Capítulo VIII - 4

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Despierto al lado de Arturo, duerme sobre su hombro con su boca aplastada contra la almohada, la respiración suave. Su piel caliente contra la mía, comienza a mover su pie rozando el mío.

Anoche después de lo que pasó, de alguna forma, me hizo sentir que todo eso estaba bien, de que quizás es lo que debía pasar. Mientras a mí me cuesta, no estoy incómoda con él, pero no puedo dejar de pensar que es el gemelo de Carlos. ¿Cómo podría? Son idénticos y anoche vi al otro casarse, mientras éste está aquí semidesnudo.

Se gira y estira sus brazos sobre la cabeza, huele tan bien, su barba de un par de días raspa la piel de mi cara cuando me pega con fuerza contra su cuerpo. Apoyo mis manos sobre sus costillas, pero con su mano libre las saca para hacerme pasar sobre él, se acomoda nuevamente a mi espalda en la otra dirección mientras yo aguanto la risa.

—¿Tan temprano y ya te estás riendo de mí? —murmura en mi nuca.

—¿Por qué hiciste eso? —rio sintiendo la mano de Arturo subir a apretar ligeramente mi garganta.

—Me dolía el hombro, pero no quiero dejar de abrazarte, tuve una fractura hace unos años en ese brazo y a veces me duele el fierro —claro que él también tiene huesos rotos e implantes de titanio, no sé cómo no se me ocurrió.

—Me tengo que ir a la playa hoy —respondo apoyando mis manos en su antebrazo, tan cálido.

—Vámonos juntos.

—¿Seguro? ¿No te está esperando tu familia?

—Quizás, pero no me necesitan realmente, si fuera importante igual puedo llevarte, a lo más los mocosos me piden que los lleve.

—¿Le vas a decir?  

—¿Quieres que le diga? —sus brazos se cierran alrededor de mi pecho y apoya su nariz en mi cabeza, quizás es mi idea, pero creo que Arturo me está oliendo.

—No, creo que ya no tiene importancia —respondo acomodándome en la cama.

—A mí me importas mucho —susurra entre besos que deja en mi hombro.

—Arturo...

—No te ahogues, no te estoy diciendo que me muero sin ti, ya no lo hice, sólo digo que me importas y he intentado hacer todo para que no sea así, pero por otro lado no puedo evitar preocuparme por ti y demostrar que eres importante para mí, en la manera que puedo siempre lo he hecho.

—Si sé —acaricio el dorso de su mano, es verdad, desde que somos amigos siempre ha estado cerca de mí.

—No quiero verte más triste, podemos ser amigos este verano hasta donde tú quieras, si quieres le contamos a todos, si no, no me importa, puedo vivir con eso, pero no me alejes tan pronto —su mano baja hasta apretar el hueso de mi cadera.

—¿Lo haces por lástima? —giro para ver su cara, me mira confundido con su ceño fruncido y luego suelta una risa.

—¿Te parece que lo hago por lástima? —toca la punta de mi nariz con un dedo— Lo que menos siento por ti es lástima, Emilia, ¿Por qué debería?

—Siempre sentí eso.

—Estás muy equivocada, de todas las cosas que he sentido por ti, "lástima" jamás ha sido una de ellas.

Quizás podría no ser tan terrible ahora, ahora que tengo veinticinco y los gemelos... Arturo, veintisiete. Quizás ya tenemos la madurez suficiente para no dejarnos arrastrar por ideas que no podemos hacer.

Arturo no me deja pensar tanto antes de lanzarse sobre mí, me besa y comienza tocar todos mis puntos sensibles como si los conociera de memoria, sus hombros anchos resultan el anclaje perfecto para mis manos cada vez que se entierra en mí, con mi rodilla intentando separarse más y que pueda hundirse por completo, parece entender la idea y ancla la parte trasera de mi rodilla en su antebrazo, sus besos y mordidas que marcan mi piel, sus manos grandes afirmando mi cuerpo, tira de mi mano y me lleva hasta la ducha después de terminar.

Siento líquido caer por mi muslo mientras el agua tibia alivia el dolor de mi cuerpo y las manos de Arturo acarician mi espalda.

—¿Otra vez?, Arturo... —suena como una súplica cuando me mira con esos ojos traviesos, Arturo quiere hacerlo otra vez y yo sinceramente no sé si puedo, no sabía que había tanto cúmulo de deseo en él, toma mi cara para besarme, siento nuestro sabor en su lengua y su dureza contra mi ombligo.

—Otra vez, yo sé que tú puedes, después te prometo que vamos a descansar —murmura casi en una burla antes de girar mi cadera para que apoye mis manos en el muro y él se acomoda detrás de mí. 

Prácticamente no me quedan gemidos por sacar, me duelen las piernas de tanto tener dentro a Arturo. Sus manos que me afirman con fuerza, sus brazos definidos rodeando mi cuerpo.

—El último —murmura en mis labios, me levanta de la ducha rodeando su cintura con mis piernas y apoya mi espalda en el muro, si alguna vez quise hacerlo hasta no poder más, ahora que está pasando creo que no podría pedirlo otra vez, ni en mis sueños más salvajes—, yo sé que puedes terminar otra vez por mí.

Su voz llena de lujuria me da ánimo mientras me arranca otro orgasmo. Arturo estruja cada gota de mi placer mientras puede, nada le asegura que volverá a pasar y no parece dispuesto a desperdiciar la oportunidad. Recuerdo las veces en que pensé lo mucho que extrañaba la sensación de tener a Carlos entre mis piernas, lo mucho que quería volver a él, cuánto hubiese dado por que volviera a pasar, porque no me sentía cómoda ni siquiera con la idea de hacerlo con otro. Y aquí estoy, con su gemelo que me hace sentir que quizás esto es todo lo que se acumuló para mí en estos años de celibato inconsciente.

El aire compuesto de Arturo lo hace pasar desapercibido, pero podría decir que es incluso peor su apetito sexual, no sé cómo puede lograr tantas erecciones seguidas. Si no es porque lo distraigo, aún en el desayuno lo tendría dentro de mí, mis piernas terminan débiles y debo preparar mi maleta sentada en el suelo mientras Arturo me ayuda de pie pasándome las cosas que están lejos de mi alcance. Es tan dulce, me ayuda tomando mi mano cada vez que puede, es como si fuera un suave caballero que vino a ayudarme a sanar, a la vez que pierde toda la caballerosidad para hacerme gemir, se ríe de mí cansancio y muerde mis labios con fuerza mientras con su mano aprieta mis muslos, o lo que tenga al alcance. Luego del desayuno salimos rumbo a su apartamento, como si no lleváramos las últimas doce horas explorando nuestra "amistad" más en profundidad. 

—Jamás había visto tu tatuaje —murmuro mientras lo veo bajar la escalera con mi bolso en su mano, me mira confundido y aunque abre su boca para hablar, lo interrumpe su teléfono sonando en el bolsillo

—Si, voy a pasar en un rato más... Estoy ocupado ahora... —corta mucho antes de que alguien responda.

—¿Pasó algo?, Me puedo ir sola a la playa, no me molesta —el traje que usó anoche y se veía tan guapo, ahora parece tan casual, la camisa con los primeros botones desabrochados, el borde inferior de la camisa fuera del pantalón, la corbata, que resultó bastante útil en su despropósito, quedó en algún lugar cerca de mi cama después de que la usamos para muchas cosas.

—¿Por qué siempre asumes esas cosas? —me mira lanzando mi bolso en el maletero de su auto— Era Carlos, sólo me preguntaba si iba a pasar a la casa de mis papás, ellos están allá, nada más.

—Porque quizás es un poco abusador que me lleves —Arturo pasa por mi lado y me doy cuenta que huele a mí, a mi dentífrico que usó con mi cepillo de dientes, a mi champú y a mi jabón.

—No, Emilia, no es abuso, yo te quiero llevar, te dejo en tu casa y listo.

—¿Y si me duermo? ¿Te molestaría?

—No, tranquila... Vamos, te pones tus lentes, juntas tus lindas piernas y puedes dormir... Si quieres te acuestas en el asiento de atrás.

—No, voy adelante contigo —él sonríe abriendo la puerta del copiloto para mí, no fue hasta que comenzó a conducir que me di cuenta que en ningún momento sentí algo por subir adelante con él, como si tuviera toda mi confianza.

Lo veo conducir un poco, hasta que llegamos a su apartamento y sube a buscar su bolso con algunas cosas, intento con toda mi fuerza de voluntad no mostrar algún tipo de coqueteo para que el viaje rápido a su apartamento no se vuelva horas de estar desnudos otra vez, por más atractiva que parezca la idea. 

Lo Que Quede De Verano © [En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora