Ellaria Arena y su hija llevaban meses recluídas en las mazmorras de Invernalia. Ese era un tema ciertamente peliagudo para Mayleen puesto que aquella decisión que una vez hubo pensado, la tomó cuando aún era la esposa de Ramsay, cuando aún torturaba a rameras para sobrevivir. La rubia apretó los puños con fuerza sintiéndose la persona más vil del planeta, ¿cómo reaccionaría Jon si supiera lo que tenía pensado hacer con esa Ellaria Arena? El juicio se le nubló por la rabia cuando supo que Ellaria asesinó a Myrcella, pero... ¿era aquella la mejor forma de acabar con la Serpiente de Arena?
—¿Qué esperáis hacernos? ¡Llevamos semanas aquí abajo!
—Lo sé —admitió Mayleen con aplomo— y he pensado mucho acerca de lo que haría con ambas.
—Tú eres la furcia que se enredaba en las sábanas con mi padre. Esa Lannister —las palabras de la hija de Oberyn y Ellaria sonaban llenas de odio. Quizás porque ella tendría unos pocos años menos o incluso su misma edad y el Príncipe... Oberyn rozaba los cuarenta años.
—Sí, querida. Yo era esa furcia, como me habéis descrito —sintió un resquicio de ira brotar en su interior, pero lo contuvo. No quería que la ira volviera a tomar el control de sus decisiones—, aquello surgió por un cúmulo de experiencias que desembocaron en nuestra unión...
—¿Cómo te atreves a mencionarle? —le cuestionó Ellaria desde su posición de presa— ¡Murió por tu culpa!
—Te equivocas. ¿Crees que quería que Oberyn Martell muriera a manos de los Lannister? —no hubo ninguna respuesta por parte de la morena— Nuestra unión se vio consolidada por una venganza común, verás, mi familia había acabado con mi felicidad, ¿me seguís?
—¿Por qué estamos aquí? —se atrevió a preguntar la hija.
Mayleen se mordió el carrillo derecho, intentando que nadie notara lo cansina que le resultaba aquella conversación. Tenía entendido que los Martell eran orgullosos, pero tanto la madre como la hija estaban siendo agotadoras.
—Entiendo que sintáis ese sentimiento de venganza, en serio. Lo conozco bien, demasiado bien. De hecho, vuestra estancia aquí fue parte de una —Mayleen se levantó del taburete que usaba como asiento y se acercó a la mayor de las prisioneras. —Cuando supe lo ruin que fuiste, asesinado a mi joven, hermosa y dulce hermana se me pasaron toda clase de torturas por la mente.
—Ese joven, Evan —May sentió una especie de alegría al oír su nombre. Se tuvo que obligar a no sonreír—, llegó a Dorne con varios soldados y fue capaz de burlar las seguridades.
—Acataba mis órdenes y habéis tenido suerte de que Jon retomara Invernalia, pues si Ramsay hubiera continuado siendo mi esposo... ella —dijo May señalando a Elia Arena— no estaría con vida y tú sólo me pedirías que te la arrebatase.
Ellaria apretó los dientes. Estaba pensando en la manera en que acabó con la vida de la inocente Myrcella, una de las muertes injustificadas de la guerra que estaba declarada en Poniente. La clara muestra de que en todas esas guerras, ni los más nobles pueden salvarse.
Sabía que no obró bien. Fue un mensaje de advertencia a Cersei que acabó yéndosele de las manos. Nymeria y Obara (las dos hijas mayores de Oberyn) habían fallecido en una batalla contra Euron Greyjoy, pero ahora el futuro de la casa Martell pendía de un hilo por su culpa.—Tengo entendido que una revolución comenzó en Lanza del Sol... —volvió a hablar la rubia— liderada por ti y las Serpientes de Arena. Que asesinásteis a Doran Martell y al pobre Trystane, su hijo. Dime, ¿qué será ahora de la casa Martell? La habéis llevado a su extinción cuando era una de las más influyentes.
—¿Qué pretendes?
—Buscar nuestra unión —la rubia se tragó el orgullo y se agachó para mirarla a los ojos desde la igualdad. Y Ellaria lo sabía.
—¿Por qué confiar en ti?
—Cersei es nuestro objetivo común. Cededme los ejércitos dornienses para que se unan a nuestras filas. Derrocaremos de una vez por todas a Poniente de la tiranía de mi madre.
La mujer más adulta sonrió, gustosa de escuchar esas palabras. Sería capaz de salvar su vida y la de su hija, además de recuperar su libertad. Quizás la joven Lannister no era tan idiota como podía parecer. De esta forma, Ellaria sonrió y dijo:
—Dorne es vuestro.
Mayleen volvió a los exteriores del castillo, esta vez seguida de las dos mujeres. Nadie entendía de dónde habían salido, pero no hicieron preguntas, al menos en esos momentos. La atención de los norteños estaba puesta en un reencuentro que nadie hubo creído posible en aquella vida. May también se extrañó al ver a tantas personas congregadas en la entrada a la fortaleza.
Haciéndose paso entre las gentes llegó a la primera fila y reconoció enseguida al crecido joven que se encontraba entre los brazos de Sansa Stark: Brandon Stark. El pequeño crío al que todos daban por muerto a manos de Ramsay cuando este arrebató Invernalia a ser Rodrik Cassel. Tras todos esos años de angustia, May suspiró, aliviada, mirando al oscuro cielo.
—Está en casa, Catelyn. Está vivo —susurró al viento, sin que nadie la escuchara.
Catelyn vivió hasta el final de sus días con la angustia de que sus pequeños Bran y Rickon estaban muertos, aunque ahora fuera cierto que uno de ellos lo estuviera; sabiendo que Arya estaba desaparecida y aún lo estaba. Que su dulce Sansa sería prisionera de Cersei por el resto de sus días y... murió sabiendo que su primogénito, Robb Stark, no volvería a abrir los ojos. Catelyn descansaba en paz, pero no dejó de sufrir hasta el momento en que sus ojos se cerraron para siempre.
La escena resultó de lo más extraña al parecer de May. Mientras que Sansa abrazaba a su hermano con fuerza, aliviada ante el hecho de que otro de sus hermanos quedara con vida, el pequeño Bran —aunque a esas alturas, ya no tan pequeño— se encontró estático durante todo el reencuentro. No movió un músculo, tan solo se dedicó a mirar en todas las direcciones hasta topar con Mayleen. Tenía su vista clavada en ella, pronto todos se dieron cuenta y abrieron un improvisado pasillo para que fuera capaz de llegar hasta el Stark.
Enmascarando su repentino sentimiento de inseguridad, la joven se acercó al recién llegado con pasos seguros y mirada alta. Debía actuar como si fuera la señora del lugar.
—Bienvenido a casa, Brandon Stark. Es un honor y privilegio volver a veros —la cara inexpresiva de hermano de Sansa ponía los pelos de punta a la rubia. El chico no había dicho nada en todo aquel tiempo.
Él se dedicó a asentir, pero continuó guardando silencio, algo que irritaba bastante a la ex mujer de Robb. Tras un largo minuto, Bran indicó a Sansa que quería ir al Bosque de Dioses, los dos solos. May les vio partir quedándose algo molesta cuando una mano le dio unos toques en el brazo.
—¿Sois Mayleen? —se trataba de una joven con el cabello rizado y de aspecto salvaje. La chica había acompañado al tullido hasta Invernalia.
—Así es, ¿puedo preguntar por vuestro nombre?
—Mi nombre es Meera Reed, hija de Howland Reed, señor de Atalaya de Aguasgrises, siempre leales a la casa Stark.
Lo cierto era que May no tenía ni idea de la casa que la muchacha había mencionado. Era una casa menor del Norte de la que nunca había escuchado hablar. Aún así, se dedicó a asentir y atender a sus palabras.
—Bran marchó en un viaje importante cuando huyó de Invernalia. Él es la clave para ganar la guerra.
—¿Qué queréis decir? —la información que Meera comentaba llamaba mucho la atención de Mayleen— ¿Él sabe cómo derrotar a mi mad... a Cersei?