conocimiento de lo que estaba sucediendo realmente. Un silenciamiento era el nombre que se le daba a los operativos de contención extremos. Es decir cuando Freezer decidía borrar un poblado del mapa. Pero ella nunca presencio uno o conocía el protocolo. Todo era un caos.

-Señorita Mary- la llamó alguien y ella vio hacia el frente, pero bajo la tarima. Había allí un tipo
de largo cabello blanco y piel anaranjada- El capitán fue abatido y el señor Zarbon está siendo llevado a un hospital...

Él no lo dijo, pero evidente que lo deseaba saber qué hacer. Mary lo notó en su mirada, sin embargo, ella no tenía esa respuesta.

-¿Cómo te llamas?- le preguntó buscando algo de tiempo para encontrar una solución.

-Soy Jeice, señorita...

Mary dio un vistazo a su alrededor. Todo le parecía una escena sacada de una película. A
Jeice le dio la impresión de que no entendía lo que estaba pasando, pero no era así. Después de un minuto que se hizo eterno, Mary extendió el micrófono de su comunicador para hablar con el encargado de la seguridad del tren. Aquel ferrocarril contaba no solo con un fuerte blindaje, sino también con un buen arsenal y hasta un par de lanza misiles además de artillería antiaérea.

-Quiero que derrumben la torre de la iglesia y también el tejado del ayuntamiento. Ordene el repliegue de nuestros hombres y cierren el perímetro de este maldito pueblo- ordenó Mary.

Jeice vio a Mari flexionar el codo y descargar su arma en contra de un sujeto que iba hacia ellos armado con una escopeta. Apartir de ese momento a esa mujer no se le movió un músculo de su faz mientras avanzaba hacia la estación de trenes disparando a cualquiera que tuviera la osadía de intentar atacarla. No daba tiros letales, pero no desconocía que las heridas que causaba podían conducir a esos hombres y mujeres a la muerte de cualquier forma. La sangre de esa mujer se había enfriando por completo. Mientras oía de que iba todo el plan que Zarbon no pudo concretar, Mary estiraba el brazo, apuntaba y tiraba como si estuviera ante esas siluetas que usaba para practicar. Cuando su pistola quedó vacía, saco la otra y continúo su marcha acabando por pintar su blusa blanca con diminutas gotas de sangre que le caían encima. Pero ella no mostraba ninguna impresión.

Vino de Hiel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora