Capítulo 5.Impostor.

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Adira

Tan pronto como escuché que la puerta se cerraba, caminé rápidamente hasta el perchero y agarré mi caperuza. Me la coloqué de nuevo, sintiendo el peso familiar sobre mis hombros, y con el corazón palpitando en mi pecho, comencé a buscar un cuchillo. Necesitaba algo, cualquier cosa, para protegerme si Marrok decidía volver.

Mis manos temblorosas encontraron un cuchillo grande en la cocina, y sin pensarlo dos veces, lo escondí en el corsé, asegurándome de que estuviera bien oculto pero al alcance si lo necesitaba. Respiré hondo y me dirigí a la puerta principal, dispuesta a salir de esa casa a toda prisa. Sin embargo, al girar la manija, descubrí con desesperación que estaba cerrada.

Mi mente corría, buscando una salida, y de inmediato pensé en las ventanas. Si no podía salir por la puerta, saltar por una ventana sería mi única opción. Sin perder más tiempo, corrí hacia la ventana del cuarto de Marrok, la abrí con esfuerzo, y salté al exterior. Mis pies golpearon el suelo con un leve crujido y, por fin, me encontré fuera de la cabaña.

El aire frío del bosque me golpeó el rostro, pero la brisa, lejos de asustarme, me reconfortó. La caperuza ondeó en el viento y supe que tenía que seguir adelante. Podía hacerlo. Podía volver a casa.

Caminé por el bosque, mis pasos cautelosos y mi respiración entrecortada. Tras lo que me pareció una eternidad, vislumbré las antorchas que marcaban el camino hacia la entrada del pueblo. Mi corazón se aceleró al ver la luz, pero justo antes de salir del bosque, un chillido desgarrador me detuvo en seco. Algo dentro de mí me obligó a seguir el sonido, a descubrir qué lo había provocado.

Caminé con sigilo, acercándome al origen del grito, y lo que vi me heló la sangre. Un rastro de sangre me guió hacia una escena horrible. Un lobo gigantesco tenía entre sus fauces la mano de un hombre. Reconocí de inmediato al hombre: era Paul, uno de los mejores amigos de mi padre. Sus gritos llenaban el aire mientras el lobo lo acechaba, decidiendo cuál sería el próximo trozo de carne que arrancaría.

Mi primer instinto fue retroceder, pero al dar un paso atrás, pisé una rama seca que crujió bajo mi peso. Tanto el lobo como Paul giraron sus cabezas hacia mí, y el miedo me atrapó. El lobo fue el primero en verme. Su pelaje era negro como la noche, y sus ojos amarillos me resultaron aterradoramente familiares. Gruñó en mi dirección y comenzó a acercarse, sus ojos fijos en los míos.

—No te muevas, Adira —murmuró Paul, su voz apenas un susurro ahogado. Obedecí, paralizada por el terror, mientras el lobo se acercaba más y más, hasta que estuvimos cara a cara.

Cuando volví a mirar a Paul, lo vi correr despavorido, abandonándome a mi suerte. Sentí una oleada de ira mezclada con desesperación. Bastardo.

—Eh... lobito... sé que eres un lobito bueno... —murmuré, intentando calmar la situación. Con manos temblorosas, saqué el cuchillo de mi corsé y lo apunté hacia el lobo—. No te acerques o te juro que lo lanzaré.

El lobo ignoró mi advertencia y continuó acercándose. Mi cuerpo se encogió, aterrado, y sin pensarlo más, lancé el cuchillo. La hoja voló por el aire y se clavó en una de sus patas. El lobo emitió un aullido de dolor que resonó en todo el bosque. En ese momento, mi mente se desconectó de todo excepto del instinto más básico: escapar.

Corrí como nunca antes, el miedo impulsando mis piernas a moverse a una velocidad que no creía posible. El bosque se desdibujaba a mi alrededor mientras huía, tan asustada y temblorosa como una hoja al viento. Después de lo que me pareció una eternidad, finalmente emergí del bosque del árbol torcido.

Corrí sin detenerme hasta llegar a mi casa. Golpeé la puerta con fuerza, jadeando y llena de pánico. Mi hermano Jack abrió rápidamente, y al verme, su rostro se llenó de asombro y alivio.

Mi lobo feroz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora