El maldito teléfono de los cojones me despertó de mi sueño. Otra vez. Pensé en estamparlo contra la pared de enfrente, contra la tele, tirarlo por el balcón. Cualquier cosa que hiciera que dejara de escuchar el repetitivo ring-ring que tenía por melodía predeterminada. No soy de tener todo el día el teléfono en la mano, pero... este fin de semana había sonado más que en toda la semana entera.
Me incorporé un poco para buscarlo entre los pliegues de la manta que me envolvía y me di cuenta de que se había colado por los cojines del sofá. Bien vamos. Todavía era de noche. Cuando lo encontré, había dejado de sonar, quien quiera que fuese repetiría la llamada si fuera tan importante como para hacerlo. Así fue, dos segundos más tarde en los que me había dado tiempo a volverme a tumbar tenía que volver a incorporarme para responder a la puñetera llamada. Un número privado apareció en la pantalla. ¿Oculto? Ni de coña lo cojo a estas alturas de la noche. Cualquier bromista. Anda y que le dieran. Rechacé la llamada.
Me llevé las manos al cuello y lo masajeé un poco. La postura del sofá me había dejado baldada. Nunca duermo bien en él, por muy cómodo que sea, como mi cama... ninguna.
Peeero, la cosa era que no estaba durmiendo en mi preciosa y cómoda cama.
Las vibraciones del dichoso teléfono volvieron a sobresaltarme. Me iba a escuchar el bromista ahora. Ya me tenía bastante cabreada.
- Quién coño eres y qué cojones quieres. – fui tajante bastante borde, para qué engañarme, pero pareció dejar sin palabras a mi interlocutor, que tardó bastante en responder.
- joder Bianca, no sabía que las seños de cole fueran tan mal habladas. - ¿Javi? ¿Qué hacía llamándome a esas horas de la noche?
- Somos muy buenas y correctas cuando no nos despiertan en mitad de la madrugada ¿se puede saber qué hora es? – volvió a tardar mucho en responder, como si tuviera que pensarse mucho las respuestas.
- Es que... resulta que... - divagaciones.
- Al grano, que me quiero acostar - me levanté del sofá y doblé la manta.
- No puedo entrar a tu caaaaaaaasa. – arrastraba las palabras, espera un segundo, está... borracho.
- ¿Por qué? – pregunté extrañada.
- Qué aguda, pues porque no me has dado llaves.
Mi gozo en un pozo, ahora a esperarle hasta que al guapete le diera por venir a casa y acostarse. A saber.
- ¿Dónde estás?
Colgó. Vaya manera. La sangre empezó a hervirme en la cabeza porque no me gusta que me hagan esas cosas cuando no hay razón. Bueno... lo de mi hermana es distinto, es que si no soy clara con ella se va por las ramas y me hace un tercer grado. De repente la puerta sonó y la pregunta a por qué me había colgado se contestó sola.
Al abrir me encontré con un sonriente Javi, pero esa expresión era distinta a todas las que me había mostrado antes. Quedaba claro por sus ojos, su expresión y ese gesto de suficiencia que estaba borracho, muy borracho.
Genial.
- Qué guapa eres. – Me abrazó. Me tensé en seguida porque dejó caer todo su peso en mis doloridos hombros.
- Javi, me estás haciendo daño en el cuello.
Se quitó en seguida de encima de mí con movimientos torpes y lentos y se quedó a una distancia no muy lejana a mí cara, mirándome directamente a los ojos. Su cercanía y en especial ese aroma con el que ya hasta había soñado me dejaron paralizada, tanto, que la chispa y las intenciones que sus dos caramelos me hicieron apartar la mirada hacia otra parte. Suspiró y se acercó muy lentamente hasta mi oído.
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Llévame a donde sea
RomanceMi tranquila vida como profesora de primaria se puso patas arriba cuando un extraño, no tan extraño, se coló en mi precioso coche aquella tarde de Abril. "Llévame a donde sea". Con solo cuatro palabras, me cambió para siempre.