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Recuerdo sentirme pérdida rodeada de gente que se acercaba a decir frases clichés para reconfortarme pero no funcionaban, hacían todo peor. Cuando vi a Sandra con Ana en la puerta de la funeraria corriendo hacia mí, me lancé a sus brazos y no la solté en todo el día. Sandra me sentó sobre sus piernas mientras nos mecíamos en un sillón y yo lloraba en su hombro hasta el cansancio. Estaba vacía, como un zombie, lo único que me aliviaba era estar en los brazos de ella.

-Amor, vamos a caminar un poco para que tomes el aire -me dijo ayudándome a levantarme.

Me pareció ver a Ernesto entrar cuando me disponía a salir, después de confirmar con Sandra que se trataba de él y decirle que por favor hiciera que se marchara. Ella me dijo que estuviera tranquila y no le prestara atención pero yo no estaba para hipocresías, ni falsas educaciones, no podía ni pensar, mucho menos para fingir y aguantarme nada.

-Lárgate de aquí, Ernesto. ¡Lárgate! No haces falta, nadie quiere que estés en este lugar.

-Tranquilízate, loca.

-¡Que te largue te digo!

-Ernesto, será mejor que te marches -interrumpió Sandra mientras yo seguía llorando-, Julia no se encuentra bien y tu presencia la está alterando. Ya hablarás con la familia otro día querido -dijo y él enfadado se marchó.

-Muchas gracias...

Bastaba II | Temática Lésbica | Segundo Libro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora