† 08 † Esquinazo

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Si había alguien a quien pudieran encerrar por demencia, seguro esa sería yo. Era la única en la clase con una sonrisa de oreja a oreja mientras que una profesora nos regañaba por no tener el respeto básico que se merecía para su clase.

Una aburrida clase de lingüística.

El caso era que, en verdad, estaba bastante feliz, casi eufórica que su regaño en su extraño acento me fue indiferente. Lo único en lo que podía pensar era en que Judas se había portado extraño toda la semana después de lo ocurrido el sábado.

Había sido mágico ese momento, con mi mano sobre la suya y sus ojos sobre mí mientras que sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa después de lo que le había dicho. En ese momento me habría podido morir y no tenía ni una sola queja al respecto, al menos hasta que un trueno me había arrancado un grito, Judas rió, pero fue consciente de lo que acababa de pasar y cambió totalmente en ese segundo.

Se centró solo en lo referente a la tutoría y cuando el tiempo terminó se fue prácticamente corriendo. Tanto así que había dejado su bolígrafo y yo había estado usándolo desde entonces.

Lo importante del caso no era el bolígrafo que paseaba por mi labio para ocultar un poco la sonrisa que no me había abandonado, era que a Judas le había afectado aquello de una manera distinta, no podía ni verme a la cara sin que las mejillas se le calentaran y evitaba hablarme a solas por la misma razón.

Estaba cerca de que lo admitiera, de que me confesara que me había mentido aquella tarde en Italia pero no podía presionarlo. Judas era, en esta situación, como un animal del bosque que se acerca a un campista por comida, temeroso y alerta, así que si me movía de manera incorrecta lo echaría todo a perder.

Ahora más que nunca tenía que ceñirme al plan.

Solo por unas semanas más.

—Basta—me pidió Melissa en un susurro, clavándome el codo en las costillas—, vas a hacer que nos regañen.

—¿Yo?—me quejé sin mirarla o corría el riesgo de que la profesora nos vieras—, si no estoy haciendo nada.

—Estas sonriendo como si te divirtiera—me acusó, volviendo a clavarme el codo—, para de una vez.

—Vale.

Blanqueé los ojos y puse mi mayor cara de aburrimiento, aunque seguía emocionada. Aunque a Judas le hiciera ilusión evitarme hoy teníamos grupo de lectura y no había nada que él pudiera hacer para que no fuera y mañana tendríamos tutoría, cuatro horas en las que estaríamos solos.

Se venía un fin de semana interesante, sin lugar a dudas.

Cuando por fin terminó de regañarnos y nos dejó salir para almorzar, ya había pasado más de media hora por lo que Melissa comió prácticamente corriendo y yo me quedé sola en la mesa.

Los chicos tenían entrenamiento, Judas estaría organizando el salón y Melissa tenía coro y el grupo de lectura era hasta dentro de una hora. Sin ningún animo revolví la comida mientras pensaba en lo que haría mañana, sin lugar a dudas tenía que pensar en algo que nos hiciera avanzar un poco pero que no lo dañará todo, si entraba a coquetearle directamente podía hacerlo retroceder, tenía que ser algo más sutil.

¿Pero cómo qué?

—Tenemos que hablar.

La voz llegó antes de que él se sentara frente a mí. Lo miré con irritación y me crucé de brazos.

—No quiero hablar contigo—obvié—, tengo unos días más libres de tu presencia y quiero aprovecharlos al máximo.

Su mirada no era más cálida que la mía. De hecho, parecía tener más ganas de enterrar la cabeza en mi bandeja que de hablarme y si insistía lo suficiente yo podía hacerle el favor.

Cuanto te deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora